NI-NI-NI-NI-NI-NI...

“Yo es que fui al INEM y cogí número pero… pufff… estaba aquello petao, tío, que dije, me va a dar aquí la hora de comer”


Esta frase lapidaria dónde las haya la soltaba el otro día por mi televisor –bueno, doy por hecho que la soltaba por el de todo quisqui, claro- uno de los participantes en el nuevo “reality” de la Sexta: Generación Ni-Ni… y esto en el trailler, eh, no os creáis que era el plato fuerte. Así para empezar, vamos.

La verdad es que el trailler –y cinco minutos del primer programa- es todo lo que he visto de este nuevo formato, y, o las cosas cambian mucho, o me temo que es todo lo que pienso ver. Y no porque sea malo el programa, que no lo sé, porque ya he dicho que no lo he visto… es básicamente por salud mental. Es que me deprime.

¿Y cómo no me va a deprimir? A ver, Generación Ni-Ni pretende retratar a un sector presuntamente abundantísimo de nuestra sociedad. Jóvenes de entre 15 y 25 años que cuya mayor meta en la vida es ser el que más kalimotxo bebe. Todo un logro, sí señor. El nombrecito lo acuñaron, años ha, unos sociólogos que descubrieron esta tendencia social, el “ninieismo”… Ni estudio, Ni trabajo, Ni ná de ná.

El interfecto en cuestión del que os hablo aseguraba que claro, sus intenciones eran buenas. Él quería trabajar, era el estado el que le ponía la zancadilla una y otra vez llenado de obstáculos –en forma de parados como él- las oficinas del INEM de su barrio. Coño, es que así no se puede, que uno llega al INEM con todas sus buenas intenciones de encontrar un puesto modesto, qué sé yo, de consejero delegado de Telefónica o algo así, y le dicen que tiene que esperar cola… y no una cola cualquiera, eh, no, no… una cola “que te cagas” que te va a dar allí “la hora de comer”… hombre, eso es intolerable. Yo le comprendo.

También comprendí en la misma medida a la muchachilla de cara de pan de peso y pelo fosco que aseguraba que se había quedado embarazada dos veces –y abortado las mismas, claro-, porque le había pillado “un calentón, y claro, si te pilla así lo haces marcha atrás, pero antes de llover, chispea” (esta frase merece un lugar en el olimpo de las sentencias para mear y no echar gota, así de claro te lo digo). Su razonamiento lo completaba con la siguiente afirmación “yo si me cierran la discoteca me vuelvo loca”.

Luego había dos personajes, que no sé muy bien cómo calificar, que reconocían sin pudor ni miramiento alguno haber robado a sus padres. Y no hablo de sisar la vuelta del pan, o de coger “cinco duros” (qué vieja soy) de la cartera de mamá para chuches. Estos amigos de los ajeno trabajan a lo grande, señores. Una decía con todo su cuajo: “No, hombre, pues yo lo más que habré robao fueron 1000 euros a mi madre”. Que a mi lo que de verdad me pasma es qué madre anda con 1000 euros de calderilla en el bolso… porque como no sea la Pantoja, es que no sé…

Lo mejor de estos dos eran sus padres, sobre todo el de los 1000 aurelios. El chaval tenía un descapotable que metía miedo, un ordenador que vale más que mi coche, ropa tan cara que podría dar de comer a un país pequeño con una sudadera… y su madre decía que lo conseguía “camelándose a sus tíos”… y yo temblaba, de verdad os lo digo.

El trocito de programa que llegué a ver buscaba que los padres, cuyos Ni-Ni vástagos estaban ya encerrados en el reformatorio-plató, metiesen en unas cajas de cartón rotuladas con el logotipo del programa aquellas cosas que sus hijos más deseasen. El truco está en que, o el pequeño engendro de Satán supera las pruebas de humanidad y civismo del show y se convierte en un ser de provecho, o no recuperará sus pertenencias.

Algunos padres me parecieron inteligentes: el cochazo del bollycao de los 1000 aurelios, el ordenador, la consola… cosas que no vas a poder recuperar por otro lado, porque son caras, o porque están fuera de tu alcance.

Otros padres me parecieron gilipollas integrales: “tu camiseta favorita de dormir”, decía una madre a cámara, enseñando una camiseta de algodón de Oysho… sustituible al 100%. “Tu foto favorita con tus amigas”, decía otra… porque todos sabemos que las copias digitales son carísimas, y no podrá pagar una jamás… en fin.

