LA SUERTE DE LA FEA...

Yolanda Castaño es una joven poeta (sé que se escribe poetisa, pero no entiendo por qué no es “la poeta” y “el poeto”, y como me gusta más así, y este es mi blog, pues lo escribo como quiero, qué coño).




Es una mujer guapa. Alta, delgada, estilosa, con el pelo oscuro y largo y unos rasgos muy particulares. Es además una mujer a la que le gusta sentirse guapa. Cuida mucho su imagen, le encanta la moda (es hija y nieta de modista, y se le nota), viste con cuidado y elegancia y es fácil encontrártela en alguna boutique o tienda de modas.





Es, además, una profesional. No voy a entrar a discutir si es buena, mala o regular. Eso es una cuestión de gustos, como casi todo en esta vida. A mi, personalmente, no me entusiasma su poesía, pero desde luego mala no me parece ni de lejos. Y su labor al frente de la coordinación artística de la Galería Sargadelos en A Coruña, donde ostenta el cargo de directora, me parece más que respetable. Su escaparate suele mostrar exposiciones más que interesantes, y sus martes literarios tienen una gran repercusión y aceptación.





Trabaja también como columnista en la revista GPS, donde publica de forma constante, y como experta en la edición gallega del programa “Cifras y Letras”. Esto, que yo sepa. Seguramente hará más cosas que no conozco, porque experta no soy.

Vamos, que desde luego en su casa descansando no está esta muchacha.

Sin embargo, es fácil encontrarte con alguien que la critica porque “es una tía buena que se cree poeta”.






Este tipo de afirmaciones me ponen el hígado a morir. Y no porque le tenga especial cariño a Yolanda Castaño, de quien tengo referencias buenas y malas a partes iguales como persona, y a la que no puedo juzgar porque no la conozco personalmente. Es que no me parece justo menospreciar la labor de alguien por su aspecto físico.

Siempre he creído que las mujeres guapas lo tenían más fácil. Que se les abrían más puertas. Y yo, que no soy ni he sido nunca una “belleza”, envidiaba a esas mujeres.

Pero ahora me planteo que quizás, y sólo quizás, el hecho de ser mujer y además atractiva obliga a muchas chicas a tener que demostrar doblemente su valía como profesionales.






Perece que una chica alta, guapa, elegante y simpática tiene necesariamente que ser idiota… y no creo que sea así. Creo que se trata de estereotipos manidos, pero aceptados de forma generalizada, que dificultan y mucho la verdadera integración de la mujer en la vida laboral.

Porque, a ver, ¿si te gusta llevar taconazos y cuidas mucho tu imagen, es imposible que seas por ejemplo investigadora de neurocirugía? ¿una mujer divertida, atractiva y simpática no puede ser otra cosa que secretaria (con todos los respetos del mundo al gremio)?





Y al revés. Si eres fea como un cardo, ¿tienes que ser o muy lista o muy simpática?. Pues yo conozco alguna fea borde y además más tonta que picio. Ya ves.

Meditando sobre todo esto, me he planteado si los hombres padecerán el mismo tipo de discriminación, y lo cierto es que creo que sí, pero en otros aspectos. Creo que un descargador de muelle amante de la poesía de Byron y de la música de Mozart, que es su vida cotidiana vista de Armani debe recibir miradas de lo más “sugerente” de entre sus congéneres.

Y sí, ya sé que el aspecto importa, soy la primera en reconocerlo. Pero creo que no debería importarnos de ese modo. Debería parecernos bien que la gente cuidase su imagen, y no presuponer que porque lo hagan dejan de darle importancia a otros aspectos de sus vidas.



Toda la vida escuchando que cuidar nuestra imagen era bueno y necesario, y al final va a tener razón mi abuela: la suerte de la fea, la guapa la desea.

EL ÁLBUM FAMILIAR... O "Todos tenemos un pasado"

Todos tenemos un pasado.

Ya sé que es una afirmación evidente, casi diríamos que idiota, pero todo tiene una explicación.

Tengo una amiga, mi amiga M.P., cuyo hermano mayor es una persona muy conocida. Resulta que este chico, a la sazón un personaje extremadamente mediático, tiene una imagen muy cuidada… pero también tiene un extenso y famosísimo sentido del humor. Por eso sé que no le molestaría la aparición en ningún medio de los documentos gráficos que certifican que, efectivamente, el hermano de M.P. fue adolescente alguna vez.




Pero es que justo cuanto nos enteramos de que “eso” iba a pasar, en la “cuchipandi” de “Los Chats de la Oficina” (o sea, el listado de mails de la pandilla, que nos mensajeamos desde los despachos cuando podemos) se montó un extenso y tremendo debate sobre nuestros pasados estéticos.




