THE GIFT

Éramos alrededor de treinta personas, todos veinteañeros, en aquella fiesta de cumpleaños. Cumplía 22, si no recuerdo mal, y celebré la fiesta en casa de mi ex (entonces todavía actual), durante las vacaciones de semana santa.




En mi pandilla, compuesta casi a partes iguales por chicos y chicas, existía una especie de acuerdo tácito: ellos ponían su parte del dinero y ellas se encargaban de comprar el regalo. Yo sólo debía llenar de alcohol y patatas fritas la cocina de la casa. Así había sido en los últimos 5 años, pero en aquella ocasión, nunca sabré muy bien por qué, los chicos decidieron romper con la tradición y comprarme ellos mismos su parte del regalo.

Llevábamos ya unas cuantas copas cuando requirieron mi presencia en el salón para entregarme los regalos. J. acercó un enorme paquete, de más de un metro de alto. Tenía una forma extrañamente irregular y un envoltorio de color amarillo huevo precioso.

Lo abrí ante las miradas de complicidad de ellos, y las caras de intriga de ellas, para descubrir… una rana. Sí, señores, mis amigos me habían regalado una cometa gigante con forma de rana voladora, con sus branquias y sus ojos saltones y sus patitas o como quiera que se llamen lo que tienen las ranas… una rana de metro y medio de largo que se transformaba en un enorme ovni (objeto volador no identificado) cuando la desplegabas.

Es el regalo más raro que me han hecho en mi vida… y, sin embargo, debo reconocer que se trata de un regalo en toda regla, porque cumple con algunos de los requisitos imprescindibles del concepto “regalo”. A saber:

Era algo sorprendente
Era algo que jamás me habría comprado yo misma
Era algo que no necesitaba

Vale, también es verdad que era algo en lo que jamás me habría fijado durante una tarde de compras, pero, por lo demás, se ajustaba perfectamente al concepto “regalo”. Y todavía hoy la conservo. Gracias chicos.

Toda esta disertación viene a cuento porque este fin de semana, con dos cumpleaños consecutivos y sus consiguientes regalos, he tenido la oportunidad de comprobar que el concepto “regalo” no es el mismo para toda la humanidad occidental.

Por ejemplo. Noa, Ely y yo tenemos un concepto de regalo bastante similar. Sin embargo, tras la cena compartida este pasado fin de semana, ha quedado manifiestamente claro que nuestras parejas, todas ellas masculinas, no comparten la definición del concepto.

Llegué a creer que se trataba de un problema cromosómico. Algo así como el tema del vello corporal, o de la voz grave. Pero luego recordé los regalos que mi abuela paterna me hacía y llegué a la conclusión de que, si bien la buena de mi abuela era mujer XX cien por cien, su concepto de “regalo” se acercaba más al de P. que al mío.

Mi abuela era una de esas mujeres prácticas que al llegar tu cumpleaños te regalaba un sobrecito con dinero y… (agarraos, que vienen curvas), un paquete de bragas de ganchillo blancas. Estas, además de resultar completamente faltas de interés y absolutamente incómodas, terminaron por estar fuera de lugar una vez que sobrepasé con éxito el preescolar… pero ella, erre que erre, empeñada en regalarnos bragas de ganchillo, porque, claro, era práctico regalar ropa interior.

Primer error, queridos: un regalo no ha de ser práctico, salvo que el regalado lo haya solicitado expresamente. ¿Y por qué? Porque cuando algo es práctico, cuando es necesario, cuando lo preciso a diario, yo misma me encargo de comprarlo. Es como si me regalases la recarga de la tarjeta del autobús. Una cutrada, por otra parte, por mi práctica que sea.

Por eso aquella rana era un buen regalo: porque era de todo menos práctica. De hecho, no valía absolutamente para nada.

Al margen de la necesidad-practicidad del regalo, hay otros valores a tener en cuenta. Por ejemplo, de nada sirve queme regales una maravillosa estancia de fin de semana en la estación de esquí de Baqueria con todos los gastos pagados, si yo aborrezco el esquí.

