A POR EL 2010!!!!

A mi esto de despedir el año no me convence mucho.


No me malinterpretéis, que soy la reina de las fiestas de nochevieja… si en mi casa la noche de las campanadas es como una fiesta nacional. Hay cava, y vino, y más cava, y más vino, y comida y comida y comida y cientos y cientos de primos, tíos, abuelos, hermanos… todos revueltos y gritando “que no llegamos a las uvaaaaas”, cuando sabemos perfectamente que nos sobrará cerca de una hora entre el último trozo de turrón y el primer cuarto… en fin, que la nochevieja me gusta mucho.

Lo que no me gusta es el concepto “despedida”, porque yo creo que en eso la sociedad occidental está equivocada. La nochevieja no debería servir para decir adiós al año que termina, sino para saludar al nuevo año que entra.

El 2010 será mi año… eso dijo la bruja que consulté hace unos meses, y a mi me gusta creer que tiene razón, así que he decidido dedicar un amplio esfuerzo mental y posicionarme firmemente en el lado positivo de la vida. El 2010 será un año grandioso.

Pero lo será no sólo porque toque, o porque me lo merezca –que me lo merezco, y punto. Y sí, tengo abuela pero no es muy cariñosa, la verdad-. Lo será en buena medida porque el 2009 me ha preparado para ello.

Para el mundo que habitamos el 2009 ha sido un año de transición. El año de la crisis económica –qué tedio, por Dior, qué tedio-, de la reestructuración mundial, de la muerte de Jackson y Farra, del golpe de estado en Honduras, de la trama Gürtel, del secuestro del Alakrana, de la huelga de hambre de Haidar, de Obama, el primer presidente negro de USA, de la guerra de medios, de los timos de la estampita versión 2.0 (Lemman Brothers, Maddof…), de la vergüenza de Air Commet, del secuestro de los cooperantes Mauritanos, de la reforma de la ley del aborto, … el año de los cambios que nada cambian. Un punto de inflexión necesario pero tedioso. Un año de paso.

Para mi, el año que termina ha sido raro, raro, raro… pero raro profesional, vamos, un raro en toda regla. Ha tenido cosas buenas, cosas muy buenas, cosas malas, cosas muy malas, y cosas sencillamente increíbles, en el buen y en el mal sentido de la expresión.

Así que, haciendo honor a la fama de metódica y enferma de TOC que me caracteriza, y para darle –una vez más- la razón a Rub, he decidido elaborar la lista de…

LOS ACONTECIMIENTOS QUE HAN MARCADO MI 2009

El 2009 ha sido el año de la muerte de mi padre. Enfermó de cáncer de pulmón en febrero, y aunque luchó como un jabato durante siete largos meses, en septiembre decidió que ya era hora de descansar. Le echo de menos. Cada día, cada hora, cada minuto. Como a mi madre. Pero sé que nos dejó unidos y fuertes, y eso me consuela bastante. Aunque sé que no dejaré de añorarle nunca, ya no lloro su muerte. Supongo que hasta el duelo tiene fecha de caducidad.

El 2009 también fue el año de dos grandes bodas: la de mi amiga Uxi, y la de nuestra querida Noa.

La de Uxi fue una boda deseada, anhelada, querida y arropada. Tanto o más que su despedida, un viaje lleno de aventuras y risas a una ciudad que es más nuestra que de nadie a base de habérnosla trabajado. Se libró por los pelos del disfraz de aceituna, pero le cayó una banda rosa y una camiseta customizada que creo que no olvidará nunca. Trabajamos tanto y tan unidas para que ese día fuese especial para ella, que hasta conseguimos sorprenderla. Y eso tiene su mérito, teniendo en cuenta que en la ceremonia los novios se marcaron unos discursos hacia los invitados que terminaron con el rimmel de las testigos –o sea, nosotras- y las existencias del kleenex de toda la iglesia. Luego comimos, bebimos y bailamos toda la noche, y toda la madrugada, hasta que el sol de aquella brillante mañana de junio nos sorprendió esperando el autobús de regreso.