Porque si ya jode que tus padres o tus tíos o tus abuelos, o quien quiera que sea el cabrón, diga delante de recién adquirido ligue cosas como “pues de pequeña lloraba por todo” o “de crío cantaba Guantanamera a dos voces que era un primor”, no te cuento ya lo que repatea que acompañen la frasecita de la consabida fotografía familiar.



Que es que las fotos de familia deberían ser delito, coño.

Yo tengo algunas tan tremendas que pueden provocar ceguera transitoria, en serio.

Y es por eso que, después de haber releído los correos de “Los Chats de la Oficina” (a quienes dedico este texto), y de haber repasado concienzudamente albumes familiares de diferentes ramas, condiciones y hasta razas, he elaborado la lista de…

… LAS 5 FOTOS QUE TODOS TENEMOS Y QUE NO DEBERÍAN VER JAMÁS LA LUZ

1º.- Sin duda es la foto número uno. Es la estrella de las fotos, y encima es tan, pero tan “importante” que hasta hay padres que la enmarcan para mostrarla en público, que hay que ser cabrón.

Me refiero, cómo no, a la FOTO DE LA PRIMERA COMUNIÓN.

Tiene tantas variantes como personas hay en el mundo, pero es identificable de forma inequívoca porque:

-El niñ@ en cuestión llevará sin duda un atuendo ridículo in extremis. Puede ser un trajecito lleno de volantes y organizas, un disfraz de marinero lleno de oros y mamelucos o hasta el hábito de monja propio de las escuelas religiosas. Pero será ridículo siempre. Es un hecho.

-La criatura irá peinada de la forma más repelente posible. Puede llevar más gomina que Mario Conde, o una diadema de flores silvestres de plástico, o hasta esa media melena con raya “al super lado”… el remolino rebelde es opcional.

-El niño o niña tendrá cara de asco que se transmutará en angelical a los ojos de los padres, y sus manos reposarán en una posición de lo más antinatural, bien entrelazadas en señal de oración, o bien descansado una sobre otra en plan “muerto de Los Otros”. Lo peor de lo peor, vamos.


2º.- Existe invariablemente en todas las familias. Da igual que el bebé fuese maravillosamente bonito, o un puercoespín peludo (que haberlos hailos). Pero siempre, indefectiblemente, todas las madres tienen una FOTO DEL BEBÉ EN LA BAÑERA.


¿Hay algo más vergonzoso que un ligue potencial contemplando tu tierna desnudez impúber?


3º.- Nadie sabe muy bien por qué, pero en algún momento de nuestra vida, algún tipo de espíritu extraño nos posee y nos dedicamos a monear delante de los objetivos en lugar de posar como Dior manda… y como los padres suelen ser unos capullos integrales, por mucho que nos quieran, en lugar de destruir las pruebas del delito conservan siempre, y cuando digo siempre quiero decir siempre, la FOTO EN LA QUE SALES CON CARA DE MONO, SACANDO LA LENGUA Y CON LOS OJOS VIZCOS. (De estás nosotras éramos expertas, que hasta las tenemos en el baño, no digo más)








4º.- Los bebés lloran. Y los niños pequeños también. Es un hecho, ya lo sabemos, no es necesario dejar pruebas de ello para la posteridad. Pero las dejamos, y por eso todo tenemos una FOTO LLORANDO O ENFADADOS.






5º- La última foto de este ranking es la más difícil de explicar, por lo complicada que es en sí misma. Me explico. Cuando la adolescencia nos ataca y las hormonas nos llenan la cara de granos y la cabeza de pájaros, todos nosotros nos volvemos unos “fashion victims” de tomo y lomo. Que si quiero un vaquero “lavado a la pierda” (que me pregunto yo por qué se pusieron de moda, con lo imposibles que eran), que si necesito un plumas naranja fosforescente, que si no puedo vivir sin mis zapatillas con cámara de aire mega flash que te cagas… vamos, que todo lo que sale por la tele, por las revistas o hasta por la radio lo queremos.

El caso es que, no sé por qué, esa etapa, en nuestra generación, coincidió con un momento estilístico muy desafortunado (últimos 80 primero 90, nada menos). Y por mucho que nuestros padres se empeñaron en evitarnos el sufrimiento posterior, al final, de un modo u otro, todos nos salimos con la nuestra.

Yo creo que por eso nuestros padres se empeñaron en fotografiarnos en todos los lugares posibles, aprovechando el auge de las cámaras domésticas, para que, en nuestra edad adulta, pudiésemos avergonzarnos en condiciones cuando enseñasen en público la FOTO DEL DÍA EN QUE IBAS VESTID@ COMO UN IDIOTA Y/O PAYASO.








¿Y VOSOTROS? ¿AÑADIRÍAIS ALGUNA FOTOGRAFÍA MÁS A ESTE ALBUM DEL RIDÍCULO?