Este tipo de regalos son los que yo llamo “regalos personales”… porque el regalador se los regala a sí mismo. Suelen partir de alguien lo suficientemente cercano como para no aportar “ticket regalo” (“no te preocupes, mujer, no pasa nada, el viernes que viene cuando nos veamos te traigo otra cosita”), y precisamente por eso sorprende sobremanera, porque parece incomprensible que ese “amigo” que tan bien te conoce te haya regalado unas botas de montar del 39, sabiendo como sabe que tú calzas un 36… y que jamás te has subido a lomos de un animal que no tuviese DNI y cuenta corriente.

El arte del regalo –porque es todo un arte- requiere, sobre todo, una sabia mezcla del “ni para ti ni para mí”. Es decir, debe buscarse algo que agrade al regalado y que al mismo tiempo no produzca urticaria al regalador. A mi esta premisa me resulta sencilla de seguir cuando regalo a mi hermana, o a mi chico… y más complicada en el caso de determinad@s amig@s, cuyos gustos no comparto. Aún así, trato de ser fiel a este principio siempre, buscando el equilibrio entre ambas partes.

Anoche, después de una cena maravillosa y una sobremesa divertidísima –gracias, chicos-, P. y yo nos fuimos a casa dándole vueltas al tema “regalos”. Lo cierto es que somos, en ese punto concreto, la luna y el sol. Yo le doy mucha importancia al detalle, al hecho de que alguien se haya molestado en gastar su tiempo –no tanto su dinero, eso me da más igual- en buscar algo por y para mi. Yo lo que espero de un regalo es el cariño y las molestias que el regalador se ha tomado.

P. es completamente diferente. Él espera algo práctico y sencillo. Una cena, un viaje, un aparato electrónico de esos que tanto le gustan… O un cheque regalo, ya comprará él lo que quiera.

Y no, no es cuestión de dinero. Hay regalos que valen mucho, mucho más de lo que cuestan:

La caja de chupachups que me regaló mi hermana cuando cumplí 16, cada uno con una presunta virtud mía: 16 chupachups, 16 años, 16 virtudes.

El colgantito de plata que me regaló mi hermano el año que descubrió que él también podía ser rey mago.

El libro que me regaló P. el primer cumpleaños que pasamos juntos. Lo encargo porque estaba descatalogado.

… aunque claro, tampoco le voy a hacer ascos a un viaje a NY, que quede claro.

Total, que tras muchas disertaciones no me ha quedado nada claro si el tema de los regalos inoportunos es algo inherente al cromosoma Y o, por el contrario, se trata de un problema de aprendizaje cultural.

Yo, por si acaso, dejo aquí en la red el aviso a navegantes: que nadie me regale ropa interior de algodón blanco, por favor. Es el peor regalo del universo.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y si el marío regala la cámara de vídeo que él quería desde hacía tiempo, pero en color rosa, para que parezca que ha pensado en ti y no en él? ¿Eso qué se considera?
Eso de los regalos es tan complicado...aunque estoy contigo en que debe ser inútil. Si no, no es un regalo (aunque a mí me encanta que me regalen ropa, la verdad).
Besos.

María dijo...

laratitapresumida: mujer, ropa, un perfume, una cámara... son cosas últiles pero que valen como regalo... lo de la cámara que ÉL quiere pero en rosa es... jajajjajajaja--- indescriptible!!! jajajaja

Perla N. dijo...

Coincido contigo en que un regalo tiene que ser algo que tú no te comprarías, algo que te sorprenda. Y creo que el valor no lo da lo que cuesta, sino lo que significa.

Cuando me fui de Bilbao, después pasar 5 años viviendo con mi amiga C., le regalé un álbum con fotos, frases nuestras, recuerdos de noches de farra, anécdotas…..un recopilatorio de todo lo que habíamos pasado juntas. Pues aún recuerdo cómo lloraba y reía según lo iba leyendo. Para mí eso fue impagable.

Besosssss

P.D. ¿qué le regalasteis a Pink?

MEL dijo...

Yo soy la menos indicada en este momento para hablar de regalos, si me conformo con cualquier cosita tonta, ya lo sabeis...

Me gustan las sorpresas, muchísimo, aunque a veces hay que ayudar a que sean sorpresas que te sorprendan...

Me uno a Perla, con qué sorprendisteis a Pinkiwinki?

Ella dijo...

