No sé vivir sin música.Puede parecer una afirmación excesiva, algo exagerada, puede que incluso superlativa… pero es verdad, es una verdad enorme y completamente involuntaria que me acompaña desde que era niña.
Cuando era pequeña mi padre y mi madre me cantaban. Como a todos los niños. Sólo que yo no recuerdo eso de “duérmete niño, duérmete ya”. Yo lo que recuerdo es a mi padre cantando canciones de Fuxen os Ventos y a mi madre poniendo el falsete de Camilo Sexto para dormirme. Vengo de una familia atípica, ya lo he contado muchas veces antes.
Vivo rodeada de música desde que tengo uso de razón. De niña, los viajes en el Renault 25 de mi padre venían siempre acompañados de las cintas de música de mi padre. Crecí escuchando a Aute y a Pablo Milanés. Mi madre tenía un gusto algo más pop, y le encantaba ponernos sus discos los sábados por la tarde en casa de mi abuela. Organizábamos verbenas, mi hermana, mis primas y yo, mientras comíamos huevos fritos con patatas y chorizo. Bailé tantas veces aquello de “a mi lo que me gusta es el pan con mantequilla” que acabé aborreciendo esa merienda (la del pan con mantequilla, digo, no los huevos fritos). Mi cuerpo creció rápido… y poco, y con él crecieron mis horizontes musicales. Fui una adolescente precoz y rebelde, gracias, en parte, a la labor de mis tíos maternos, que me ayudaron a pasar el duro trance de los granos y las hormonas descontroladas de la mano de Loquillo –“María” fue mi tema favorito mucho tiempo-, Alaska y sus múltiples formaciones –Los Pegamoides, Dinarama, Fangoria…- Y demás delicatessen patrias.
Por aquella época me compré mi primer disco, en una tienda del centro, que se llamaba Bambuco y que ya no existe. Era un disco de Los Rebeldes. Madre mía, cómo pasa el tiempo, ahora que lo pienso. Luego llegaron The Police, Peter Gabriel, Prince, Guns & Roses… ay, qué recuerdos aquel doble lp de los de Axel Rose, regalo de cumpleaños a los 14, llegado de la mano del niño que me gustaba… “November Rain” aún me pone la carne de gallina, así de ñoña me ponía aquel chico pelirrojo con el que nunca tuve nada, pero con el que me lo decía todo entre los acordes de aquel riff salido de las prodigiosas manos de Slash. Recuerdo con nitidez el primer walkman que me regalaron. Me lo compraron mis padres como regalo de reyes allá por el año ochenta-y-tantos, y era un Sony verde con cascos forrados de espuma naranja… no podía ser más kisthc, pero a mi me volvía loca la posibilidad de escuchar música allá donde fuera.
También recuerdo con nitidez mi primera cadena de música, y el comediscos azul pitufo, y el primer reproductor de cds, que llegó acompañado de la discografía de Bon Jovi. La de sueños lúbricos que protagonizó aquel melenas en mi adolescencia. Me gustaban rebeldes, es lo que hay, aunque en aquella etapa bebía los vientos por un niño bien con título nobiliario que pasaba mil de mi, pero que fue el responsable directo de que me aficionase a REM. Fueron los años de Laura Pausini a toda pastilla, grabada de los 40, cantada a gritos con las amigas en improvisadas reuniones de tarde en un cuarto cerrado y lleno de secretos.
También fueron los primeros años de discoteca. El Playa era nuestro feudo –en cierto modo aún lo es- y allí me rompieron por primera vez el corazón al ritmo del “I fell it my fingers, I feel it in my toes” de los Wet Wet Wet, que serían muy empalagosos y lo que tú quieras, pero que venían de perlas para arrimar cebolleta en medio de la pista. Ay, esos años locos.
Llegó entonces la “Revolución de los Cantautores”. Aute regresó a mis días, en su vertiente más lúbrica, y con él llegaron Silvio Rodríguez, Ismael Serrano, Javier Álvarez… y, para compensar, un Sabina redescubierto de la mano de mi amiga Pi –ese pedazo de conciertazo que nos metimos a tiro de martes, con 16 años-.
“Así estoy yo sin ti” marcó los pasos de mi primer gran amor. Sonaba, si metías cinco duros, en la gramola vieja y destartalada de un bar más antiguo que el mundo, que ya no existe. Iba con dos revoluciones de retraso, como el tiempo cuando estábamos juntos, y cuando Sabina cantaba en el mundo no existíamos más que él y yo… literalmente, porque allí había más gente que en el metro en hora punta, incluyendo a todos los amigos de la pandilla, que nos miraban con cara de poker… bendito encoñamiento, que ni te enteras, ni te quieres enterar. Pero pese a los lentos, los besos y los magreos, mi espíritu rocker siempre ha terminado por imponerse. Mi primer beso… el de verdad, digo, ese que te hace temblar las piernas y que te deja medio idiota por un par de meses, ese beso lúbrico y sexual llegó amenizado por Calamaro cantando aquello de “aquí no podemos hacerlo”… y además era verdad, porque estábamos en una fiesta en un club privado, rodeados de señoras permanentazas de 50 años. Y nos dio lo mismo, porque en aquel momento sólo existían nuestras bocas y nuestros cuerpos, y unas ganas locas de tenernos el uno al otro. Aquello años de post-adolescencia temprana fueron maravillosos para mi. Llegó Blur, y Oasis, y Alanis Morrisette, que me encantaba y me hacía vibrar cada viernes por la noche en las pistas. Llegó Spin Doctors, y Smashing Pumpkings… ellos terminaron con otra relación, sin saberlo si quiera, y nunca se lo agradeceré lo suficiente.