P.D.: Quiero dedicar este post a la “Cuchipanda de los Chats de la Oficina”. Gracias por amenizarme las mañanas, chicos.

DEBATIENDO, QUE ES GERUNDIO

Lo vi.

Lo vi enterito.

De principio a fin.

Sí, amigos, yo fui uno de esos 13 millones de ciudadanas que ayer se tragó el tostón del debate electoral.




Y digo tostón no porque fuese aburrido, que eso ya es una cuestión de puntos de vista políticos y ahí no voy a entrar; que cada uno piense lo que le de la real ganas y que vote lo idem. Si a caso, y puestos a criticar, como buena polemista eché en falta alguna que otra salida de tono. Tanto “políticamente correcto” empieza a ponerme los pelos comos escarpias, la verdad sea dicha.

Pero vamos a lo que vamos.




Digo que el debate de anoche fue un tostón de tomo y lomo y padre y muy señor mío porque fue un alarde de sobriedad que más que elegante terminó por resultar desesperante.

Con esto de la sobriedad en política hay que andarse con pies de plomo, porque claro, uno no quiere dar imagen de frívolo bajo ningún concepto, pero en muchas –casi todas, seamos sinceros- ocasiones, los asesores buscan tanto la tibieza que terminan por resultar más fríos que el aliento de un besugo.





Insisto en que dejo completamente al margen el contenido e incluso las formas en el debate. Son temas demasiado transcendentales, o quizás demasiado frívolos, pero esencialmente son temas personales, y que cada cual saque sus propias conclusiones, si es que no las tenía ya antes.

A mi lo que me interesa en este caso es el continente, esos elementos que se suponían pensados para demostrar equidad en el plató, y que se presumían buscados para inclinar la balanza de uno u otro lado por parte de los candidatos y sus asesores.





Pero es que ni lo uno ni lo otro.

EL PLATÓ

Era, y que me perdone la Real Academia de las Ciencias y las Artes de la Televisión, un engendro mediático en toda regla. Tanto gris marengo debería ser delito.

Esa mesa enorme, desproporcionada, que parecía tratar de distanciar a los candidatos lo más posible; esa iluminación que de tenue era inexistente. Tan sumamente neutra que resultaba ya no aburrida sino lo siguiente.






Supuestamente había más de una docena de cámaras, pensadas y recolocadas al milímetro para poder ofrecer un plano y un contraplano de cada uno de los candidatos, amén de los consabidos planos generales. Y digo que estaban presuntamente allí porque desde luego notarse no se notó nada. Qué aburrimiento de planos, que realización repetitiva, que falta de imaginación escénica, señor de mi vida, por dios.

La escenografía estaba inspirada en el plató que acogió el debate Sarkozy vd Segolen en las pasadas elecciones francesas, pero desde mi personal punto de vista no era más que una tenue sombra- literalmente, por dios que iluminación tan nefasta- de aquel hermano galo.



EL CANDIDATO D. MARIANO RAJOY

Eligió una chaqueta sobria, una camisa aún más sobria, y una corbata en rojo oscuro que, francamente, y le duela a quien le duela, fue lo más llamativo, elegante y visual de la noche.






Eso sí, la puesta en escena la falló. Hablaba a trompicones –o muy rápido o muy despacio- y desviando constantemente la mirada en busca de sus asesores, algo que con total seguridad estos le reprocharon al terminar el debate. Infunde una sensación de inseguridad que no tiene por qué ser necesariamente real pero que cala muy hondo en el espectador.



EL CANDIDATO D. JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ ZAPATERO

Aquí la sobriedad llegó a extremos tan insospechados, que en algunos momentos costaba distinguir si el todavía presidente del Gobierno vestía traje y corbata o el uniforme de las Calasancias.







Alguien le dijo que el azul le sentaba bien, seguramente basando la teoría en que acentúa su mirada. Y no digo yo que sea mentira, que no lo es, pero la iluminación inexistente y la excesiva coordinación de tonos hicieron desaparecer el efecto.

Mención aparte merece su maquillador. Ayer leí en prensa que el candidato popular había rechazado al maquillador contratado por la Real Academia de las Ciencias y las Artes de la Televisión… creo que en aquel momento no sabía el acierto que esto supondría. El maquillador que se encargó de acicalar al Sr. Zapatero le hizo un flaco, pero que muy flaco favor. Ojeroso –y no me vale la excusa de haber dormido mal, que el Touch Eclact todo lo arregla-, pálido, y francamente desfavorecido. Eso sí, alguien enmendó el error en la pausa publicitaria. Rectificar es de sabios.

Para compensar, él acertó más con la puesta en escena. Seguro, utilizó poco sus notas –aunque mucho sus gráficos, como el otro candidato- y se dirigió a cámara y a su oponente con aplomo y firmeza.