La boda de Noa fue una locura. En la ceremonia, su abuelo nos contaba chistes verdes a Ely y a mí, que nos moríamos de la risa con él. Y en la fiesta bailamos tanto, tanto, tanto… Y tan bien. Hasta cantamos en un improvisado karaoke ante la atónita mirada de los invitados y de un Dj que no creyó jamás que una cuadrilla de jovencitas –porque somos jovencísimas- pudiese robarle tanto protagonismo.

El 2009 fue también el año Blogger por excelencia. He conocido a algunos de los bloggers que frecuentan estos lares, y cuyos lares también frecuento yo, y espero conocer más. Hasta ahora la experiencia es altamente positiva, para qué vamos a engañarnos, y con algunos de ellos he llegado a tener una amistas, con mayúsculas, que me parecía imposible a priori. Sorpresas de la red de redes, ya veis.

En el 2009 he trabajado más que nunca… y puede que también mejor que nunca. Y no lo digo porque sea la mejor profesional del mundo, que oye, tampoco estaría mal, pero creo que aún me queda lejos, pero lo cierto es que este año me he enfrentado a nuevos retos profesionales de un calado que no esperaba, y que he superado con más o menos éxito, aunque siempre con mucho trabajo y esfuerzo. He aprendido a encontrarme cómoda en un puesto que no sabía muy bien cómo valorar ni afrontar.

El 2009 ha sido también el año internacional del embarazo, al menos en mi pandilla, donde tres de mis amigas están en ese estado tan cursimente llamado “de buena esperanza”. Lucas, Paloma y Adriana verán la luz entre marzo y mayo de 2010… que Dior nos pille confesados.

Este año que termina ha sido también el año de zanjar etapas. He zanjado mi miedo a romper contratos -que se lo digan a Vodafone-, mi hermano se ha independizado, mi hermana ha arrancado una nueva etapa con su empresa… ha sido un año de muchos puntos y seguido, y de todavía más puntos y a parte.

El 2009 ha sido el año en que he estado en Bobia. Literalmente. Y en Tallin, una ciudad maravillosa que me enseñó que casi todo puede recuperarse, que nada se pierde para siempre y que, cuando menos te lo esperas, tropiezas con el futuro.

El 2009 ha sido el año en que viajé 600 kilómetros de ida, y 600 de vuelta, en un solo fin de semana, para felicitar el cumpleaños a mi hermana, y a un amigo muy querido.

El 2009 ha sido el primer año en que he logrado comprar todos los regalos de navidad antes del día 22.

El 2009 será el primer año en que organice la fiesta de nochevieja con las mejores bloggers del planeta.
Niñas, preparaos, no vamos a dejar títere con cabeza!!!!

El 2009 ha sido el año en que he logrado reconciliarme con mi armario, con mi cara, con mi cuerpo, con mi cuenta corriente… con mi vida. Conmigo.

54 posts. Uno por semana de este extraño año que termina y que deja tras de si un poso importante, necesario, positivo –pese a todo-, que será el germen de un 2010 arrasador. A POR ÉL!!!!



SUENA EN MI I-POD: Qué enganche tengo con este tema, madre mía de mi vida!!! Resulta que me he metido en el I-pod el “Lágrimas Negras” de Bebo Valdés y Diego el Cigala, que creía yo que lo tenía ya más que trillado, y resulta que me he tropezado así, a lo tonto, con “Se me olvidó que te olvidé”, un bolero maravilloso que en la voz del Cigala cobra un significado nuevo. Del piano no digo nada porque lo dice todo él solo.

EL PROFESIONAL

Hay que se profesional, siempre. Te dediques a lo que te dediques.

¿Qué eres maestra? Pues una maestra profesional.

¿Qué eres asistenta de hogar? Pues una asistenta de hogar profesional.

¿Qué eres contorsionista? Pues contorsionista profesional.

Ser profesional significa, principalmente, hacer las cosas con conocimiento. Vamos, que pueden salirte mal igual, que al fin y al cabo eres un ser humano, pero no puede ser porque lo hayas hecho con desidia, o sin valorar los pros y contras de actuar de uno u otro modo.

Esto lo digo porque el jueves pasado me di cuenta de que si te dedicas a algo, lo que sea, debes profesionalizarte como Dior manda, o corres el riesgo de convertirte en el hazmerreír del barrio… aunque lo que seas es ladrón de guante blanco.