Muy interesante este post, porque yo llevo ya años dándole vueltas al tema. Cuando tengo que hacer un regalo, pienso mucho en la persona que lo recibirá, en lo que le gusta, en lo que le emociona, lo que puede sorprenderle. Cierto es que muchas veces me equivoco. Pero no por falta de empeño.
Para mí, algunos regalos, son como una patada en el estómago, preferiría no haberlos recibido. ¿Por qué? Porque demuestran cuán poco importo a quien me los ha hecho. En general los objetos inútiles cuya única función es la de acumular polvo, forman parte de la categoría "patada en el estómago". Peluches (salvo contadísimas excepciones), bisutería estilo primera comunión, figuritas varias.
Otro tema es la influencia del cromosoma Y en el arte de regalar. Me ha pasado con varios poseedores de cromosoma Y. Indagan con preguntas inocentes sobre mis gustos, y después me regalan justo eso que dije que "no me gustaría nada recibir". Cosas que normalmente son mucho más caras que lo que en realidad sí me habría gustado desenvolver. Sigue siendo un misterio el porqué hacen oídos sordos...

María dijo...

Tendréis que preguntarle a Pink si le gustaron nuestros presentes... yo sólo diré que los compramos con todo el amor del mundo... y con muchas ganas!!

Anónimo dijo...

Jajajajajaja. Es que os dije cienes y cienes de veces que a los chicos hay que educarlos. Yo a J. lo mando a tiendas determinadas y así todos contentos. A mí me gusta el regalo, él no piensa... y ahí está el quid de la cuestión, NO HACERLES PENSAR, porque entonces la cagas.

El jueves fiestuqui en mi casa!!!!!!!!!!!!!!!!

María dijo...

Noa, efectivamente, ese el el quid de la cuestión.

P. se me mosquea cuando me pregunta "¿qué quieres por el cumpleaños?", porque siempre respondo que LO QUE QUIERO es que se curre él el regalo.

Pero es que es verdad. No quiero algo maravilloso, quiero algo que él se haya tomado la molestia de elegir. Quiero que me regale su tiempo y su esfuerzo, no un diamante (bueno, un diamante también claro, jajajaja)

Naïf dijo...

Antes de nada... ¡GRACIAAAAS! Hoy me pasé toda la mañana recorriendo el pasillo con mis nuevas sandalias, es increíble, aparte de ser una preciosidad son como zapatillas. No sabes cómo acertásteis, llevo tiempo deseando comprarme unas sandalias así, pero no me atrevía, me encantan...
Respecto al tema del post, qué queréis que os diga, si empezara a contar anécdotas de regalos de mi J. no acabaría nunca... Pero la reina de los regalos es, sin duda, mi madre. Siempre se le ocurren cosas divertidas y originales. De hecho este año le pedí, por favor, que me regalara algo de dinero (cosa que ella odia), porque quería hacerme un tratamiento para las varices un poco caro. Pues bien, me compró un par de detallitos y me dio un sobre. Cuando lo abrí me encontré un ganchillo (de ganchillar) y una nota: "Sujeta la vena elegida con el ganchillo y tira fuerte. Si no funciona, coge los 200 euros y pide cita en la clínica".
¡Grandiosa!

Cleo dijo...

Puff el tema de los regalos a mi me mortifica, me curro muchísimo los regalos de todo el mundo, siempre acierto y mis amigos,familia y demás siempre me lo dicen que como lo hago para acertar con todos...y lo peor es que para que a mi me regalen algo que me guste tengo que decir lo que quiero y dónde comprarlo..ainsss...

Croissant dijo...

jaja qué buena eres... yo soy de las que prefiere un regalo que demuestre que la persona ha pensado un poco a la hora de comprarlo, vamos, que no ha cogido lo primero que ha visto.
Como muy pocos hacen esto... casi preferiría un cheque regalo para no tener que acumular cosas que ni me sirven, ni me gustan, ni me han sorprendido.
Yo, a la hora de hacer regalos intento pensar en la persona y en si le hará ilusión (más allá de si es práctico o no) y muchas veces he visto que no les ha gustado, eso me pasa por darle vueltas a las cosas, ojalá fueran tan agradecidos como tú, una rana voladora!! gran regalo :p