A LA VEJEZ VIRUELAS... o la caída reveladora


Siempre he creído que, cuando nos hacemos mayores, nos volvemos como los niños que éramos, pero en peor.



Desde hace una semana, esta creencia me asalta por las noches como una pesadilla febril y me hace temblar del miedo, porque, queridos míos, últimamente no hago otra cosa que descubrir, a cada paso, indicios indiscutibles de que, me guste o no, me hago mayor a pasos agigantados.

Como casi todas las cosas importantes de esta vida, mi certeza de envejecimiento llegó a mis días de forma inesperada y sorpresiva, desvelada por un suceso accidental pero revelador.

Caminaba yo muy digna por en medio de la calle Panaderas, en el centro de la ciudad, subida a mis tacones y hablando por la blackberry mientras buscaba en el bolso-que-parece-un-enorme-saco-de-piel-color-crema las llaves de casa, cuando… patapúm, mi tobillo flaqueó al pisar un desnivel, con las manos ocupadas no fui capaz de estabilizarme, y me metí una leche en pleno asfalto como la catedral de Burgos, justo delante de una parada de autobús atestada de gente.

Un amable caballero que tenía un aire al abuelito de Heidi pero en delgado, se acercó a mi para ayudarme a recuperar la verticalidad perdida.


“¿Está usted bien?”, preguntó

“Sí, no se preocupe” respondí “no ha sido nada. Esto me pasa por querer hacer tres cosas a la vez”

“Jajajaja, claro, con esta vida ocupada que lleváis ahora… ¿pero entonces está usted bien, verdad?”

“Perfectamente, muchas gracias. Ya ve que no me he hecho nada” (mentira, mentira cochina, me hice un cardenal que ni Richelieu en sus buenos tiempos, pero eso, claro, no lo supe hasta el día siguiente, cuando descubrí que sentarme podía resultar extremadamente doloroso)


Y seguí mi camino, tan ricamente.

Este hecho aislado no tendría la menor importancia de no ser porque:


a.- Durante mi adolescencia y primera juventud fui la Reina Indiscutible de las Grandes Hostias en Público (RIGHP). Me caía en cualquier lugar, en cualquier sitio, en cualquier momento y delante de cualquier persona. Casi me atrevería a decir que de cualquier manera. De hecho, en una ocasión, bajé de culo TODAS las escaleras del pub de moda en la ciudad, con descansillos incluídos, delante de media Coruña. Pero, desde que cumplí los 23, no había vuelto a caerme nunca. Nunca.

b.- En mi peor etapa de torpe profesional, me levantaba tan rápido como me caía –plinnn- como si tuviese un resorte en el trasero. Era como una especie de acto reflejo destinado a paliar el desastre público, como si la vergüenza me pudiese. Sin embargo, cuando era niña, carecía completamente de vergüenza en el más amplio sentido de su expresión. Si me metía una leche, allí me quedaba: o bien muerta de la risa por el ridículo, o bien llorando de dolor. Nada de mantener el tipo, nada de “aquí no ha pasado nada”.

Total, que sumado a+b… me llevé un susto que te mueres… Había envejecido de golpe!!! Porque, evidentemente, rejuvenecer los descartamos por improbable, así que, dada mi teoría inicial, si un día te das cuenta de que vuelves a reaccionar como cuando tenías 15 años, preocúpate, amigo… no eres un espíritu joven, no… eres un viejo en potencia!!!

Me entró una especie de pánico –justificado- que me costaba horrores dominar, porque ¿cuándo había sucedido? ¿cuándo había yo, en la plenitud de mi vida, comenzado un declive sin retorno? ¿Y por qué coño ese declive no me había avisado en tiempo y forma, como procede, eh?

Dando vueltas al tema no conseguía encontrar EL MOMENTO en el que mi yo soy-una-treintañera-estupenda se había transformado en mi nuevo yo me-estoy-haciendo-mayor, pero sí conseguí encontrar indicios más que claros que servidora, en su infinita gilipollez, había decidido ignorar. Porque, efectivamente, la madurez había avisado, pero pasé de ella, y claro, así que me fue…

… ignoré el momento en que me descubrí ordenando el armario de forma “práctica”, dejando que la ropa “de diario” ocupase más espacio que los vestidazos con lentejuelas y las camisetas con mensaje. Como cuando iba al colegio y la “ropa bonita” era mucha menos, porque era para el fin de semana.