Veréis, el pasado jueves los fotoperiodistas coruñeses inauguraron su ya tradicional exposición de final de año, la de Fotoxornalismo Coruñés, en el Casino de los Jardines de Méndez Núñez. Como muchos son amigos, todos compañeros, y como encima es una de esas citas a las que no falto jamás, allí nos fuimos P. Y yo, a esos de las nueves de la noche, a disfrutar de las instantáneas más divertidas y curiosas del año.

Nos reímos, vimos y saludamos a amigos y conocidos, nos tomamos un par de cañas y como al salir ya era un poco tarde –algo más de las 11 de la noche- decidimos que lo de hacer algo de cenar en casa no era demasiado tentador, así que paramos en la Ronería Rústico, un local en la calle Voluntariado, entre la Plaza de Galera y Torreiro, en pleno centro coruñés, a tomar una caña y una foundie de chicharrones y bechamel (muy pero que muy recomendable, por cierto).

Nos tomamos la caña, comentamos la exposición, lo bien que habíamos visto a fulano y a mengana, y a zutano, que si no es en estos actos no le veo en todo el año, etc, etc… y a eso de las doce menos cuarto salimos por la puerta del Rústico destino nuestro hogar, dulce hogar.

Pero hete aquí que en medio de la calle Voluntariado, cuando aún la medianoche no había llegado a un jueves coruñés atestado de jóvenes, nos tropezamos con un hombre de unos 30 años, con toda la pita de ir más beodo que Baco, caminando haciendo eses en dirección Torreiro, con una caja registradora en las manos.

Que sí, que sí, que lo habéis leído bien: el fulano llevaba una caja registradora en las manos. El rollo de papel de los tickets arrastraba desde metros atrás, desde la esquina de la Plaza Galera, aproximadamente, y se le enredaba en los pies, por lo que el sujeto le daba periódicamente pataditas laterales para evitar caerse al suelo, una hazaña harto imposible, si tenemos en cuenta que también arrastraba el cable, que paseaba a su lado como un pequeño perrillo desvalido de plástico y metal.

Viendo la escena, teniendo en cuenta que el personaje en cuestión iba más pedo que Alfredo y que eran las 12 de la noche del jueves, con lo que la calle Voluntariado, la próxima Galera –zona de cañas y tapas, sobre todo los jueves noche- y la colindante Torreiro, feudo de jóvenes y no tan jóvenes noctámbulos, estaban a rebosar cual metro madrileño en hora punta, P. Y yo dimos por hecho que nuestro nuevo amigo había encontrado la maltrecha caja registradora en algún contenedor próximo y que, preso de un ataque de avaricio hurraquil, se había lanzado sobre ella creyendo, en su borrachera infinita, que la caja sería un tesoro digno de llevar a casa.

Íbamos descojonándonos de la risa con la batallita camino de casa, cuando de repente un sonidito un tanto desagradable nos hizo detenernos… ¿eso es una alarma? Miramos a la derecha, miramos a la siquiera… y allí, en medio de una calle que los jueves es un hervidero de universitarios, había un escaparate con un boquete del tamaño de una persona pequeñita, rodeado de cristales, y con la tapa de la registradora, la que cubre el rollo de papel, en el suelo…

¡¡¡Manda cojones, que el fulano ha robado la registradora!!! Eso fue lo que dijimos. No nos lo podíamos creer. Aquello tío había tenido los bemoles de romper un escaparate, entrar en una tienda, y llevarse la registradora a las once y media de la noche de un jueves en medio de la calle más llena de gente de la ciudad. Con un par, sí señor.

Estaba yo contándole a un policía muy amable, por teléfono, el extraño caso del ladrón osado, cuando de repente vemos pasar el susodicho, esta vez ya un poco menos pachorro, y sin registradora en las manos, camino de la Calle Real. Sí señor, el lugar ideal para escapar, una calle peatonal paseada por policía día y noche.

A nuestro alrededor se acumulaban los curiosos. Gente que se descojonaba comentando que habían visto pasar a nuestro particular Lupen con la registradora, pero que no podían creer que se tratase de un robo “coño, un jueves a estas horas, como para que no te vea nadie”… si es que ya no hay profesionales, joder.