CONCLUSIÓN

Y obviando, insisto, el contenido del debate –no es este el lugar para discutirlo, y cada opinión cuenta y merece ser respetada-, fue una velada televisiva excesivamente sobria. Sin efecto llamada, sin captación visual, sin enganche, sin reclamo…

Mi petición: por favor, que la clase política española pierda el miedo a recurrir a los efectos visuales y estéticos. Quiero… no, necesito, un debato colorido –que no necesariamente fluorescente- llamativo, visual… que estamos en el siglo XXI, por el amor de Dior.

VOLARE OH, OH (Segunda Parte)

Ayer os contaba las grandes aventuras que los controles aeroportuarios me han deparado en esta vida.

Pero tengo que reconocerlo, estas no han sido las experiencias más surreales que he vivido a bordo de un avión o en un aeropuerto. Las mejores, las más grandes, las más increíbles anécdotas de mis viajes a los largo y ancho del globo (ja, que más quisiera), son muuuuuuuuuucho más surrealistas.

Veréis:

- Una de las que recuerdo con mayor entusiasmo tuvo lugar hace unos 10 años, en mi época universitaria. Yo estudiaba –presuntamente- periodismo en la Complutense, y volvía a casa por navidad, como el famosísimo turrón. Llegué al aeropuerto con tiempo de sobra, facturé mi descomunal maleta (desde entonces he aprendido a hacer correctamente el equipaje, y mis maletas han sido degradas, de descomunales y simplemente enromes), y me senté a esperar frente a la puerta de embarque.


Una hora… dos horas… el retraso comenzaba a ser más que considerable, pero finalmente nos subieron al avión.

Maldita la hora.


Y lo digo porque, al parecer, un pasajero de primera que había facturado su maleta no aparecía, y tuvimos que esperar pacientemente… CUATRO LARGAS HORAS. La primera, pensando que el señor llegaría, las dos siguientes, ante la evidencia de que no llegaría jamás, esperando a que la tripulación localizase su maleta en la bodega para dejarla en tierra (debía ser un cliente mega vip, vamos), y la cuarta porque habíamos perdido nuestra hora de despegue y teníamos que esperar a que la torre de control nos diese permiso de nuevo.

- ¿Os parece insuperable?. Pues esperad a oír esto. Un año después, en septiembre, me encontré viviendo en la T1 de Barajas, que sólo me faltó ducharme en el lavabo, al más puro estilo “The Terminal”.

Resulta que yo tenía un billete para las diez de la noche, pero un cambio de planes repentino me daba la posibilidad de canjearlo por otro para el vuelo de las 14.00. Teniendo en cuenta que en Madrid no se me había perdido nada –mis amigos seguían de exámenes- además de hacer un calor inhumano, y que mi pandilla había organizado una fiesta para aquella tarde que iba a perderme si no cambiaba el vuelo, pues evidentemente llamé a Iberia y cambié el billete.


Llegué de Barajas, facturé, y me senté pacientemente (aproximadamente las 10.30 de la mañana). Las horas se sucedían y allí no había ni rastro de un avión. Mucho menos de una llamada de embarque. Mi móvil no paraba de sonar (¿Llegarás a tiempo? ¿Te recogemos?...) y las azafatas de tierra sólo acertaban a decirnos que “causas ajenas a la voluntad de la compañía habían obligado a retrasar el vuelo”.

Lo mejor de la historia vino cuando, a las 22.20 de la noche, perdida ya toda esperanza de llegar a la fiesta y mientras otro chico y yo despellejábamos a alguien que la empresa había enviado a tales efectos, escuchamos como la megafonía anunciaba el “Last call for pasangers on flight…” para el vuelo de las 22.00… ¡¡¡¡¡EL QUE YO HABÍA CAMBIADO!!!!!


- No se vayan todavía, que aún hay más. Hace un año se casó mi prima mayor –la única prima mayor que yo que tengo-. Ella vive en Canarias, y como a mi familia le gusta más un viaje que a un tonto un lápiz, pues allí que nos fuimos, todos juntos: mi padre, mi hermano, mi hermana, su novio (a la sazón canario, y amigo de la familia de la novia. Nunca agradeceré lo suficiente la hospitalidad y cariño de su familia), P. y yo.

Mi hermana y su chico volaban desde Madrid, y mi padre y mi hermano, un día antes que nosotros. Debe ser que tanto apellido común despistó a Iberia porque cuando P. y yo aterrizamos en Barajas para el enlace con el aeropuerto de Las Palmas, alguien muy gracioso o muy despistado decidió gastar una broma a todos los pasajeros.