… ignoré el momento en el que un sábado por la noche, lloviendo a mares, decidí que ver una peli y tomar algo en casa era mejor opción que vagar de bar en bar, de barra en barra. Como cuando de adolescente aprovechaba las noches en que mis padres no estaban en casa para hacer quedadas en ella.

… ignoré el momento en que, al salir de compras, me entraron unas ganas locas de hacerme con “aquel vestido” que era evidentemente inapropiado para casi todo, pero era “perfecto para mi”. Como cuando, con 15 años, me empeñaba en comprar prendas que me ponía poco o nada por falta de ocasiones para lucirlas.

… ignoré el momento en el que, viendo una película del inigualablemente atractivo Gael García noté un subidón de líbido completamente incontrolable. Como cuando, a los 20, era capaz de pasar días en la cama del amante del momento, de pura lujuria.

… ignoré el momento en que, cruzando por un paso de cebra, un coche estuvo a punto de atropellarme, y, en lugar de gritar, o correr, me dije “que pare él”. Como cuando con 8 años creía que el mundo giraba en torno a mi ser.

… ignoré el hecho de que, cada vez que me subo al coche y pongo la radio, o un cd, o el i-pod, canto a voz en grito, y gesticulando, como si estuviese actuando delante de 700.000 personas en medio del Madison Square (de hecho, en una ocasión, otro conductor me pidió que bajase la ventanilla para decirme “Es Green Day, ¿verdad?”… imaginaos cómo actúo de bien, que se entendía la canción y todo). Como cuando era cría y la música me subyugaba hasta el extremo de hacerme perder le consciencia de la realidad.

… ignoré el hecho de que últimamente todas mis compras tengan un sospechoso parecido con mi armario del año 1998… jeans de corte clásico, camisetas puras, colores neutros (sobre todo negro, negro, negro…), y que vuelva a subyugarme la idea de ir a trabajar con vestidos entallados y clásicos. Como cuando empecé a currar hace años.

... ignoré la pasión con que recibo últimamente las invitaciones a fiestas, salidas con amig@s y, sobre todo, las "quedadas de chicas". Una especie de regresión a aquellos momentos en que tomarse unas cañas-copas-loquefuese en compañía de mi gente era el acontecimiento de la semana, y la mejor opción de ocio que se me pasaba por la cabeza. Como cuando tenía 15 años y quedar en "Otros Tiempos", nuestra cervecería de cabecera, era una cita ineludible y magnífica.

… me empeñé en ignorar el hecho de que vuelvo a llevar el pelo corto… y me veo bien con él, además de haber recuperado mi color natural. Como hace la friolera de 17 años.

… ignoré mi pasión por las uñas de color oscuro, y por hacerme la manicura. Algo que no me pasaba desde los vientipocos.

Ignoré todas esas señales… pero no pude ignorar la hostia que me metí el otro día, porque esa leche en pleno asfalto me ha abierto los ojos –amén de una pequeña herida que cura maravillosamente, gracias-.

Es un hecho, es una realidad innegable y completamente arrolladora. Me estoy haciendo mayor y yo ni si quiera lo sabía.

Así que he decidido asumirlo y mirar el lado positivo. Si cuando nos hacemos mayores nos volvemos como cuando éramos niños, pero en peor, yo estoy inmersa en un proceso que me llevará poco a poco a convertirme en un ser adorable que se reirá a carcajadas todo el rato, escribirá cuentos de misterio en el que sus amigas serán las protagonistas, bailará a Loquillo en las ducha como si no hubiese mañana y se sentirá atraída por todos los rebeldes con pinta de atormentados que se encuentre por el camino (algo que, afortunadamente, hoy tendrá un final más feliz, porque sus ataques de lujuria los pagará mi rebelde particular).

… bueno, y también me meteré unas hostias como panes. Pero ahora tengo amigos farmacéuticos. Carmen, Luis: id preparando el arsenal de tiritas.




SUENA EN MI I-POD: La canción de Geen Day que bailaba y cantaba aquel día que el conductor de al lado, descojonado de risa, fue capaz de leer mis labios, era “In The End”, mi tema favorito del Dookie, el primer disco de la banda californiana que llegó a mis manos (tercero de su discografía oficial), allá por el año 1994, y que desde luego marcó una época. Una época que, por lo visto, vuelve… preparaos, jajajaja.