Mi primera ruptura dura, durísima, casi visceral, me enseñó dos cosas: la música lo cura casi todo, y además hay un tema y un estilo para cada momento de la vida. Mi amiga E. me adjudicó entonces el protagonismo del que era el tema del momento en los locales más pop, “Soy yo”, de Marta Sánchez, y la verdad es que cantarlo a voz en grito alivio mucho mis penas.
Internet llegaba entonces con fuerza a mi vida diaria, y con él el descubrimiento de un mundo inexplorado de grupos de culto, como The Cure, a quienes ya había tanteado antes, La Habitación Roja, Suede, Los Planetas, los Piratas, El Niño Gusano, … intercambiar discos con mi amigo A. pasó a ser una especie de ritual semanal, que me ayudaba a salir de la rutina.
Pasé en aquella etapa, más cercana que lejana aún, muchas, pero que muchas horas en los bares. S. siempre me acompañaba. Y la verdad es que, aunque hay muchas cosas que no recuerdo de aquella etapa, lo que sí permanece con nitidez en mi retina son los acordes de los temas que me acompañaron entonces. Me recuerdo a voz en grito cantando a Janis Joplin en el Bar Juan, a Deluxe y su “Que no” en el Bar Egeo, a mi queridos Romeos en las sesiones golfas del Playa. Fue entonces cuando empecé a trabajar. Y aunque mi primer empleo fue como presentadora de informativos, no tardé mucho en recalar en la sección cultural de aquella televisión local. Entonces llegaron a mi vida, al mismo tiempo, P. y los conciertos y directos dos o tres veces por semana. Lo mismo cubríamos El Canto del Loco que a un pequeño grupo local, o a una formación de culto llegada de Manchester. Disfrutábamos mucho de aquellos conciertos, y siempre hemos creído que fue en uno de ellos cuando de verdad saltó la chispa entre nosotros.
El Santirock del 2003 tiene mucha culpa de que hoy sigamos juntos, y aquella noche de fiesta con Juan de Dios, teclista de Deluxe, que sirvió de previo a una madrugada un tanto extraña en la que compartimos cama por exigencias del guion, y sobre todo del poco espacio que había en casa de L., y al gran directo que Suede dio la noche siguiente, al que acudimos entre resacosos y encendidos… es que una cama de 80 provoca muchos roces inesperados. Pero para mi la verdadera banda sonora de nuestra historia la pone el “Super 8” de Los Planetas, así, enterito, que era lo que sonaba en su cadena de música cuando me desperté por primera vez en aquella cama. Nunca he dejado de buscar música. Lo sigo haciendo. Y no, ya sé que se puede leer entre líneas, no tengo criterio. Lo mismo me da La Casa Azul, cuyo primer directo en mi vida llegó en el momento perfecto, acompañado, por cierto del lp en formato djpack, que me regaló la realizadora del programa, que The Hives. Convivo perfectamente con Mando Diao y con Nena Daconte, y no tengo pudor en reconocer que lo mismo bailo con Miranda! que con The Long Blondes.
Ayer, mientras charlaba con S. por teléfono y P. pinchaba algo en el ordenador; mientras mi I-pod se renovaba con más canciones de ayer que de hoy, me di cuenta de que mi hermana tiene toda la razón del mundo: mi vida puede resumirse en canciones, una para cada momento, una para cada persona, una para cada piedra del camino. Por eso las pasadas navidades me regaló “La BSO de mi vida”. No están todas las que son, pero sin duda son todas las que están.
Así que, después de llegar al trabajo escuchando sin pudor a Los Babasónicos cantando aquello de “solita te des cuenta que te gusto, … que estás enamorada de un chico como yo”, he decidido introducir una novedad en el blog.
A partir de ahora, cada vez que postee, añadiré una nota a pie de página recomendando un tema, el que en ese momento se me haya venido a la cabeza. Me gustaría decir que lo voy a lindar en un reproductor, pero no sé si sabré hacerlo, así que, de momento, conformaos con las pistas por escrito.
Al fin y al cabo, cada día más, la vida es música. ¿ES TAN IMPORTANTE PARA VOSOTROS LA MÚSICA?
¿QUÉ TEMAS HAN MARCADO VUESTRA VIDA? Suena en mi I-pod: “Me Gustas”, de “El Efervescente Sonido de La Casa Azul”, La Casa Azul.