Estábamos los 60 o 70 pasajeros, sentaditos todos muy calladitos y ordenados, delante de la puerta de embarque D36 (no lo olvidaré mientras viva), que lucía un hermoso cartel luminosos con el destino “Las Palmas de Gran Canaria”.


El que más y el que menos estaba a lo suyo… que si I-pod, que si revista, que si libro, que si portátil… y de repente, cuando quedaban como 10 minutos para embarcar, me levanto para ir al baño… y al levantar la vista descubro que… HAN CAMBIADO EL DESTINO.

La gente loca perdida, buscando a alguien que nos lo aclarase. Aparece una azafata que dice que ella no sabe nada y que esa puerta era la del vuelo a Mallorca.

En plena locura colectiva, a P. se le enciende una bombillita y dice “miremos los paneles generales”. Y allí nos vamos todos, al panel general, para descubrir estupefactos que nuestro vuelo... NO EXISTÍA.


Tardamos más de 20 minutos –en teoría ya deberíamos haber embarcado- en encontrar a alguien que nos aclarase el asunto. Aclarar no nos aclaró nada, pero aquel chico sí supo confirmarnos que nuestro vuelo salía de la puerta A-no-sé-qué, y que estaban dando ya la última llamada. Tendrías que haber visto a 60 personas corriendo todas a la vez por Barajas. Parecía una escena de Forrest Gump.

Pero lo mejor fue el regreso. Eso sí que fue de traca.


Os pongo en situación: mi padre, mi hermano, P. y yo en un avión de Iberia con destino Barajas. Todo perfecto, todo muy bien… y mientras sobrevolábamos el Estrecho, una azafata pregunta por la megafonía… “¿HAY ALGÚN MÉDICO A BORDO?”.

¡¡¡Creí que nunca escucharía esa frase!!! Mi deformación profesional me obligó a levantarme a investigar –sí, era investigación, aunque P. insista en que era puro cotilleo-. Al parecer, a una pasajera le había dado un ataque al corazón. Vaya película.



Ya nos veíamos aterrizando de emergencia en Sevilla, cuando una chica se levanta y dice “Soy médico”. La azafata se le lleva hasta la paciente, y después de unos minutos la chica regresa diciendo que no nos preocupemos, que sólo ha sido un ataque de ansiedad, que ya está mejor y que no hará flata aterrizar de emergencia… pues vaya chasco.

En fin, como podéis ver mis experiencias aéreas son de lo más excitante… eso sin contar el día que casi nos estrellamos por culpa de una tormenta descomunal camino de Lavacolla, o la maravillosa historia de los dos hermanos insoportables y malcriados que casi le rompen un tobillo a P. y que terminaron por ser abucheados por el pasaje al completo.

¿QUÉ OS PARECE? ¿ALGUIEN DA MÁS?

VOLARE, OH, OH

Me voy de viaje.



Eso no es ninguna sorpresa, porque como soy una bocas y todo lo largo, ya hace unos cuantos post que os comenté que P. y yo nos vamos a pasar unos días a Londres.




Londres es uno de esos “destinos pendientes” en mi lista. Uno de esos sitios que me muero por conocer y recorrer palmo a palmo. Por eso el viaje me hace especial ilusión. Bueno, por eso, y porque la excusa es magnífica: viajamos a la Gran Bretaña al reencuentro de un amigo que hace algún tiempo que se marchó, en una huida hacia delante que no le ha traído más que ventajas, al menos hasta ahora.

El caso es que yo hace años que opté por hacer mía la frase de mi profesor de Protocolo y Relaciones Públicas, el señor Rafael Vidal, quien asegura que “la mejor forma de improvisar es tener un magnífico plan”.




Yo aplico esta máxima a casi cualquier aspecto de mi vida. Me encanta improvisar, es cierto, y la verdad es que si no fuese así no sé qué sería de mi teniendo en cuenta el carácter de P. (para que os hagáis a la idea, según S., mi mejor amigo, mi vida “es una constante incertidumbre”). Vamos, que para poder improvisar lo que hago es contemplar todas las posibilidades con antelación, y así evitar sorpresas desagradables.

En el terreno de los viajes, esto se corresponder habitualmente con contar con:

- Una maleta bien planificada





- Un buen plano/guía del destino





- Ciertos conocimientos sobre los usos y costumbres de nuestro anfitrión






Pero es que, por lo visto, y teniendo en cuenta cómo se están poniendo las cosas en esto de los viajes aéreos, la planificación de un viaje requiere mucho, pero que mucho más.

P. y yo compramos los billetes por internet hace ya tiempo, para conseguir un buen precio. Salimos de Alvedro (aeropuerto coruñés) y aterrizamos en Heathrow. Había ofertas más baratas a Stansted o Lutton, por ejemplo, pero investigando descubrimos que lo que nos ahorrábamos en el vuelo nos veríamos obligados luego a dejárnoslo en el taxi o tren correspondiente, eso sin contar con que los horarios eran infames.

