LAS VENTAJAS DEL TIEMPO

Me miro al espejo, y reconozco lo que veo.


Puede parecer una gilipollez de proporciones astronímicas, pero en realidad es una afirmación que no todo el mundo puede hacer.

Yo, a punto de cumplir los 30, puedo.

El pasado sábado mis amigas organizaron una cena. No estábamos todas las que somos, pero sin duda éramos todas las que estábamos.


Tengo la inmensa, la extraña suerte de contar con un grupo de amigas extenso y heterogéneno, donde lo más parecido son precisamente nuestras diferencias. Nada que ver unas con otras. Casadas, solteras, arrejuntadas, altas, bajas, morenas, rubias… ni si quiera tenemos el mismo gusto con los hombres. Y aún así hemos permanecido unidas –altibajos al margen- durante décadas, así, en plural, que los treinta se ciernen ya sobre nosotras.

Nos conocimos de niñas y nos reconocimos de adultas, porque no somos las mismas.

El sábado cenamos juntas –y juntos, porque nuestras parejas, al menos algunas, estaban allí- y al salir del restaurante nos fuimos a tomar una copa. Y entre sorbo y sorbo desentrañamos la verdad de la idiosincrasia femenina, sin darnos ni cuenta.

Allí estábamos nosotras, ideales, maquilladas, manicuradas, peinadas, pedicuradas, bien vestidas… y allí estaban, debajo de esa capa de autoestima bien labrada, todos nuestros complejos adolescentes y nuetros temores juveniles.

Allí estaban el culo gordo, la tripa flácida, el pelo graso, la piel seca, las piernas hinchadas, los tobillos gruesos… pero ya no los veíamos. Ni los nuestros ni los de las otras –que, dicho sea de paso, algunas no vimos nunca-.

Charlamos de cremas, de lacas de uñas, de comprar zapatos de tacón alto y de combinar morado con crudo, y nos dimos cuenta de que, afortunadamente, ya no somos las adolescentes inseguras que fuimos.

Nos miramos al espejo, y reconocemos lo que vemos. Y si no nos gusta, le echamos azucar, que quita las penas y alegra la vida. Si es en un mojito, más.

Porque con los años hemos aprendido a perdonarnos nuestros defectos y a ensalzar nuestras propias virtudes, y la que no tiene unos ojos preciosos tiene una piel envidiable, o un trasero que quita el hipo. Y el resto, ni lo vemos, ni lo ven.

Somos lo que hemos querido ser. Y no todo el mundo puede decir eso.


Con los años, he aprendido a quererme. A caerme bien. A perdonarme. Y por lo que veo, es una de las ventajas generalizadas de la edad: nos volvemos más optimistas con respecto a nosotros mismos, y comenzamos a disfrutar de un embalaje que nos ha venido de serie pero que puede mejorarse notablemente con los tacones adecuados y el corte correcto de jeans.

A mi , personalmente, ha dejado de dolerme la cabeza cuando salgo de compras. Si la talla 40 no me entra, cojo sin pudor una 42, y asunto arreglado. Si los vaqueros de corte bajo me sientan como un tiro, busco unos de tiro alto, y solucionado.

Ya no me duele nada, ni un poquito, reconocer que soy adicta a los cosméticos. Los pruebo todos, sí ¿y qué pasa?. Esos 15 minutos que dedico a mi cuerpo cada mañana y cada noche son mios, sólo mios, y de nadie más. Y esos 50€ que mi Visa soltó en la´ultima crema los estoy disfrutando uno a uno.


Ya no me importa quemar la Visa de cuando en vez porque me he enamorado sin remedio de ese bolso, de ese vestido, de esos pumps sencillamente increíbles. Es mi dinero y me lo gasto en lo que quiero.


Ya no tengo que justificarme ante nadie, y menos ante un espejo que al final ha terminado por ser más amigo que enemigo, y que me devuelve una imagen que, imperfecta y todo, me gusta. Quizas porque me la he construído yo misma a base de crearme un estilo, y de creerme a mi misma.


