Con esta frase cerraban ayer a mediodía la pieza del Telediario de TVE que anunciaba el Día Internacional Contra el SIDA, que se celebra el 1 de diciembre.
Y yo escuché la frase mientras le daba un bocado a mi atún rojo con algas –es que ahora me ha dado por la cocina experimental… pero eso os contaré otro día- y me quedé tiesa.
Se ve a P. le pasó lo mismo, porque los dos nos miramos al tiempo y fue como un flash… “eso significa que dos tercios son heterosexuales” dije yo. “O sea, que la mayoría de los contagios de SIDA entre los jóvenes del siglo XXI se producen entre los heterosexuales”, apuntó P… y tenía razón.
Me preocupó sobremanera la noticia, no tanto por las cifras –alarmantes siempre, sean las que sean- sino por el contexto en el que la situaban.
En nuestro mundo occidental y consumista donde el Estado del Bienestar es todavía una realidad, pese a quien pese, el SIDA se ha convertido en una enfermedad crónica, con todos los pros y contras que eso conlleva. El “pro” más evidente es la mejora de la calidad de vida de los enfermos, y por supuesto, de su “cantidad” de vida. Un enfermo de SIDA en 1985 tenía muchas probabilidades de morir joven. Hoy en día, su esperanza de vida a penas se ve reducida en un quinquenio –cinco años- si tiene acceso a la medicación adecuada. O sea, si vive en occidente y tiene seguridad social, en casos como España, o un buen seguro médico, en casos como Estados Unidos.
Pero la “cronificación” del SIDA tiene también sus “contras”, menos visibles pero no menos importantes. Hemos convertido el SIDA en algo “ajeno”, con lo que costó que nos diésemos cuenta de que era un problema de todos, que nadie estaba a salvo en su pareja monógama heterosexual. Vemos el SIDA como algo lejano y, al mismo tiempo, como una enfermedad que, al no resultar ya mortal, ha perdido pegada mediática, y con ella impacto social. Y eso es un error muy peligroso.
Basta con recuperar la frase que encabeza este post para darnos cuenta de que, con el paso del tiempo, con la normalización de la enfermedad, hemos vuelto al comienzo, como la pescadilla que se muerde la cola.
Cuando el SIDA brotó a la luz pública se la calificó de “Enfermedad Homosexual”. Se daba por hecho que una pareja heterosexual, por promiscua que fuese, no podía contagiarse.
Con los años y las evidencias abrimos los ojos. El SIDA podía tocarte a ti también. Mejor poner condón de por medio, no fuese a ser… Incluso llegamos a comprender que las relaciones sexuales no eran la única vía de contagio, aunque sí la más frecuente, seguida de cerca por el intercambio de jeringuillas en la etapa de las drogas intravenosas, y por algunas prácticas pseudo-médicas poco o mal controladas.
Pero todo pasa, y todo queda, que decía el maestro Machado, y pasaron los días, los años, las décadas… y el SIDA se quedó. Se quedó como estaba en el tercer mundo, donde el contagio es masivo, donde los retrovirales no existen, o no se sabe dónde están, o sencillamente cuestan un Potosí para quien sobrevive con medio céntimo al día… y se quedó convertido en molesto pero tolerable compañero de viaje en un primer mundo que pensó “si no puedo derrotarlo, al menos que él no me derrote”. Y con este pensamiento hemos crecido una generación entera, la que ahora comienza a copar puestos y vida.
Cuando éramos niños el SIDA-NODA adornaba las paredes de nuestros colegios. Ahora que somos adultos, los mismos que a los 15 asegurábamos estar concienciados con respecto al SIDA firmamos piezas de informativo con datos como el que encabeza el post. “De los menores de 35 años contagiados de SIDA, un tercio son homosexuales”. Volvemos a darle a la rueda una vuelta más. Pensamos "El SIDA, esa enfermedad lejana, si no soy homosexual ni vivo en el Congo, malo será… "
Y sí, malo es un rato. De cada tres personas menores de 35 años contagiadas de SIDA en España, dos podrías ser tú. No lo olvides.
SUENA EN MI I-POD: El viernes estuve en el Ovidio, nuestro bar de cabecera, y Pedro me puso un par de temas de “Playing for Change”, un disco grabado en mil y un sitios, con versiones magníficas de clásicos del pop y el rock. Es un disco coral en el sentido más estricto de la expresión: voces y formas de interpretar tan diferentes como similares en su fondo; la música como unión, nunca como elemento de separación.
Echad un ojo al video en el que se versiona el “Stand by me” de Ben E. King. Pone los pelos de punta tanto sentimiento.