Total, P. Y yo volvimos a casa, convencidos de que la policía cogería al malo… (¿o debería decir al tonto?), y cuando ya me estaba bajando de mi tacones de Firrs&Company, suena mi móvil.

Al descolgar, un amable policía me comunica que, si no es mucha molestia y no estoy muy lejos, debería acercarme al lugar de la denuncia para reconocer el detenido.

¡¡Imaginaos!!! ¡¡Yo, en una rueda de reconocimiento!!! ¿Y qué se pone una para estas cosas? Como ya estaba medio desnuda, y no era plan de ponerme a planchar la gabardina, que era lo que el cuerpo me pedía, pues me planté de nuevo los vaqueros, una camiseta y una bailarinas (sí, fui de plano… no me dio tiempo a pensar más, no me lo tengáis en cuenta, por favor) y allí me planté con P. En el suelo, nuestro amigo de la registradora se hallaba esposado y sangrando por una pequeña brecha en la cabeza, fruto, al parecer, de una tremenda leche beoda contra el asfalto. Junto a él, pero de pie, había otro detenido al que no habíamos visto en la vida. Repetimos al policía que nos atendió la secuencia de los hechos y nos fuimos a dormir.

Al día siguiente, mientras mi jefa y yo estábamos en la redacción de un conocido medio de comunicación haciendo una entrevista (ella, no yo, claro), cuando la policía vuelve a llamar a mi móvil. Tenía la esperanza de que se tratase del agente de anoche –guapo, muuuuy guapo-, que, presa de un ataque de lujuria, no había podido resistirse y había robado mi teléfono del expediente del caso para invitarme a una noche de desenfreno, que yo, evidentemente, pensaba rechazar con la mejor de mis sonrisas (o no, ya veremos…) Pero no. Era otro compañero, que me pedía que pasase por comisaría a prestar declaración (otra vez) y a reconocer al sospechoso (otra vez) de cara al juicio (un momento, ¿qué juicio? Aquí nadie ha hablado de ir a juicio, eh)

Nos personamos P. Y yo en la comisaría de nuevo, y esta vez nos hicieron declarar por separado, y reconocer a nuestro amigo de la registradora entre unos cuantos clones similares. Al terminar, el chico que nos tomaba declaración conversaba con nosotros y comentó “es que… ¿a quién se le ocurre robar en una tienda en esa calle a esas horas?… un jueves!!! Con todo lleno!!!”

Y tenía razón.

A mi toda esta experiencia me ha enseñado dos cosas fundamentales: que llamar a la policía cuando vez un robo acaba obligándote a pasear por comisaría día sí día no, y que ya no quedan profesionales… porque a ver, ¿no hubiera sido mejor esperar a las 3 de la mañana, cuando en esa calle ya no quedan ni los gatos? ¿o robar la registradora de los cojones un martes?... si es que… para todo hay que valer.

P.D. Sigo sin saber nada del apuesto policía que nos tomó declaración la primera noche. Si es que ya ni para coquetear hay profesionales, coño.

SUENA EN MI I-POD: Un tema del primer album de Avril Lavigne, “Things I´ll never say”, contenido en el Lp “Let Go”. Ese disco, del año 2002, marcó mucho un invierno de mi vida donde cambiaron muchas cosas. Casi podría decirse que me convertí en una profesional de los cambios, jajajajaja. Y sí, hubo muchas cosas que no dije ese invierno. Y seguiré sin decirlas, creo.

SONRÍA, POR FAVOR -una de meme marchando!!!-

Perla e envía un meme sonriente, y como yo soy una persona de risa fácil, considero este meme un regalo navideño en toda regla: Gracias, Perla!

La gente dice de mi que soy risueña, una persona optimista y alegre con la sonrisa siempre dispuesta… bueno, antes de entrar a trabajar en el Gabinete me reía más, pero esa es otra historia. Lo cierto es que en general soy una persona que se ríe –y sonríe- con facilidad. Me hace reír la música, las películas, las ocurrencias de otros, las mías propias, las meteduras de pata, los niños pequeños… casi todo me hace sonreír. Eso sí, cuando saco el doberman es mejor estar lejos, porque del mismo modo que en “modo sonrisa” soy llevadera y maleable, en “modo mala hostia que te cagas” soy el terror de los mares.