El sábado pasado nos tomamos unas cervezas, y unas cuantas tandas de camembert frito, y todas estábamos estupendas porque realmente nos veíamos así.

Es lo que tienen los años, que curan casi todos los complejos.

NOITE MEIGA

Mouchos, coruxas, sapos e bruxas. Demos, trasnos e dianhos, espritos das nevoadas veigas.
Corvos, pintigas e meigas, feitizos das mencinheiras.Pobres canhotas furadas, fogar dos vermes e alimanhas.
Lume das Santas Companhas, mal de ollo, negros meigallos, cheiro dos mortos, tronos e raios.
Oubeo do can, pregon da morte, foucinho do satiro e pe do coello. Pecadora lingua da mala muller casada cun home vello.
Averno de Satan e Belcebu, lume dos cadavres ardentes, corpos mutilados dos indecentes, peidos dos infernales cus, muxido da mar embravescida.
Barriga inutil da muller solteira, falar dos gatos que andan a xaneira, guedella porra da cabra mal parida.
Con este fol levantarei as chamas deste lume que asemella ao do inferno, e fuxiran as bruxas acabalo das sas escobas, indose bañar na praia das areas gordas. ¡Oide, oide! os ruxidos que dan as que non poden deixar de queimarse no agoardente, quedando asi purificadas.
E cando este brebaxe baixe polas nosas gorxas, quedaremos libres dos males da nosa ialma e de todo embruxamento.
Forzas do ar, terra, mar e lume, a vos fago esta chamada: si e verdade que tendes mais poder que a humana xente, eiqui e agora, facede cos espritos dos amigos que estan fora, participen con nos desta queimada.

Berrade todos ¡¡¡Lume!!! ¡¡¡Lume!!!

Conxuro da Queimada





El pasado lunes por la noche fue noche de San Juan.







Que nadie se llame a engaño. En mi tierra, y pese a tener un santo como protagonista, la festividad que da paso al verano tiene más de tradición pagana que de celebración religiosa.







En Coruña, San Juan es algo así como nochevieja, pero mucho más festivo. Bueno, y con más calorcito, claro (la lluvia es otra cosa. Hay años que sí, años que no… este año hizo una noche de lujo). Todo el mundo sale a la calle. Las playas se llenan de gente. Niños, ancianos, jóvenes… nadie pasa San Juan sin saltar la hoguera bajo pena de mal fario en lo que queda de año.







Es una noche especial donde las tradiciones celtas protagonizan los rituales: Saltar la hoguera para espantar a las meigas; quemar en ella todo lo que deseemos olvidar; dejarse empapar por las siete olas del atlántico, purificadoras y redentoras; comer sardina y churrasco para celebrar la llegada del estío; lavarse la cara con “auga das herbas”, una especie de brebaje que resulta del remojo de diferentes flores y hierbas, destinado a limpiar conciencias y malos hábitos…







Desde que era niña recuerdo San Juan como la fiesta más importante del verano. Ni las fiestas de Mª Pita, en agosto, ni el Carmen, en julio… en Coruña San Juan es el rey y no existe mortal capaz de resistir su embrujo. La noche del 23 de junio da igual tu sexo, tu edad, si bajas en familia, o con amigos... esa noche es mágica, y hay que respetarla. Esa noche todo es posible, y bailar alrededor del fuego es una obligación más que una tradición.







A las seis de la tarde el Paseo Marítimo era ya un hervidero. Cientos de personas paseando, miles montando sus particulares fogatas. En Coruña, ya lo he dicho muchas veces, somos muy ordenados, y por eso según sea tu estilo deberás dirigirte a una playa u otra.







El arenal de Riazor alberga la fiesta oficial y la vertiente más familiar de la noche. Allí descansa la falla del ayuntamiento, y a su alrededor se erigen, poco a poco, centenares de fogatas donde se asan las sardinas y se tuesta el churrasco.







La mayoría de los participantes de Riazor son familias con niños, pero este año la novedad, integradora donde las haya, estaba en los cientos de familias inmigrantes, venidos de mil rincones, que han hecho suya la fiesta, igual que han hecho de Coruña su hogar. Nigerianos, peruanos, marroquíes, chinos, colombianos, senegaleses… allí cabía todo el mundo. Como debe ser.