El caso es que, como vamos pocos días (sólo cuatro noches), y volamos con una de esas compañías de bajo coste que sólo permiten facturar una maleta por pasajero, he tenido que dejar en casa la idea de llevarme mi amado neceser Samsonite, que adoro y que me acompaña a todas partes. Porque claro, tampoco podría llevarlo como equipaje de mano, primero porque lleva líquidos super peligrosos dentro en dosis superiores a los 100ml (todo el mundo sabe que el champú Kerastase especial volumen puede ser mortal sabiamente administrado), y segundo porque eso me impediría llevar bolso. Sí, señores, sólo un bulto de mano por cabeza en cabina. Y el bolso, aunque sea pequeño, es un bulto de mano.



Total, que ayer por la tarde, al salir de la redacción, me planté en una perfumería para comprar dos neceseres: uno durito y no muy grande en el que meter mis cosméticos para facturarlos dentro de la maleta, y otro pequeñito y transparente para llevar en el bolso, porque, darlings, os recuerdo que los líquidos y cosméticos deben llevarse así en los viajes aéreos. Nadie sabe por qué.




En fin, que mientras la dependienta, una chica joven y muy agradable, me cobraba, comenzamos a charlar. Que si estos neceseres son estupendos para viajar, que si precisamente para eso los quiero, que si a dónde te vas, que si a Londres… Y en medio de nuestras distendida charla le comento animada que “claro, para un viaje así lo que haré será llevarme un bolso grande que me valga para todo, y así voy cómoda y mona a la vez”.

Ayer –y hoy también, mira tú qué cosas- llevaba yo mi caprichito de estas navidades: un bolso enorme de piel negra con tachuelas, copia casi exacta del famoso Knight de Burberry, que me rechifla y que uso muchísimo.





La dependienta mira mi bolso y me pregunta “¿No pensarás llevar ese?”. Al ver mi cara de estupefacción, se explica sonriente “Te lo digo porque hace poco que estuve en Londres, y son super estrictos con las normas antiterroristas. No sé si tanta tachuela supondrá un problema”. (Como todo el mundo sabe las tachuelas son armas super peligrosas que pueden acabar con la tripulación de un avión transoceánico en menos de un minuto).

Llegué a casa estupefacta con el asunto y se lo comenté a P., quien no supo qué responderme, sobre todo teniendo en cuenta nuestra experiencias aeroportuarias de los últimos años, que paso a enumerar:






-En Lavacolla (Santiago de Compostela), hace ahora unos cuatro años, por poco acabo en pelotas. Tuve que sacarme las botas, el cinturón, desabrocharme el vaquero por si era la cremallera… todo para que al final el culpable del pitido fuese… mi sujetador!!! Por lo visto los aros son armas de destrucción masiva.

-En Barajas, hace un año y medio, un agente de seguridad me exigió presentar la receta de mis anticonceptivos orales para permitirme embarcar con ellos en el equipaje de mano, por considerarlos posibles estupefacientes. Afortunadamente acababan de cambiármelos y llevaba la recete encima para no olvidar el nombre.

-También en Barajas, hace un año justo. Terminamos por pasar por el control descalzos porque los clavos de las botas pitaban. Sin comentarios.

-De nuevo en Barajas. Viajando con Easyjet, hace cosa de un año. Resulta que sólo podíamos subir un bulto de mano por cabeza, y yo llevaba mi maxi bolso tamaño “maleta fin de semana de la familia Von- Trapp” y mi consabido neceser Samsonite, lleno de ropa esta vez. La azafata de tierra me comenta que no puedo subir las dos cosas. Yo le explico que en las normas del billete no pone tal cosa. Ella insiste, yo insisto… y P. se cabrea, me mira y me dice, delante de ella “Tú, tranquila, trae”. Le doy los dos bultos… ¿y qué hace?. Pues mete el neceser dentro del bolso. “Así vale, ¿no?”. Yo estupefacta, pero la azafata, evidentemente, más. No acertó a decir nada y nos dejó subir sin más problemas.

-En Alvedro. Hace un año. Dentro de la zona de embarque compramos una botella de agua mineral. Aún sin abrirla, fuimos a embarcar y nos dijeron que no la podíamos subir al avión. Como estaba sin abrir a P. le dio coraje y le dijo al guarda, “oiga, quédesela, no la tire, que está sin abrir”. El agente nos miró estupefacto y dijo “A ver, de un trago”. P. abrió la botella, bebió un trago y acto seguido el agente dijo “Bueno, pásenla, pero que sea la última vez”.