El caso es que me quedé absorta con el programa, no tanto por su contenido como por lo que el mismo despertó en mi, porque… ¿de verdad la generación que me sigue, la de mi hermano, la de mis primos, tiene como meta en esta vida “salir, beber, el rollo de siempre”? ¿De verdad hay una generación entera, con nombre y todo, que considera que coger 1000 euros ajenos es “una chiquillada”? ¡en serio hay por el mundo post adolescentes tan tontas como para pensar que la marcha atrás es un método anticonceptivo?

Daba vueltas a todo esto, y, de repente, me asaltó una duda aún mayor… todos estos engendros… ¿son fruto de una mutación genética, o nosotros mismos los hemos creado? ¿Ya no somos capaces de educar a los adolescentes? ¿Qué ha cambiado entre lo que mis padres me enseñaron y lo que yo enseñaría a mis hijos?

La palabra “consentidos” acudía a mi cabeza con cierta fuerza, pero me negaba a aceptarla. Consentir a un niño no es bueno, en eso estamos de acuerdo. Pero yo no crecí en una familia restrictiva, ni estricta. Tuve –casi- todos los caprichos que desee, juguetes, ropa, viajes (dentro de un orden)… salía de noche, antes incluso que muchas de mis amigas, tuve novio pronto (depende de comparado con qué, claro) y subía a casa de mis padres cuando ellos no estaban, y me lo consintieron. .. y yo sí tengo metas, sí quiero hacer cosas, sí quiero trabajar, sí pienso que quitarle dinero a alguien es robar, si creo en el esfuerzo y en la responsabilidad.

Pero entonces… ¿qué es lo que ha cambiado? ¿En qué punto del camino nos hemos perdido? ¿Qué fue antes, el huevo, o la gallina? ¿Somos nosotros lo que no sabemos educar, o es que es más fácil aprender lo malo, porque además sus resultados son más inmediatos, más hedonistas, más placenteros?

No conseguía dar respuesta a estas preguntas, y mucho menos a otras más escabrosas… no conseguía entender qué es lo que pasa por la cabeza de un tío de 24 años que dejó los estudios a los 16 para no hacer nada con su vida y se dedica a gorronear pasta de las cuentas corrientes de sus padres para pagar sus juergas… y entonces la radio me escupió una nueva noticia: El Rafita, el único menor que participó en la tortura y asesinato de Sandra Palo, una deficiente mental de 21 años, termina su presunta libertad vigilada dentro de unos meses. Volverá a la calle, después de haber robado un par de coches, y esos serán sus únicos antecedentes penales, porque cuando pegó, apaleó, quemó, atropelló y finalmente asesinó a Sandra Palo aún era menor, así que este delito no figurará en su historial. Es lo que tiene.

No soy ajena a la violencia. Creo que todos podemos llegar a matar. En defensa propia. En defensa de alguien que queremos. Por miedo. Por ira. Por venganza. Pero lo aterrador de este crimen es que se cometió “porque sí”. Porque podían, porque querían. Porque quisieron.

Rafita tenía 16 años cuanto cometió esta atrocidad. A penas algunos más tienen los presuntos asesinos de Marta del Castillo. Y de repente las dudas de antes me parecieron más urgentes, más reales… más terribles.

Porque sigo sin saber qué es lo que estamos haciendo mal, pero mi tendencia a la psicología grupal me hace pensar que tal vez no sea tan peligroso, tan importante, tan urgente, el “qué”, como el “cómo”. Y eso sí que me dio miedo.


SUENA EN MI I-POD: Esta mañana venía al despacho escuchando “Highway to hell”, de los AC/DC, un clásico del rock que los EXIT versionan casi cada jueves en la Mardigras con maestría… y ahora pienso que tal vez el tema sea terriblemente premonitorio. Quiero creer en la humanidad, os lo juro… pero a veces ella no me deja.
P.D: He llegado a los 100 seguidores... flipo, sinceramente.

EL EFECTO "POYAQUE"

Me lo advirtieron.



Me dijeron “no te metas, que es peor”… pero yo soy una mujer adicta al riesgo, me encanta meterme en jardines de los que no sé cómo salir. Así que cuando mi casero dijo “sí, quiero” a la renovación del contrato de alquiler, yo dije “pa´lante como los de Alicante”… y me metí en reformas.