Si eres adolescente o muy joven, bajas a celebrar la fiesta en pandilla, y tienes toda la intención de quemar literalmente la noche, entonces tu playa es el Orzán. Allí se erigen, imponentes y eternas, las hogueras más espectaculares de la ciudad. Enormes luminarias rodeadas de juventud dispuesta a hacer arder los malos espíritus en la que en Coruña es la noche eterna.







Si eres de los que prefiere la fiesta más tranquila, sin renunciar a la tradición, Matadero y San Pedro te esperan. Sus luminarias son más pequeñas pero su ambiente es igual de grande.








Y si lo tuyo es la fiesta alternativa, entonces As Lapas, a los pies de la Torre de Hércules, es tu playa. Dos carpas con diferentes pinchas, juegos de luces y mucha gente guapa: lo más parecido a Ibiza que vas a encontrar en el norte del país, pero con sardinas frescas para acompañar los cocktails.









Y todo esto rodeado de los miles, millones de locales que esa noche tienen permiso para celebrar su particular sardiñada o churrascada, con la que agasajar a sus clientes habituales. Nosotros tuvimos la suerte de ser invitados a más de una (vale, sí, frecuentamos demasiados bares), pero sólo pudimos acudir a una de ellas por cuestión de tiempo.


La noche del lunes Coruña entera ardió mientras los coruñeses danzábamos alrededor de nuestra hoguera.








Sólo me quedó una pregunta en el aire… ¿cuándo se dará cuenta el ayuntamiento de que el día 24, día de San Juan, debería ser festivo?


Edito: para dejar constancia de que, a la vista está, las fotos no son mias. Son cortesía de P.

BLACK IS BLACK

El negro es el color de la temporada, y os lo voy a demostrar.

1.- Telemadrid se ha ido a negro.


Yo hace mucho que no veo la cadena de la Esperanza (así, con mayúsuclas), porque hace años que abandoné la capital para desterrarme voluntariamente a la vida plácida de provincias, y claro, ahora, cuando visito Madrid, hago de todo menos ver la tele. Voy a cenar a restaurantes maravillosos con mi hermana, quedo para tomar unas copas con mis amigos, visito las tiendas –pocas ya, afortunadamente- que todavía no han llegado a tierras gallegas, hago excursiones la Reina Sofía… vamos, de todo menos ver la tele.

Pero ayer me enteré por la radio –es que yo soy muy de radio- que los trabajadores de Telemadrid han decidido colgar el cartel de “cerrado por huelga”. Así que a las doce de la noche la pantalla se quedó en negro… y hasta luego, Lucas.

A mi me parece maravilloso, más que nada porque tengo una amiga muy querida que trabajó en Telemadrid y me contaba cada batallita digna de la novela más rocambolesca. Al margen de que algunos de sus programas y colaboradores lindan demasiado de cerca con la demagogia, pero ese es otro tema.

2.- Cuatro se ha ido a negro.


Aunque en este caso es menos preocupante, porque no hay de por medio reivindicaciones laborales, sino problemas técnicos.

Anoche, mientras Turquí y Alemania se jugaban el paso a la Final de la Eurocopa, el centro internacional de transmisiones, o algo así, decidió que era na broma maravillosa dejar de retransmitir. La tele se quedó en negro, y, para cuando la imagen regresó, lo que faltaba era el sonido. Un alarde de desaguisado técnico digno de los más alucinantes momentos críticos.

P. y yo, que en ese momento veíamos la final mientras picábamos algo, nos quedamos alucinados, y en un momento de lucidez sin precedentes concluímos que, si eso mismo pasase esta noche, habría, con seguridad, varios muertos. Lo que aún no hemos acordado es si serían suicidios, infartos o asesinatos.

3.- Y yo, como siempre, contracorriente.




Amante como soy del negro, que tanto estiliza y viste, he optado por alegrar mi armario con un bolso de piel de estilo vintage, con boquilla y asa corta, en color rosa empolvado.



