Me voy de viaje.Eso no es ninguna sorpresa, porque como soy una bocas y todo lo largo, ya hace unos cuantos post que os comenté que P. y yo nos vamos a pasar unos días a Londres.
Londres es uno de esos “destinos pendientes” en mi lista. Uno de esos sitios que me muero por conocer y recorrer palmo a palmo. Por eso el viaje me hace especial ilusión. Bueno, por eso, y porque la excusa es magnífica: viajamos a la Gran Bretaña al reencuentro de un amigo que hace algún tiempo que se marchó, en una huida hacia delante que no le ha traído más que ventajas, al menos hasta ahora.
El caso es que yo hace años que opté por hacer mía la frase de mi profesor de Protocolo y Relaciones Públicas, el señor Rafael Vidal, quien asegura que “la mejor forma de improvisar es tener un magnífico plan”.
Yo aplico esta máxima a casi cualquier aspecto de mi vida. Me encanta improvisar, es cierto, y la verdad es que si no fuese así no sé qué sería de mi teniendo en cuenta el carácter de P. (para que os hagáis a la idea, según S., mi mejor amigo, mi vida “es una constante incertidumbre”). Vamos, que para poder improvisar lo que hago es contemplar todas las posibilidades con antelación, y así evitar sorpresas desagradables.
En el terreno de los viajes, esto se corresponder habitualmente con contar con:
- Una maleta bien planificada
- Un buen plano/guía del destino- Ciertos conocimientos sobre los usos y costumbres de nuestro anfitriónPero es que, por lo visto, y teniendo en cuenta cómo se están poniendo las cosas en esto de los viajes aéreos, la planificación de un viaje requiere mucho, pero que mucho más.
P. y yo compramos los billetes por internet hace ya tiempo, para conseguir un buen precio. Salimos de Alvedro (aeropuerto coruñés) y aterrizamos en Heathrow. Había ofertas más baratas a Stansted o Lutton, por ejemplo, pero investigando descubrimos que lo que nos ahorrábamos en el vuelo nos veríamos obligados luego a dejárnoslo en el taxi o tren correspondiente, eso sin contar con que los horarios eran infames.
El caso es que, como vamos pocos días (sólo cuatro noches), y volamos con una de esas compañías de bajo coste que sólo permiten facturar una maleta por pasajero, he tenido que dejar en casa la idea de llevarme mi amado neceser Samsonite, que adoro y que me acompaña a todas partes. Porque claro, tampoco podría llevarlo como equipaje de mano, primero porque lleva líquidos super peligrosos dentro en dosis superiores a los 100ml
(todo el mundo sabe que el champú Kerastase especial volumen puede ser mortal sabiamente administrado), y segundo porque eso me impediría llevar bolso. Sí, señores, sólo un bulto de mano por cabeza en cabina. Y el bolso, aunque sea pequeño, es un bulto de mano.
Total, que ayer por la tarde, al salir de la redacción, me planté en una perfumería para comprar dos neceseres: uno durito y no muy grande en el que meter mis cosméticos para facturarlos dentro de la maleta, y otro pequeñito y transparente para llevar en el bolso, porque, darlings, os recuerdo que los líquidos y cosméticos deben llevarse así en los viajes aéreos. Nadie sabe por qué.
En fin, que mientras la dependienta, una chica joven y muy agradable, me cobraba, comenzamos a charlar. Que si estos neceseres son estupendos para viajar, que si precisamente para eso los quiero, que si a dónde te vas, que si a Londres…
Y en medio de nuestras distendida charla le comento animada que “claro, para un viaje así lo que haré será llevarme un bolso grande que me valga para todo, y así voy cómoda y mona a la vez”.
Ayer –y hoy también, mira tú qué cosas- llevaba yo mi caprichito de estas navidades: un bolso enorme de piel negra con tachuelas, copia casi exacta del famoso Knight de Burberry, que me rechifla y que uso muchísimo.
La dependienta mira mi bolso y me pregunta “¿No pensarás llevar ese?”. Al ver mi cara de estupefacción, se explica sonriente “Te lo digo porque hace poco que estuve en Londres, y son super estrictos con las normas antiterroristas. No sé si tanta tachuela supondrá un problema”. (Como todo el mundo sabe las tachuelas son armas super peligrosas que pueden acabar con la tripulación de un avión transoceánico en menos de un minuto).
Llegué a casa estupefacta con el asunto y se lo comenté a P., quien no supo qué responderme, sobre todo teniendo en cuenta nuestra experiencias aeroportuarias de los últimos años, que paso a enumerar:
-En Lavacolla (Santiago de Compostela), hace ahora unos cuatro años, por poco acabo en pelotas. Tuve que sacarme las botas, el cinturón, desabrocharme el vaquero por si era la cremallera… todo para que al final el culpable del pitido fuese… mi sujetador!!! Por lo visto los aros son armas de destrucción masiva.
-En Barajas, hace un año y medio, un agente de seguridad me exigió presentar la receta de mis anticonceptivos orales para permitirme embarcar con ellos en el equipaje de mano, por considerarlos posibles estupefacientes. Afortunadamente acababan de cambiármelos y llevaba la recete encima para no olvidar el nombre.
-También en Barajas, hace un año justo. Terminamos por pasar por el control descalzos porque los clavos de las botas pitaban. Sin comentarios.
-De nuevo en Barajas. Viajando con Easyjet, hace cosa de un año. Resulta que sólo podíamos subir un bulto de mano por cabeza, y yo llevaba mi maxi bolso tamaño “maleta fin de semana de la familia Von- Trapp” y mi consabido neceser Samsonite, lleno de ropa esta vez. La azafata de tierra me comenta que no puedo subir las dos cosas. Yo le explico que en las normas del billete no pone tal cosa. Ella insiste, yo insisto… y P. se cabrea, me mira y me dice, delante de ella “Tú, tranquila, trae”. Le doy los dos bultos… ¿y qué hace?. Pues mete el neceser dentro del bolso. “Así vale, ¿no?”. Yo estupefacta, pero la azafata, evidentemente, más. No acertó a decir nada y nos dejó subir sin más problemas.
-En Alvedro. Hace un año. Dentro de la zona de embarque compramos una botella de agua mineral. Aún sin abrirla, fuimos a embarcar y nos dijeron que no la podíamos subir al avión. Como estaba sin abrir a P. le dio coraje y le dijo al guarda, “oiga, quédesela, no la tire, que está sin abrir”. El agente nos miró estupefacto y dijo “A ver, de un trago”. P. abrió la botella, bebió un trago y acto seguido el agente dijo “Bueno, pásenla, pero que sea la última vez”.
-En Milán, hace un año. Bajamos de un avión origen Budapest para coger otro destilo Mardid. No salimos, consecuentemente, de la zona de embarque. Llevábamos una botella de agua –para variar- comprada en el avión. En el control de embarque (sí, en Milán se hace un control aunque ya vengas de la zona de embarque) nos hicieron descalzarnos, sacarnos los cinturones, y etc, etc, etc… y evidentemente no nos dejaron pasar el agua. Eso sí, no hubo ningún problema con un broche que adornaba mi suéter, de tamaño XXL, con una aguja de enganche de más de 10 cm… que como todo el mundo sabe es cien millones de veces más inofensiva que el agua.
Todo esto sin contar retrasos injustificados, cambios de puerta de última hora, y machaques varios.
Así que, visto lo visto, se admiten apuestas…
¿PODRÉ SUBIR MI BURBERRY KNIHGT FALSO AL AVIÓN, O POR EL CONTRARIO SERÉ DEPORTADA ANTES DE ATERRIZAR?