Sí, sí, que ya lo sé, que es una estupidez enrome, pero comprendedme… las ansias de cambio pudieron conmigo… yo qué sé, año nuevo vida nueva y todos esos tópicos absurdos. El 2009 fue bastante asqueroso en casi todos los sentidos, y después de renovar mi fondo de armario, mi zapatero, y hasta el color de mi pelo, ya sólo me quedaba darle una vuelta al apartamento para convertir mi vida en un nuevo escenario.

Y encima estaba “lo demás”… “Lo demás” son todas esas cosas que se van acumulando durante años de vida en una casa antigua, aunque remodelada: humedades fruto de las goteras de la terraza, desconchones fruto de las citadas humedades, el desgaste inevitable de unos electrodomésticos de gama más bien baja –o sea, el equivalente a la Serie Z de las pelis de los 70, vamos-…. Esas cosas.

Todo comenzó con la necesidad de pintar el dormitorio. Porque esto sí, os lo juro, es una necesidad. Empezamos a pensar en el color de la pared principal y terminamos conviniendo que, si pintábamos, lo suyo era instalar calefacción para evitar futuros problemas de humedades en nuestra recién estrenada pared. Y claro, si metes calefacción en el dormitorio, no vas a dejar en pleno Ártico el salón: pues ea, dos radiadores en lugar uno, que los regalan, oiga.

Cuando ya teníamos decidido este punto, recordé que la mampara de la ducha no cierra muy bien… y total cambiar una mampara es una chorradita, que se hace en un pis pas… pues ea, mampara al canto… y cubretendales, que te los hacen en la misma tienda.

En estas estábamos P. y yo cuando la nevera comenzó a hacer ese ruido que tanto le gusta a ella… como de morirse, agonizando, vamos, y nos dijimos “oye, igual había que cambiar la nevera, la lavadora, que tiene la puerta estropeada y en cualquier momento nos inunda la cocina”… y claro, eso sí que no. Pero oye, ya que decides cambiar eso, no te cuesta nada meter unos eurillos más y poner un lavavajillas, que nos hace mucha falta, con el poco tiempo que tenemos (siempre que digo esto trato de recordarme a mi misma que los platos hay que meterlos dentro y recogerlos igual… pero no hay manera, oye). Bueno, pues eso, que electrodomésticos nuevos también.

Hicimos cuentas, rompimos el cerdito y vimos que podíamos permitírnoslo, y dijimos: pues nada, llamamos a un pintor, y nos damos una vuelta por mediamark a comprar los electrodomésticos…

…y aquí comenzó la pesadilla… el temido Efecto Poyaque”.

El Efecto Poyaque es esa extraña posesión pseudodemoníaca que se apodera de quien ha decidido hacer reformas en casa, y consiste en que hagas lo que hagas, a mejor opción te obligará siempre a tocar o reformar algo que, a priori, no tenías pensado tocar.

En nuestro caso comenzó a manifestarse por culpa del hijoputa que diseñó nuestra cocina. Nuestra cocina es grande, pero mal aprovechada, de modo que todos los electrodomésticos vienen engastados, encastrados en el mueble central, lo que limita mucho tus opciones a la hora de elegir una nueva nevera.

A priori eso no supone un problema. Nosotros, al menos, no lo vimos. Nosotros medimos el hueco de la nevera, anotamos las medidas y desembarcamos en medio del mediamark para comprobar que nosotros no, pero el ingeniero que diseñó la puta cocina un poco tonto sí que era… porque optó por encastrar una nevera de las de la categoríaa “medidas especiales”… o sea, medidas especialmente jodidas de encontrar. Consecuentemente, nuestro hueco de la nevera sólo permite colocar en él una idem exactamente igual a la que tenemos... y aquí comienza el “poyaque”.

Porque “poyaque” te metes a comprar una nevera nueva, mejor comprar una buena, con un congelador decente… pero claro, para es hay que hacer obra de carpintería en el mueble de la cocina, y “poyaque” haces obra en el mueble, qué más te da meterte un poco más y dejar bien instalado el lavavajillas… en lugar de meterlo en el rinconcito que tenías reservado, es mejor hacer un poco más de obra, y colocarlo bajo el calentador de agua… aunque espera… porque… “poyaque” que decides meterte en eso, mejor tira el mueble auxiliar entero y deja ahí la nevera, que como queda separada puede comprarte una de esas preciosas de colores tipo retro, claro que no pegaría mucho con la encimera rústica… pero ¿quién dijo miedo?, porque “poyaque” te pones, hija, por poco más cambias la cocina entera. Y queda ideal.