Si el mundo es negro, yo lo pinto de rosa. Es lo que hay.

DE PEQUEÑOS GESTOS Y GRANDES DESPRECIOS

A Coruña
Domingo, 22 de junio de 2008
19.00 horas


Después de un sábado algo extenso, y tras la pertinente comida familiar del domingo, María se tumba en el sofá dispuesta a descansar. La casa ya está limpia, la colada hecha, y todavía queda una hora para que S. pase a buscarla y se vayana ver el partido de la selección mientras se toman unas cañas.





María se deja caer sobre el sofá y aprieta el botón de encendido del mando a distancia. Los domingos por la tarde son el caldo de cultivo perfecto para las comedias románticas y facilonas en televisión, y eso es exactamente lo que necesita: algo ligero, casi infantil, para desconectar una hora y recargar pilas. Pero al parecer los programadores han decidido que los anuncios son la mejor alternativa… anuncios en TVE1, anuncios en TVE2, anuncios en Antena 3, anuncios en la TVG…

… pero en Telecinco no. En Telecinco los omnipresentes colaboradores de Está Pasando ponen a caer de un burro al señor Alfredo Urdaci.




A María Urdaci le cae fatal, así que se queda enganchada a las palabras de caballero andante pasado de rosca del señor Peñafiel, otro de esos periodistas que no puede soportar.

Las copas del sábado y la comida del domingo comienzan a hacer efecto, y María empieza a sentir esa modorroa domignuera que se apodera de quienes tienen la conciencia tranquila y las resacas severas… y de repente, sin previo aviso, algo llama poderosamente su atención, obligándola a abandonar la duermevela en la que se encontraba.





De repente, el tema principal de la supuesta tertulia televisiva han dejado de ser el Sr. Urdaci y el Sr. Peñafiel. Ambos, como buenos caballeros que son, han cedido el sitio a una señora. La Princesa de Asturias, otrora compañera profesional de Urdaci, es ahora el centro del meollo. Urdaci parece defender a capa y espada la profesionalidad de esta mujer en su etapa como periodista, mientras que el señor Peñafiel parece más bien convencido de lo contrario.

María recuerda bastante bien a Letizia Ortiz antes de que se convirtiese en princesa. Recuerda que le gustaba como presentadora, y que su despligue informativo durante el Prestige fue más que digno. También recuerda, aunque esto más vagamente, su desplazamiento a Irak a bordo del Galicia.

Sin embargo, el señor Peñafiel parece no tener los mismos recuerdos de aquella etapa. A María tampoco le asombra, la verdad. Tiene la sensación de qué, por algún extraño motivo, Peñafiel aborrece ad infinitum a la señora Ortiz… y lo cierto es que, secretamente, contempla seriamente la posibilidad de que Peñafiel albergase la esperanza de convertirse él mismo en Princesa de Asturias, y se sienta ante esa mujer desplazado y celoso.

En un determinado momento, en el que Urdaci asegura vehemente que “pasará tiempo hasta que aparezca otra periodista tan de raza como Letizia Ortiz”, a Peñafiel se le cruza un cable y brama a los cuatro vientos que Letizia no llegó a nada, que sólo fue una mísera presentadora de telediario, y que sus desplazamientos a cubrir la noticia podría haberlos hecho un mono amaestrado.



Y YO… que soy periodista, me siento tremendamente ninguneada. Letizia Ortiza era presentadora del informativo más visto y mejor valorado e España antes de cumplir los 30. Tenía a sus espaldas varios años de experiencia profesional, desplazamientos a lugares en conflicto y varias coberturas especiales. No voy a entrar en valoraciones. Entiendo que a alguien le parezca que lo hizo regular, o incluso mal… pero lo hizo, llegó hasta allí con menos de 30. Si para Peñafiel era “una periodistas vulgar”… ¿qué son sus compañeros de tertulia? ¿qué soy yo?.