-En Milán, hace un año. Bajamos de un avión origen Budapest para coger otro destilo Mardid. No salimos, consecuentemente, de la zona de embarque. Llevábamos una botella de agua –para variar- comprada en el avión. En el control de embarque (sí, en Milán se hace un control aunque ya vengas de la zona de embarque) nos hicieron descalzarnos, sacarnos los cinturones, y etc, etc, etc… y evidentemente no nos dejaron pasar el agua. Eso sí, no hubo ningún problema con un broche que adornaba mi suéter, de tamaño XXL, con una aguja de enganche de más de 10 cm… que como todo el mundo sabe es cien millones de veces más inofensiva que el agua.






Todo esto sin contar retrasos injustificados, cambios de puerta de última hora, y machaques varios.

Así que, visto lo visto, se admiten apuestas…

¿PODRÉ SUBIR MI BURBERRY KNIHGT FALSO AL AVIÓN, O POR EL CONTRARIO SERÉ DEPORTADA ANTES DE ATERRIZAR?

EL DÍA QUE POR POCO MONTO LA DE SAN QUINTÍN

Soy una persona impulsiva.



Y no digo que eso sea bueno, pero reconozco que ni lo puedo ni lo quiero remediar. A mi a hay cosas que me revientan el hígado y como buena temperamental que soy salto por los aires.

Por norma general trato de evitar los conflictos a toda costa. Soy paciente, busco la empatía, trato de ponerme en el otro lado… pero cuando algo me toca la fibra sensible, soy incapaz de echar el freno.

Hasta el día de hoy esto tampoco me ha traído mayores complicaciones. Si a caso, algún que otro rebote con alguna amiga, que suele solventarse dos cañas más tarde, y poco más.




Pero hubo una ocasión en que mi falta de serenidad por poco provoca un conflicto tremebundo, de esos que salen en las contraportadas de los periódicos.




Hace tres años que dirijo un programa de radio de contenido principalmente cultural, pero en el que se hacen concesiones a asuntos políticos, sobre todo a los de índole social. Esta temporada, para ampliar un poco el repertorio y añadir una nota diferente, hemos incorporado un nuevo colaborador que presenta una pequeña sección enfocada al panorama LGTB (Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales) de Coruña.




El programa cuenta con una página web y un correo electrónico de contacto, en el que habitualmente recibimos la información que nos envían los grupos de música, las compañías de teatro o las salas de exposiciones. Un buen día ese correo se estropeó, y estuvimos un tiempo sin poder recibir mails.



Pero hete aquí que pasado un tiempo, al llegar al a redacción una mañana, abrí el correo electrónico y me encontré con un mail bastante desagradable que ponía a caldo de nuestro colaborador, llamándole “maricón de mierda” e instando a todos los coruñeses a “salir a los Jardines de Méndez Núñez (una zona céntrica de la ciudad) a apalear mariconas”.

Se me encendió la sangre.

Se me encendió tanto que en menos de cinco minutos tenía al teléfono al director de la radio exigiéndole que se tomasen medidas legales contra semejante interfecto.

T. convino conmigo en que realmente aquello eran amenazas en toda regla, y que la radio no tenía ningún inconveniente en tomar medidas legales, pero que para eso era necesario que les reenviase el mail, para poder rastrear la IP del personaje en cuestión e interponer una demanda que obligase a su compañía de Internet a facilitarnos sus datos para poder denunciarle por amenazas.




Reenvié el mail, y llamé a P. mientras lo hacía para contarle, medio a gritos medio enervada, el enorme cabreo que tenía. “Es increíble que existan energúmenos así”, etc, etc, etc…

Media hora después M. miembro de la Junta Directiva de la radio y abogado, me llamó al móvil. Había analizado el mail detenidamente y tenía muy claro que desde luego era más que denunciable. La radio pensaba personarse como acusación… pero me sugirió que primero llamase a F. (el afectado directo), para preguntarle si deseaba personarse como acusación particular, o si, por el contrario, deseaba mantenerse al margen del proceso.


Cogí mi móvil y marqué el número de F.

Le conté lo que había pasado.

Silencio al otro lado de la línea.

“F, ¿estás ahí?”

Y de repente oigo una enrome carcajada saliendo de mi Nokia 6210.

Me desconcertó tanto aquella risa sincera, abierta y divertida que no acerté a decir nada. Simplemente me quedé callada, atónita, esperando al otro lado del teléfono.

“Pero María, ¿no te has dado cuenta de que el remitente del mail soy yo?”

Abro apresuradamente el correo y miro de nuevo el mail para comprobar el remitente… que, efectivamente, es F.

“¿¿==??=?=?==???(O/()=/&U((E%&U&()” (más o menos esto fue lo que dije, mientras F. se descojonaba al otro lado de la línea).


“Tía, que como me comentaron que ya funcionaba el mail decidí hacer una prueba y enviar uno para comprobarlo. Pero como enviar un mail que pusiese sólo “esto es una prueba” me parecía muy aburrido, pues mandé uno de coña. Porque es evidente que si firmo yo, es de coña, tía”.