Y yo en mi infinita estupidez me planteo, ¿y a mi qué me importa que quede ideal, si la cocina la piso lo menos posible? Hombre, es verdad que nuestra cocina tiene una especie de imán que atrae hacia ella a los invitados, y claro, será genial para organizar fiestas… pero si cambio la encimera debería cambiar la baldosa del suelo… ay, no sé…

A mi el “poyaque” cocinero me daba más igual, porque si hay que comer fuera una semana, pues mira, se come y punto… pero es que anoche comenzamos con el “poyaque” dormitorio, y este ya me preocupa más, porque claro, dormir sí que quiero dormir, ese es otro tema.

Y es que lo que empezó siendo una manita de pintura empieza a convertirse en “poyaque” pintas, puedes empapelar con uno de esos papeles de diseño el cabecero… espera, que no tengo cabecero… bueno, “poyaque” te pones compras uno… pero si yo quería una habitación minimalista… pero claro, es que… porque a la que estás, y para que el radiador quepa mejor, lo ideal es cambiar la estantería del estudio… espera, espera, espera, “poyaque” la vamos a cambiar, por qué no encargamos una más grande, a medida, y nos traemos la biblioteca de casa de tu padre… ay, pues mira, qué buena idea. Pero si hago eso le encargo a juego con la mesa de montaje… ¿Cómo que qué mesa? ¿No pretenderás que cambie todo menos esa mesa horrible del Carrefour?...

Y así andamos. A día de hoy he logrado cagarme en los muertos del diseñador de mi cocina, decidir que, haga lo que haga, cambiaré las lamparitas de la mesilla de noche, y llamar a un especialista que vendrá mañana para decirme una de estas dos cosas:

a/ Señora, está usted loca o qué??

b/ Sí, señora, se puede hacer lo que usted dice, pero yo haría otra cosa, porque “poyaque” hace usted esta obra, yo cambiaría el parquet de salón, el color de las puertas y de marido, si ve usted que tal, porque este le va a combinar muy malamente con las cortinas nuevas… porque no irá a dejar esas cortinas en el dormitorio, verdad?

¿Qué os apostais a que me hubiera salido más cómodo y barato mudarme? Pero claro, “poyaque” me pongo…


SUENA EN MI I-POD: Jace Everett es una de esas voces del country rock americano que sin duda merece la pena descubrir. Su tema “Bad Things”, incluído en el álbum de 2006, “Jace Everett”, es el tema principal de la serie vampírica True Blood, y engancha casi tanto como ella. Tiene contraindicaciones de adicción, lo aviso… que el que avisa no es traidor.

TECNOLOGÍA PUNTA

Últimamente hablo tanto por teléfono con el servicio de atención técnica de R que he llegado a crear ya un vínculo emocional con ellos, de manera que cuando el pasado viernes un post-adolescente brasileño llamó a mi puerta para tratar de encontrar el fallo en mi router, no sabía si ofrecerle un colacao con galletas o directamente pedirle matrimonio. A fin de cuentas, era ya como de la familia.



De hecho, me llevé incluso una pequeña decepción al ver aparecer por mi recibidor a aquel jovencito tostado por el sol y de sonrisa profident, más que nada porque creo que, después de todas las veces que he llamado, deberían ponerme un técnico de cabecera y no andar cambiándome de hombre así, al chou, constantemente. Hombre, es que tanta variedad me desconcierta.

Mi problema es que mi wifi no funciona. Bueno, no es que no funcione. Es que funciona un rato sí, un rato no, como el Guadiana, y me deja colgada cuando menos me lo espero. Antes de contratar el wifi no había tenido jamás problemas de conexión, pero desde que Mac entró en mi vida en forma de portatil, se imponía cambiar nuestra antediluviana conexión por cable por una moderna conexión inalámbrica, así que contratamos el wifi.

Un técnico muy majo vino a casa, nos cambio el router y nos dio una clave… y ahí empezaron nuestros problemas. Había días en que podías conectarte tranquilamente, sin problemas… y otros en los que el Google tardaba tanto en cargar que sencillamente se acababa la batería del portátil antes de que pudiese consultar el estado de mis cuentas.

Empezó entonces un calvario de llamadas al servicio de asistencia de R… vino un nuevo técnico, cambio de nuevo el router, y cuando se fue la conexión iba a las mil maravillas, pero media hora más tarde el problema había regresado, y con él mi cabreo.