A Coruña
Domingo, 22 de junio de 2008
21.00 horas


Las cafeterías de Coruña son un auténtico hervidero. No cabe un alfiler. La selección se juega el pase a semifinales contra Italia y todo el mundo se ha hechado a la calle… “ni que nos pagasen a nosotros” piensa María, mientras se encarama a la banqueta junto a la barra.




S. y ella piden un par de cañas y comienza el partido. Pero a María le interesa mucho más el juego paralelo que se disputa en la mesa contigua. Cinco post-adolescentes, que no tienen pinta de llegar ni si quiera a los 20, ríen y charlan mientras se disputa el partido de cuartos.

Son dos chicos y tres chicas. Dos de ellos son claramente pareja. Entre los otros tres hay un juego de seducción en marcha de lo más interesante. El chico, un muchacho delgado, con un corte de pelo demasiado similar al de Harry Potter y gafas de montura metálica, tiene su atención completamente centrada en la chica que se sienta enfrente. Hace chistes, le hace muecas, le provoca carcajadas… tiene el partido a sus espaldas y está pasando completamente de él. En ese momento, él está disputando una final mucho más interesante que la selección.





Al término del primer tiempo, la chica –no es guapa, tampoco fea, tiene el cabello castaño muy oscuro, viste con unos jeans y una camiseta sencilla y aún parece tener el cuerpo sin terminar de desarrollar. Pero tiene una mirada viva y una cara muy dulce- se levanta, se alisa el cabello con las dos manos con gesto despreocupado, y mirando al resto del grupo comenta:

“Lo siento, chicos, pero tengo que irme”.

Aún no le ha dado tiempo a coger su cazadora y el muchacho del corte de pelo a lo Harry Potter se levanta como una liebre. Apura la coca-cola de su vaso y sonriendo afirma.

“Te acompaño, que a mi el partido me da lo mismo”.

Ambos abandonan el local contando chistes. Ella se rie, porque aunque el chiste sea malísimo es lista, y sabe que él lo hace por ella.



Y YO… pienso que menos mal que el mundo hay pequeños gestos como estos que me ayudan a sobrellevar los grandes desprecios, como el que el señor Peñafiel ha infringido a todos los periodistas que, como yo, soñábamos con llegar donde Letizia Ortiz estuvo antes de ser princesa.

NO, NO, NO...

“No” es una palabra extremadamente compleja.




De hecho, debe ser la palabra más incomprensible del diccionario de la RAE, seguida muy de cerca por “miembra”, “almóndiga” y “cocreta”.

Según ese pequeño librito que todo lo sabe, “no” es una partícula de lo más prolífica, vereis:


NO.
(Del lat. non).


1. adv. neg. U. para negar, principalmente respondiendo a una pregunta.
2. adv. neg. Indica la falta de lo significado por el verbo en una frase.
3. adv. neg. Denota inexistencia de lo designado por el nombre abstracto al que precede.
4. adv. neg. U., en sentido interrogativo, para reclamar o pedir contestación afirmativa. ¿No me obedeces? U. también cuando se supone que la respuesta va a ser afirmativa. ¿No ibas a marcharte? Sí, pero cambié de opinión.
5. adv. neg. Antecede al verbo al que sigue el adverbio nada u otro vocablo que expresa negación. Eso no vale nada. No ha venido nadie.
6. adv. neg. U. a veces solamente para avivar la afirmación de la frase a que pertenece, haciendo que la atención se fije en una idea contrapuesta a otra. Más vale ayunar que no enfermar. Él lo podrá decir mejor que no yo; cláusulas cuyo sentido no se alteraría omitiendo este adverbio.
7. adv. neg. U. repetido para dar más fuerza a la negación. No, no lo haré. No lo haré, no.


Con tanta acepción con el mismo significado intrínseco –en resumidas cuentas, “no” viene a querer decir “lo que me pides es imposible”-, me resulta francamente complicado creerme que alguien desconozco esta palabra. ¡¡¡¡Pero si hasta la omnipresente Amy Winehouse ha escrito un estribillo con ella!!!!