Desde es día hay ciertas cosas que me tomo con más calma.

1.- Cuento hasta diez cuando algo me saca de quicio. Y si sigo de mala leche… entonces, sí, exploto. (Es que la cabra tira al monte)

2.- Trato de leer o escuchar entre líneas buscando el “tono irónico” de las cosas. No vaya a ser que malinterprete algo.

3.- Y, por supuesto… compruebo DOS, TRES Y CIEN VECES si hace falta los remitentes de los correos… ay!!!!

TIME GOES BY... Y menos mal.

El pasado sábado mi amigo D. celebró su 27 cumpleaños. Una fiesta por todo lo alto que reunió lo más granado del mundillo homo y hetero de la ciudad, todo ello en armoniosa convivencia, en el duplex que comparte con F., su pareja desde hace años y futuro marido (si las elecciones de marzo y un cambio de gobierno no lo impiden).

El caso es que en la fiesta había de todo lo que tiene que haber en una celebración de cumpleaños: había sándwiches de nocilla, vasos de colores, tarta de galletas y chocolate y hasta 27 velitas espirales; como dios manda, vamos.




Al verme inmersa de nuevo en mi más tierna infancia, y mientras comía gominolas de coca-cola y gusanitos a dos manos, me di cuenta de que las personas pasamos por unas etapas vitales extrañamente desincronizadas que, al menos en mi caso particular, pueden resumirse del siguiente modo:

A LOS 5 AÑOS eres feliz, y punto. Las cosas que te gustan, te gustan. Las que no, no. No te preocupa un pimiento si algo “se lleva” o es “conveniente”. Por ejemplo, comer coles de bruselas puede ser muy conveniente, pero como no te gusta no lo haces a no ser que estés obligado a ello.






A LOS 11 AÑOS quieres tener 20. Envidias a los adolescentes que ves por la calle o, en su caso, con los que convives. Si te obligan a vestir de determinada manera se te ponen los pelos de punta, y odias con toda tu alma las carpetas con imágenes de Hello Kitty o de Los Caballeros del Zodiaco, porque, claro, tú ya eres mayor.






A LOS 17 AÑOS el mundo simplemente apesta. Nadie te comprende y repentinamente, ahora que ya eres uno de esos adolescentes que querías ser, eso de tener “la edad del pavo” ya no te parece tan divertido. No encuentras tu sitio, o simplemente tu sitio no te gusta. Con los adultos eres un niño. Con los niños, un adulto. Y la vida es un asco.






A LOS 23 AÑOS eres ya todo un adulto. Qué responsabilidad, dios mio. Buscas un trabajo, encuentras un trabajo… y pierdes tu vida. De repente todo son responsabilidades, y tu tiempo ya no es tuyo: se lo has alquilado a un señor que paga más bien poco por él y que además te cae fatal. Empiezas a replantearte eso de “ganarte la vida” con el sudor de tu frente.






A LOS 28 AÑOS has decidido que si a los 5 eras feliz, era por algo. Y que las responsabilidades están ahí, y hay que afrontarlas. Pero no pueden amargarte la existencia. Has decidido que si quieres comerte un sándwich de nocilla no vas a privarte porque sea “infantil”, que si lo que te gusta hacer con tus amigas es cotillear y bailar como las posesas, lo harás, y que te importa un comino lo mucho que alguien pueda pagar por tu tiempo, porque ya no estás dispuesta a venderlo todo. Si a caso, a seguir alquilando parte de él. Pero sólo parte. Y tendrás que comer coles de bruselas, pero sólo cuando te obligues a tí mismo. Y una buena película vuelve a ser un gran momento. Y las gominolas de coca-cola y las piruletas de corazón vuelven a parecerte divertidas.





En resumidas cuentas, podemos decir que las personas simplemente nos dedicamos a vivir etapas a pie cruzado, sin darnos cuenta muchas veces de que perdemos la oportunidad de ser simplemente felices para ser simplemente perfectos.



No es que eche de menos mi infancia -aprecio demasiado mi independencia-, ni mi adolescencia -sobre todo teniendo en cuenta lo terrible que fue-; ni si quiera mi etapa universitaria -que no estuvo mal, pero era mejorable-. Es simplemente que, a día de hoy, por fin, puedo decir en voz alta que algo me gusta, o que no me gusta. Y que me importa un bledo lo que opinen otros, porque yo ya me he perdonado a mi misma mis gustos extravagantes.

Y por eso yo lo pasé muy bien en la fiesta de D., comiendo gominotas y bailando como si tuviese una lagartija en mi vestido imitación de Yves Saint Laurent. Y creo que el resto también lo hicieron.