Cada vez que llamaba, una amable chica me aseguraba que en su pantalla no aparecía error alguno… pero el caso es que en la mia lo que no aparecía era el Google… vamos, que seguía sin poder conectarme. Nadie era capaz de encontrar el fallo, y no porque fuese muy difícil… sino por el simple hecho de que, en cuanto algo similar a un técnico asomaba por la puerta, la conexión decidia reestablecerse sin problema alguno por su cuenta y riesgo, dejándome en ridículo y de nuevo aislada del Word wide web en cuanto el experto abandonaba mi hogar.

Este tipo de sucesos paranormales han terminado por convertirse en una constante en mi vida.

No sé a vosotros, pero a mi, el 90% de los aparatos electrónicos me odian. Los ordenadores, las impresoras, los teléfonos… incluso las cafeteras o los hornos. Todo aquello de ser susceptible de estropearse se estropea si yo estoy cerca… y se arregla automáticamente en cuanto llamo a un técnico antes de que este pueda siquiera tocarlos.

Esta manía de los aparatos electrónicos por tocarme los bemoles me tiene ya tan harta que el otro día, comentándolo con unos amigos, me sentí extrañamente feliz al comprobar que no soy el único ser humano al que la tecnología putea. Entre mis allegados hay quien se ha pegado con impresoras, televisores y lavavajillas sin resultado alguno, para que, acto seguido, y ante la presencia de un técnico, el aparatejo en cuestión funcionase a las mil maravillas.

Y yo, en mi infinita estupidez tecnológica, me pregunto, ¿será a caso que los aparatos y los técnicos está compinchados para fastidiarnos? ¿o será que, al presentir la presencia de alguien capacitado para destriparlos, los aparatejos vuelven milagrosamente a la vida? ¿sentirán los portátiles terror a los técnicos, o es sencillamente que soy una analfabeta tecnológica?

Estas dudas me corroen desde hace años. Sólo son comparables a esas sensación extraña que se te queda en el cuerpo cuando, después de buscar desesperadamente ESA camiseta que sabes que dejaste sobre la cama antes de entrar el la ducha, llamas a tu pareja y él, sencillamente alarga la mano y la coge. Estaba allí, al parecer, pero debió haberse escondido mientras la buscabas hasta dentro del pijama, para gastarte una broma, supongo.

Los únicos seres comparables a los técnicos de mantenimiento en cuanto a capacidad de acojones de aparatos domésticos variados son las madres… o un amigo informático, en su defecto.

Todavía recuerdo con inquietud un tarde de martes de hace unos 7 años. Me había roto la rodilla en una estúpida caída en el Paseo Martímo y llevaba unos días sin poder salir de casa, aburrida y atada a unas muletas. En una de esas tardes de agonía solitaria, había decidido poner un vídeo. Al terminar de ver la película, pulsé eject para guardarla… pero no pasó nada. Repetí la operación tantas veces que desgasté el botón, y, por supuesto, apagué y encendí de nuevo, una operación completamente inútil pero que siempre, invariablemente, repetimos cuando un aparato se niega a obedecer.

El caso es que aquella tarde estaba aburrida en el salón cuando me llamó un compañero del trabajo, un buen amigo que además es técnico de mantenimiento. Me preguntaba si quería compañía aquella tarde… y evidentemente dije que sí.

Cuando llegó traía un par de paks de cervezas y un película.

“Qué bien” dije “Aunque la peli tendremos que dejarla para otro momento, porque el video se ha atascado”

Me fui a la cocina a por unos vasos, y al volver, Luis tenía en sus manos mi cinta y en su cara una graciosa sonrisilla de satisfación.

“Vaya!! Cómo lo has conseguido?” pregunté extrañada, asombrada y agradecida a partes iguales

“Pues pulsado eject” dijo él mientras alargaba sus manos para coger el vaso de cerveza.

Pues bien, la historia es cíclica y aquí estamos de nuevo, mi necedad informática y yo. En estos momentos la conexión va como una bala, después de que mi técnico brasileiro hiciese… pues nada, nada de nada, porque no encontró error alguno en el sistema, ni en mi router, ni en ningún lado. Pero yo, que soy más listas que los bits, sé que los problemas regresarán, y cuando regresen, esta vez no llamaré a ningún especialista. Me estoy planteando seriamente exorcizar la conexión. Seguro que con eso la acojono para siempre.