Pero, aunque pueda resultar increíble, en mi profesión es muy, pero que muy fácil, encontrar personas que no comprenden el significado de la palabra “no”. Ayer, sin ir más lejos, tuve que lidiar con una de esas personas –persona que, por otro lado, volverá a llamar hoy. Me apuesto un 2.55-.





Las personas que no comprenden el significado de la palabra “no” suelen responder a un perfil muy determinado. Son gente con una perfecta capacidad del habla, pero una más que deficiente capacidad de escucha. Uno puede desgañitarse explicando la imposibilidad del asunto, que ellos sólo habrán oído algo parecido a “insiste, insiste, que si me canso termino diciendo que sí”.
A mi este tipo de gente me agota profundamente.

En la vida cotidiana este género suele restringirse a:

1.- Testigos de la religión de turno que se empeñan en convencerte del próximo y nada agradable advenimiento del último anticristo, antibuda, o lo que toque. Entran también en esta categoría las gitanas que tratan de leerte la buena ventura. (Solución = La más efectiva suele ser asegurar que eres la reencarnación de Satanás, o en su defecto, de algún diablo menor).




2.- Tíos (o tías, depende del caso) que te abordan en la barra de un bar y tratan de convencerte de que no vas a tener un amante mejor que ellos en tu vida. (Solución = varía entre mandarlos al carajo de la forma más borde o asegurar ser portadora de cualquier terrible enfermedad. En medio, mil posibilidades).




Como veis, en la vida cotidiana tengo dominado el concepto “no”.

Pero en el trabajo…

… en el trabajo te enfrentas muchas veces a la aventura de tener que decirle que “no” a alguien que no comprende la palabra, y a quien, por el motivo que sea, no puedes mandar a freír monas.
Cuando topas en el terreno laboral con una persona “anti no” tienes la sensación de hablar con un espejo: rebota todo lo que le dices. No importan los argumentos.


A continuación reproduzco –literal, fiel, y verídicamente- la conversación mantenida ayer con uno de esos clientes “anti no”.

Yo.- Lo siento, C., pero es que lo que me estás pidiendo no es posible.

Él.- Pero alguna solución tiene que haber.

Yo.- Pues me temo que no. El espacio que me pides ya ha sido ocupado por otra concesión.

Él.- Pero alguna solución tiene que haber.

Yo.- Es que la única solución sería sacarlos a ellos para meteros a vosotros, y eso no lo puedo hacer, porque con ellos ya firmamos antes.


Él.- Mujer, yo no digo eso, pero alguna solución tiene que haber.

Yo.- Te puedo ofrecer otro espacio.

Él.- Es que sólo me vale ese.

Yo.- Pues es está ocupado en las fechas que pides… ¿y si cambias de fechas?

Él.- No puedo cambiarlas.

Yo.- En ese caso, no puedo hacer más que ofrecerte otro espacio.

Él.- Es que otro no me vale. Pero alguna solución tiene que haber.

Tardé más de 45 minutos en colgar… y al cabo de una hora llamó de nuevo… y otros 40 minutos de reloj reproduciendo hasta la saciedad una conversación que se parece sospechosamente al cuento de la buena pipa.




Desde ayer, Rehab es mi tema favorito… no, no, no…

SENTENCIA-DOS

Cuando era pequeña, las monjas del colegio me decían siempre que no hay que confundir libertad con libertinaje.

Y tenían razón, aunque no como ellas creían.




Vivimos en un país libre. Cada uno puede creer en lo que quiera, decir lo que desee, acostarse, casarse o amancebarse con quien buenamente le apetezca, y, quizas lo más importantes de todo, escoger, mediante el ejercicio del voto, el gobierno que considere más oportuno.

Yo, periodista de profesión y de vocación, soy una acérrima defensora de la libertad de expresión… pero entre decir lo que uno piensa y ofender, injuriar, calumniar e insultar hay una linea que para algunos parece ser más fina de lo que en realidad es.

Hace a penas unos minutos que se ha hecho pública la sentencia que condena al Sr. Jiménez Losantos a pagar 36.000€ de multa por injurias graves contra el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón… y yo me alegro.



