EL GURÚ DE LOS ZAPATOS



Mi zapatero es como un gurú para mi...



 


... por eso, cuando al salir del despacho esta tarde me he pasado por allí para dejale tres pares de maltrechos zapatitos, y me ha contado su teoría humana del zapato, me ha dejado patidifusa.

Vereis, Roberto –así se llama mi zapatero- es hijo de zapatero y nieto de zapatero... y quién sabe qué más antecesores zapateros tenía este hombre. Regenta una zapatería en el centro de la ciudad, un establecimiento pequeñito y de aspecto cálido y tradicional, donde atiende él en persona.

Yo, que no he nacido en el barrio donde ahora vivo, conocí a Roberto hace unos años, cuando me mudé. Mis relucientes zapatos rojos de ante se quedaron sin tapas, y decidí buscar un zapatero cercano que me los arreglase... y le encontré a él. A penas un mes después, mis botas negras favoritas perdieron firmeza en la cambrena (que resulta que es el arco que los zapatos de tacón forman en la base del pie), de forma que, al pisar, el tacón se escurría hacia atrás y me hacía perder el equilibrio. Le llevé entonces las botas, pensando que me las arreglaría, pero él se negó. “Yo si quieres te arreglo la cambrena, te la refuerzo, te cobro 20 o 30 euros, y en dos meses vuelves y volvemos a empezar, porque no durará más. Tú eliges”, me dijo.

Y elegí. Elegí serle fiel a Roberto y llevarte todos y cada uno de mis zapatos cada vez que, malheridos y agonizantes, pidiesen papas.

Roberto trata los zapatos con verdadero mimo.  Despliegas tu cargamento de stiletos sin tapa, botas despuntadas y bailarinas con la suela gastada sobre el mostrador de esa pequeña zapatería y observas como los coge con delicadeza, y los escruta detenidamente. Toca la piel de la puntera, mira con detenimiento las tapas, acaricia el lateral... y luego diagnostica: “necesita tapas y yo le pondría un refuerzo en la puntera. Te los tengo para el viernes”, sentencia.

Esta tarde he entrado por la puerta de mi pequeña zapatería con mucho trabajo atrasado. Me pasa siempre con el cambio de estación, que, al empezar a calzar nuevamente los zapatos que guardé con mimo seis meses antes, varios de ellos deciden coger la gripe y perder sus tapas, o depellejarse en las punteras. Así que cuando Roberto me saludó con su sonrisa habitual y me preguntó “¿Qué me traes hoy?”, tuve que hacer recuento.

Sobre la mesa dejé mis stileto negros con tachuelas, a los que les falta una tapa desde el pasado viernes, y que empiezan a mostrar debilidad en la suela. También esyaban allí los peep toe azul klein que me compré para la boda de mi amiga Uxía y que adoro con locura, desenado estrenar tapas. Y también mis botas de ante marrón, cuyos tacones flaquean, con la puntera desgastada de tanto “made for walking”.

Roberto sonrió. “¿Pero qué os ha pasado hoy a todas, que habeis venido con el cargamento de la temporada”, dijo.

Me extrañó el comentario, y le pregunté. Al parecer, la mitad de sus clientas –somos en un 99% mujeres- hemos elegido precisamente este martes para llevarle trabajo. Y, al ver que efectivamente la trastienda estaba rebosante de zapatos, solté mi frase favorita con él.

“Bueno, ya sabes que no tengo prisa”, dije.

“Ninguna la teneis, esa es mi suerte”, aseguró. “Es lo normal en las mujeres que visitan al zapatero”.

Y aquí si que ya me pudo la curiosidad... y claro, pregunté... ¿Qué tipo de mujeres visitan al zapatero? ¿las que tienen que arreglar un zapato?

“No, en absoluto”, me explicó mi gurú. “La cultura del zapatero es la misma que la de la modista o la tintorería. El mundo, de hecho, puede dividirse en dos grupos. Las mujeres que visitan al zapatero, y las que no. Las que sí recurren al zapatero son mujeres fuertes, con carácter, que saben lo que quieren y valoran lo que cuesta. Compran cosas que les gustan, no sólo porque las necesiten, y las cuidan, las miman. Son las mismas mujeres que prefieren comprar en una pequeña tienda que en Zara, o que se compran un vestido una talla más grande porque la suya les queda justa en algún punto, y luego lo llevan a arreglar a la modista, para tener lo que quieren. No es una cuestión de dinero, tengo clientas que me traen zapatos de 20 euros, de 100 euros, y de 800 euros. Es cuestión de dar valor a las cosas, no de los que las cosas valgan”.

Al parecer, según asegura mi zapatero, vivimos una segunda juventud de este tipo de mujer, “porque hace una década ninguna mujer traía sus zapatos. Si se estropeaban, los tiraba, y punto. Sin embargo, hace 30 años era una señal de distingción cuidar las cosas, arreglarlas... es señal de que has hecho un esfuerzo para comprarlas, y no quieres perderlas tan rápidamente”.

Me marché dejando allí mis tres pares de zapatos y dándole vueltas al discurso de Roberto, porque... ¿soy yo una de esas mujeres? Soy impulsiva, siempre lo he sido. Lo quiero todo, y lo quiero ya. A priori, no doy el tipo, y sin embargo... sin embargo, hace años que dejo mis zapatos en sus expertas manos. Tengo una modista de mano, que sube bajos, estrecha cinturas y da holgura a las sisas de mis compras, y hasta acostumbro a tener flores frescas en la entrada de casa.

Me gusta la idea de poner en valor las cosas... y más en esta época fast food en la que damos puerta a todo lo que no funciona como deseamos, sea una televisión, un par de zapatos, o una relación.

¿Qué hacer cuando nuestra pareja no funciona? Pues romper. Nada de intentar arreglar las cosas poniendo en valor lo que significa para nosotros ese “otro”. ¿Y cuando una amiga nos falla? Cest fini, querida, para qué tratar de hablar las cosas. ¿Y si me ofrecen un curro mejor pagado? Ciao, jefe. Sí, este trabajo me gusta más, me importa más, me interesa más... pero en el otro cobro 50€ más, así que...

He llegado a casa con la sensación de que, efectivamente, soy “esa mujer” que lleva sus zapatos al zapatero, que estrecha sus vestidos cuando adelgaza, que tras una discusión plantea una reconciliación y no una ruptura...

... y acto seguido, me he descubierto a mi misma tirando a la basura unas medias con un pequeño enganche y me he dado cuenta de que la diferencia no está entre las personas que tratan de conservar las cosas, y las que no... la diferencia está entre quieres saben cuándo hacerlo. Y en eso estoy trabajando.




SUENA EN MI I-POD:Old Time Rock&roll”,  de Bob Segar, más conocida como la maravillosa BSO de “Risky Bussines”. Un clásico pegadizo y genial!