SUENA EN MI I-POD:Blue Hotel”, de Chris Isaac, una voz inconfundible con unos ojos completamente sobrehumanos… como mi conexión Internet.

GUAPA!!!

Cualquier día de diciembre, siete de la mañana, tres o cuatro grados de temperatura, las calles desiertas y una llovizna absurda estropeándote la melena como telón de fondo.



Tú caminas por la calle Orzán, medio dormida y al borde del colapso, tratando de recordar si lo que rociaste en tus axilas era desodorante o laca para el pelo. Estás cansada, quieres volver al calor de la cama, y lo único que te impulsa hacia el despacho es la certeza de que al menos en la oficina hará algo más de calor que esta gélida calle en pleno mes de diciembre.

Mientras sigues dándole vueltas al dilema del desodorante al tiempo que recapacitas mentalmente sobre la cantidad de asuntos pendientes que dejaste ayer sobre la mesa, un hombre de mediana edad sale a tu paso.

Ni guapo, ni feo, ni gordo, ni flaco, ni alto, ni bajo… un tío normal. Se cruza por tu camino en medio del desierto de asfalto que son las calles a esas horas intempestivas de la madrugada, y, como quien no quiere la cosa, te mira de soslayo y suelta:

“Eres lo más bonito que he visto esta mañana”

De repente, ese tío normal te parece un cruce perfecto entre George Clooney e Ewan McGregor. Se ha convertido en un super héroe. Sigue haciendo un frío de cojones y la maldita lluvia aún está estropeando lo que pretendió ser un precioso alisado, y desde luego tus dudas acerca del desodorante siguen ahí, pero en este momento te importa un cuerno. Porque ese desconocido que igual es un asesino a sueldo, o incluso algo peor, ha dicho que eras lo más bonito que había visto esa mañana, y todo lo demás ha dejado de tener sentido en tu existencia.

Tal es el poder del piropo.

Yo, después de esta experiencia religiosa, he llegado a la conclusión de que los piropeadores, independientemente de su sexo, condición o etnia, deberían estar subvencionados por el estado. Porque, a ver, nos gastamos miles de euros en levantar una y otra vez la misma calle, que a veces me planteo si la cuestión será arreglarla o recuperar algo que se dejó dentro un operario la última vez, y no invertimos ni un solo céntimo en levantar la moral de las personas humanas que, como yo (o sea, como casi todos) nos pegamos unos madrugones inhumanos para ganarnos el sustento… y lo que no es sustento también.

Y esto lo digo yo, que siempre he presumido de “feminista” en el sentido menos extremo de la expresión. Pero es que yo soy de las que cree que los piropos son como los boomerangs, de doble dirección. De hecho, las mujeres deberíamos animarnos más y soltar algún que otro piropo a los hombres, que hay por ahí alguno que se los merece!!

El piropo, amigos, es un bien que debería ser nacionalizado, y que además, en los últimos tiempos, parece estar en peligro de extinción. Se ha perdido esa costumbre tan maravillosamente halagadora de llamar “guapa” a la morena que pisa con garbo, y eso es a todas luces inexcusable. Y lo mismo digo de la escasez de “tío bueno” que se escuchan últimamente.

Yo creo que el mejor piropo que se puede decir es siempre el más sencillo, porque suele ser el que suena más sincero –aunque sea más falso que un euro de gominola-, y por lo tanto suele resultar más efectivo. Un “guapa” a tiempo es siempre un triunfo. Aunque, como en casi todo, hay tantas variedades que es imposible no encontrar uno que te guste.

Hay piropos literarios, de esos elaborados, del tipo “no te miro a los ojos, por si me convierto en piedra”, que suelen resultar un poquito empalagosos pero que son perfectos para el día en que uno se siente romanticón y embobao.

Hay piropos físicos, de esos que salen de las entrañas, que a veces rozan un poco la chabacanería pero que son de lo más estimulantes en los días grises en que te sientes juguetón. A esta categoría pertenecen frases que son ya patrimonio de la humanidad, como “eso es carne y no lo que echa mi madre al cocido”.

Luego están los piropos originales, los que tienen un puntito de elaboración casera, como aquel que me soltó una vez un obrero madrileño –grandes profesionales del piropeo donde los haya-, “eres más bonita que la navidad y la pascua juntas, niña”.

Están también los piropos sexuales. A mi estos son los que menos me gustan, por evidentes. Yo es que soy más de lo sugerido, lo translúcido, lo que deja espacio a la imaginación. Pero comprendo que habrá quien adore las frases esas de “si tu culo fuera azucar sería diabético” o “te comía entera, vestida y todo, aunque cagara trapos un mes”.