El Sr. Losantos no es santo de mi devoción, pero del mismo modo que me toca ampliamente la moral que se censuren mis opiniones, me parece injusto que se censuren las de otros, por muy contrarias a las mias que sean… pero es que el Sr. Losantos se pasó.

La prensa, en general, obvia demasaidas veces la línea entre la opinión y el insulto. Y esta fue una de esas veces.

A mi, personalmente, me alegra esta sentencia… del mismo modo que me apena la sentencia contraria a las peticiones de Thelma Ortiz Rocasolano, hermana de la princesa de Asturias, a quien se ha impedido llevar una vida normal. Porque reconozcamos que encontrarte una recua de fotógrafos y cámaras a la salida de tu casa no es normal, a menos que vivas de tu fama… cosa que la Sra. Ortiz no hace.



¿QUÉ OPINIAIS VOSOTROS?

¿DÓNDE TERMINA LA LIBERTAD DE PRENSA Y COMIENZA EL ACOSO?

¿ES LÍCITO ACUSAR A ALGUIEN SI SE HACE EN NOMBRE DE LA INFORMACIÓN?

CUESTIÓN DE IMAGEN

La imagen cuenta. Y mucho.


No estoy hablando de belleza. Hay gente fea con muy buena imagen. Hablo del lenguaje no verbal, que sigue siendo comunicación al fin y al cabo.

La imagen cuenta, y mucho… pero oficialmente seguimos considerando vanidoso o superficial –en el mejor de los casos- a los cargos públicos o privados de cierta relevancia que manifiestan su interés por la moda, por el lenguaje gestual o por el protocolo, entendido este en su faceta más sencilla (qué me pogo, cómo me lo pongo, para qué me lo pongo).


Esta es la conclusión a la que llegué el pasado martes, después de acudir al I Foro sobre Relaciones Gabinetes de Comunicación, Gabinetes Técnicos y Departamentos de Protocolo, organziado por la Fundación Santiago Rey Fernández-Latorre (fundador de La Voz de Galicia).


En el foro participaban cuatro ponentes, cuatro figuras de reconocido prestigio en la materia: Carlos Fuentes Lafuente, actual director de la Escuela Internacional de Protocolo y miembro fundador de la Organización Internacional de Ceremonial y Protocolo; Juan Carlos Gafo Acevedo, director del departamento de protocolo de la Presidencia del Gobierno; José Manuel Velasco Guardado, director de comunicación de Unión Fenosa, recientemente nombrado presidente de la Asociación de Directivos de Comunicación, y Antón Losada Trabada, profesor titular de Ciencia Política en la Universidade de Santiago.

Todos ellos hablaron largo y tendido –con mayor o menor fortuna- sobre los entresijos de la comunicación y el protocolo. Que si las notas de prensa, que si el jefe de gabinete que filtra las visitas indeseables, que si mejor ponte a la derecha o a la izquierda, porque este tiene un cargo más así o más asá...

Sin embargo, ninguno de ellos, ni los que se mueven en el ámbito público ni los que lo hacen en el de la empresa privada, mencionaron, tan si quiera de pasada, la importancia de la imagen.

Decía Plutarco que la mujer del César no sólo ha de ser honrada, sino también parecerlo. Y tenía razón.

Que nadie malinterprete mis palabras. Soy enemiga acérrima del “qué dirán”. Creo que cada uno debe vestir y actuar como le venga en gana... pero esa forma de vestir y actuar es también comunicación, y cuando nuestro trabajo se desempeña de cara a la galería, es tan relevante como un buen discurso.

La imagen cuenta, y mucho. Y esto no es una novedad, aunque en la actualidad este campo cuente con una mayor profesionalidad. Existen ejemplos más antiguos que el mundo que demuestran que “lo que somos” se tranmite también por “lo que parecemos”. Desde las telas oscuras y sobrias de los reyes Católicos, con sus trajes severos y recios, hasta la melenita rebelde del último Aznar, pasando por la chaqueta de pana de aquel Felipe González de 1982, los elementos físicos, estéticos y gestuales han estado siempre al servicio de la imagen corporativa, aunque no siempre los hayamos sabido utilizar con maestría.


Nuestra imagen –e insisito en que no hablo nunca de ser guapo o feo-, es nuestra carta de presentación ante los demás, nuestra tarjeta de visita. Y es cierto que hay gente con un gusto nulo en el vestir, o con formas y maneras más bien neanderthales, que luego resultan ser auténticos cracks laborales en sus terrenos... pero no es menos cierto que resulta mucho más difícil prestar atención a las palabras de una persona que nos provoca rechazo visual, cuyos gestos nos resultan desagradables, o cuyo tono de voz nos provoca úlcera auditiva.


Todo esto es verdad, y pese a todo…

…pese a todo, en España seguimos creyendo que cuando un hombre se preocupa por su imagen es un frívolo, que cuando una mujer cuida con esmero lo que se pone, es una insustancial… e incluso he llegado a escuchar, de boca de personas a las que presupongo cierta formación e inteligencia, que las personas “desaliñadas” son mejores profesionales, porque tienen menos pájaros en la cabeza.

El pasado martes, en aquel foro, eché en falta cierta relevancia sobre estos asuntos tan mundanos. Y cuando, al terminar la ponencia, se lo comenté a uno de los participantes en la mesa, me respondió que no creía que fuese un tema especialmente relevante… curiosamente, llevaba la corbata perfectamente conjuntada con las rayas de su impolutamente planchada camisa, y los zapatos más lustrosos que he visto en años… pero claro, eso no era imagen… ¿o sí?

PSICOSIS... COLECTIVA

El lunes bajé al super.




Bajo casi todos los lunes –y digo bajar porque lo tengo en la puerta de casa-, a reponer los estragos del fin de semana. Que si un pack de yogures, que si tres litros de leche, que si un paquete de macarrones…

Sabía que había huelga de transporte. Vamos, que me imaginaba que algo de escasez habría…




…pero es que lo que me encontré fue la releche.


Los estantes arrasados.

Las neveras vacías.

La carnicería desprovista.

Las pescadería cerrada.


Flipé tanto que la principió me planteé que, lo mismo, hasta había habido algún tipo de asalto extraño al super. Un par de Bonnie & Clyde de barrio sedientos de Dan-up y habrientos de mortadela, o algo así.

Taconeé por entre los pasillos metiendo en mi cestita mi compra habitual –la que pude-: Cereales, leche, arroz (el único kilo de arroz que había. Literalmente), pasta, yogures (los que encontré. Literalmente)… y me planté en la caja registradora.


Delante de mi, una señora de unos 50 años peinadísima, manicuradísima y pintadísima arrastraba un enorme carro repleto de kilos de arroz y pasta, en el que se adivinaban litros y litros de leche semidesnatada y decenas de latas de conserva. Flipé.

Flipé tanto que, al tocarme el turno, le pregunté a la cajera si le huelga se había notado mucho.

Y me contestó que algo sí, que era verdad que habían llegado menos pedidos. Pero que en lo que más se había notado era en la clientela. “Están como cabras”, dijo literalmente.


Al llegar a casa se lo comenté a P. y le confesé que no entendía la psicosis colectiva que ha atacado a la gente con esto de la huelga.

Porque huelgas ya ha habido antes, y habrá después. De transporte, concretamente, recuerdo una aún no hace mucho, un par de años.

¿Qué pasa si se acaba el arroz?... pues que comeremos macarrones, y punto.





No estamos en un país en guerra –afortunadamente-, y aunque la situación no sea precisamente boyante, no está la cosa tan malita como para que tengamos que atrincheranos en casa con mil kilos de berberechos en escabeche… vamos, digo yo. Que como esto siga así nos veo a todos haciendo cola en el racionamiento, por el amor de Dior… y por cierto, ¿para qué quiere nadie seis docenas de yogures? Para cuando logres comértelos estarán caducados.





Por cierto, que ayer por la noche, al volver de una jornada maratoniana de conferencias y foros, me enteré de que ha muerto un piquete arroyado por uno de los transportistas anti-huelga…

... lo dicho, estamos todos psicóticos.