Mis favoritos son los piropos inesperados, los que te pillan por sorpresa. Y, dentro de esta categoría, los piropos interactivos son mi perdición. Esos en los que es necesario que tú intervengas de algún modo. Por ejemplo, paseas por la calle, y un chico te para para. Parece que te va a pedir la hora, pero te pregunta algo así como “¿tú sabes quién es el presidente del gobierno?”. Como le ves cara de agobio, respondes, pensando que está perdiendo una apuesta, o algo así, y una vez que has contestado, te suelta “o sea, que la perfección existe: guapa y lista. Qué maravilla” (esta historia es real, y me encanta recordarla!!! Jajajaja)

En España existen verdaderos profesionales del piropeo, y no me refiero sólo a los obreros, que son, sin duda, y así generalizando, los grandes maestros de este arte casi olvidado. Hay también mujeres especialistas en hacer sentir a los que las rodean que son los más bellos, los más maravillosos… vamos, el no va más.

A esta gente deberíamos tenerlos a sueldo del estado, porque contribuyen indiscutiblemente a la buena marcha del país. No es lo mismo llegar a la oficina de mala hostia que con un “guapa” en el recuerdo reciente, la verdad. Del mismo modo que no es igual llegar a casa cabreado que hacerlo con la imagen de la chica de la parada de autobús diciéndote “morenazo, esos sí es un cuerpo y no el de bomberos”.

Hasta las parejas deberíamos dar propina a estos altruistas ángeles, que convierte la anodina convivencia en un excitante viaje. Porque claro, a una le entran el doble de ganas de fiesta conyugal cuando en sus oídos aún resuena el piropo que acaba de soltarle el frutero, por poner un ejemplo cercano.

Por todo esto, señores, me estoy planteando seriamente elevar a la Cortes una Proposición de Ley que regule el piropeo patrio, lo remunere convenientemente y obligue a que en todas las calles, en todas las aceras, en cada una de las solitarias esquinas mañaneras de los pueblos y ciudades de esta España que habitamos haya apostados un hombre o mujer que nos deleite con un piropo en los días grises.

Estoy convencida de que la Seguridad Social ahorraría millones en Prozac.



SUENA EN MI I-POD:They don´t belive”, un tema precioso de Russian Red contenido en el primer álbum de esta madrileña tan naif, “I love your glasses”. Me gustó bastante su directo en el Colón de hace unas semanas, muy entretenido, la verdad. Indie pop de corte folk para las noches lluviosas de invierno.

AÑO NUEVO... PROPÓSITOS REPETIDOS

Hace mucho tiempo que descubrí que los propósitos de año nuevo son una patraña como un mundo.



La mitad de ellos ni los cumples ni piensas en cumplirlos. De la otra mitad, una parte los comienzas y los dejas a medias, y la otra parte… bueno, la otra parte o son unos propósitos sencillamente asquerosos o son tan pragmáticos que no merece la pena calificarlos como tales.

…y aún así, cada día 1 de enero, y cada día 1 de septiembre, servidora continúa autoconvenciéndose de que “este año voy a cambiar”… el ser humano es así, gilipollas por naturaleza.

Yo creía que esto era algo así como el determinismo de Darwin en versión Ley de Murphy, pero resulta que no, que la cruda realidad es que el ser humano es incapaz de aprender de los errores… o, al menos, parcialmente incapaz.

No os lo toméis a coña, que resulta que es cierto. Unos señores muy listos –se ve que estos algo sí aprendieron- lo han descubierto… o más bien, lo han probado científicamente. El MIT (Massachussets Institute of Technology), han dedicado buena parte de su vida a investigar el comportamiento humano, y tras muchos experimentos han llegado a la conclusión de que el ser humano aprende mucho más rápidamente de los aciertos que de los errores, de modo que, cuando hacemos algo bien y obtenemos resultados de forma más o menos inmediata y más o menos satisfactoria, comprendemos inmediatamente la ecuación si A, B, entonces C, y repetimos el esquema; mientras que cuando erramos, nos cuesta reconocer que nos hemos equivocado, y repetimos una y otra vez el esquema erróneo, con, evidentemente, idéntico y nefasto resultado.

A mi esta investigación me ha pillado por sorpresa, pero estoy segura de que a mi madre le habría parecido de una evidencia casi dañina, defensora como era del refuerzo positivo. Fíjate, tantos años tratando de convencer a mis profesoras que era mejor premiar los 10 que castigar los 0, y resulta que la jodía tenía razón… si es que…

En fin, como yo soy una mujer reflexiva, después de conocer esta noticia, y el resultado de esta increíble investigación, he llegado a la conclusión de que los investigadores estos han demostrado dos cosas:

1.- Que eso de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra es una verdad como un templo

2.- Que los seres humanos somos, ante todo, unos cabezones que te cagas. Porque a ver, si no he entendido mal el esquema, la historia consiste en que, nos vaya bien o nos vaya mal, nosotros nos empeñamos en repetir nuestro sistema de comportamiento contra viento y marea… vamos, lo que se dice ser un tozudo.

Yo lo de que somos cabezones ya lo sabía, la verdad, o al menos lo sospechaba, porque, como ya os comentaba, desde hace años me empeño en repetir mis listas de propósitos cada septiembre y cada enero… y que nadie se extrañe, porque estoy convencida de que no soy la única que sigue considerando que entre septiembre y enero hay como una especia de lapsus temporal, un “ensayo general del año nuevo”… compramos agendas, cambiamos de armario, hacemos buenos propósitos… luego, cuando llega enero y nos damos cuenta de que no hemos conseguido mantener la agenda limpia, el armario ordenado y los propósitos cumplidos, rescatamos todo el asunto y nos decimos “bueno, es que esto era como de prueba. El año nuevo lo cumplo, seguro”.

Ante la imposibilidad de librarme de los propósitos de año nuevo, por esto del determinismo cabezonil humano, servidora ha optado por hacer una lista lo más corta y asequible posible. Iba a poner eso de retomar mis clases de yoga, aprender inglés, y todas las demás cosas que llevan en la lista desde ya ni se sabe cuándo, pero se ve que mi lado menos humano sí ha aprendido de sus errores y no piensa ni acercarse a un gimnasio, cuánto menos a una academia de idiomas.

Así pues, sólo propósitos agradables, sólo propósitos asequibles… sólo propósitos que de verdad deseo cumplir, que de verdad quiero poner en práctica.

Este 2010 quiero…

Ponerme guapa todos los días, salir de casa arregladita, maquillada, con preciosa ropa interior y zapatos maravillosos.

Mantener mi armario en orden, incluso en los cambios de entretiempo.

No dejar nunca mi cuenta en números rojos

Salir más, quedar más con mis amigos, con mis amigas, ir a más conciertos, a más obras de teatro, al cine, a cenar fuera, a tomar un cosmo… disfrutar más de mi tiempo libre y de la gente maravillosa que me rodea. Recuperar mi vida social.

Viajar, viajar, viajar… pasar todos los fines de semana que pueda recorriendo España, y todos los puentes y vacaciones subida a un avión, a un barco, a un tren… este año me he propuesto visitar a mi familia en Las Palmas y viajar a New York, pero no le hago ascos a Roma, Paris, Londres, Cuba…

Disfrutar de la lectura, de los minutos que le robo al día con una novela en la mano.

Ir a trabajar conduciendo. Parece una tontería, pero conducir me da miedo. Quiero superarlo.

Aprender a administrar mejor mi tiempo en el trabajo, priorizando, anticipándome… este año quiero lograr organizar un evento en el que no haya un solo fallo, al menos por mi parte.

Mantener en orden mis papeles, mis archivos informáticos y mis recibos y cuentas.

No dejar que la vida me venza, que los acontecimientos me superen, que la angustia me pueda. Todo tiene solución menos la muerte… y como total a esta no voy a sobrevivir, pues mira…

Diez propósitos para un comienzo de década que augura buenas nuevas para todos… yo incluida.

Feliz año nuevo, cabezones!!!



SUENA EN MI I-POD: hay que empezar bien el año para poder afrontar con fuerza la realización de los buenos propósitos, y yo, para no equivocarme, lo empecé rodeada de familia y amigos, brindando, bailando y riendo. Y para no romper la racha, el día 2 repetí fiesta, esta vez fuera de casa, con Ely, Pinkocha, y unos amigos divertidísimos. Y rematamos la noche bailando un temazo, “Absolutamente”, del último disco de Fangoria. El vídeo no tiene desperdicio, con una Sara Montiel en estado de gracia y una Olvido que cada día me gusta más. Disfrutad de la vida!!!