Además de ser propensa a la sonrisa, soy propensa a la carcajada, algo que no siempre es bueno. Y es que tomarse la vida con un poco de humor es sanísimo para la bilis, que se te endulza mucho, y para el cutis, que se te queda terso y suave, pero es malo, por ejemplo, si ocupas un puesto de responsabilidad en cualquier empresa, porque, tal y como anda el mundo, corres el riesgo de convertirte en el pito del sereno con mucha facilidad.

Tampoco es buena mi propensión a la carcajada a la hora de pasar desapercibida en el cine o el teatro. Recuerdo una ocasión, hará unos diez años; mi hermana me había regalado por mi cumpleaños dos entradas para una representación del Club de la Comedia, “Cinco Hombres Punto Com”, a la que me apetecía muchísimo ir. Fui con mi entonces novio una tarde de mayo que hacía un frío inexplicable y caía el diluvio universal.

Entramos en el teatro y nos sentamos en la segunda fila –entradas privilegiadas-, a esperar el momento del comienzo de la función, y se apagaron las luces. Primero salió Javier Veiga, luego ya no recuerdo quién, y el tercero en repartir humor fue Nancho Novo. A mi Nancho Novo siempre me ha parecido un tío divertidísimo, la verdad, y su monólogo de esa noche estaba a la altura de lo que esperaba de él, pero es que, en mitad de la función, hizo un chiste malísimo. Pero malísimo de verdad. Estaba contando la aventura de invitar a una chica a cenar, y se planteaba la posibilidad de invitarla a cenar en casa, lo que suponía, a su entender, el handicap de tener que preparar algo elaborado para obsequiarla “a no ser que seas gallego” dijo “porque la mayoría de los gallegos creemos que Nouvelle Cuisine es meter una pescadilla congelada en el culo de alguien”.

Lo sé, es un chiste penoso… pero yo no pude evitar echarme a reír a carcajadas, como si el mundo fuese a acabarse mañana. Trataba de controlar mis carcajadas, pero cuando más las reprimía más alto sonaban las jodías, y llegó un momento en que se me escuchaba a mi por encima de Nancho Novo… y eso que él llevaba micrófono. Así que él se bajó del escenario, se acercó a mi asiento, y soltó “Tú eres gallega, ¿verdad?”. Mi ataque de risa fue tan tremendo que tuve que salir al baño y regresar a la función una vez calmada.

Tampoco es útil ser una persona tan risueña cuando tienes un traspiés. Cuando tenía 16 años, por ejemplo, estaba de moda un local en Coruña que se llamaba Recreo, en la calle Pintor Joaquin Vaamonde. Era un pub que abría a las 10 de la noche y cerraba a las 4, más o menos, donde sonaba música pop y donde se reunía toda la “gente guay” de mi generación. Yo iba cada viernes y sábado con mis amigas, y allí no encontrábamos con nuestros amigos “los chicos” –sí, entonces era así, chicas vs chicos, la gran final-.

El caso es que para entrar en el local había que bajar tres tramos de escaleras de parquet, con sus correspondientes descansillos, como de metro diez de largo.

Pues bien, un viernes cualquiera íbamos mis amigas y yo ideales de la muerte con nuestras minifaldas y nuestros tacones, dispuestas a comernos la tarde-noche, y a todos los tíos buenos que se dejasen, y, la llegar a la puerta, divisamos al borde de la barra a nuestros amigos. Saludamos desde arriba muy glamourosas nosotras, y comenzamos el descenso con todo el chic que pudimos atesorar, cuando de repente… de repente mi pie tropezó consigo mismo el muy hijo de puta, y luego tropezó con el otro, que no sé qué coño hacía allí el muy cabrón, y uno por otro se pusieron de acuerdo y mi cuerpo serrano rodó escaleras abajo… los tres tramos… con sus descansillos de metro diez incluidos… para terminar el numerito con la falda a la altura de las paletillas y las bragas de Hello Kitty asomando.

Por si la escena en sí misma no resultase suficientemente patética, a mi subconsciente le dio por visualizar la situación desde fuera: yo misma, tirada en el suelo del pub más lleno del mundo, rodeada de toda la gente que conocía, con la falda de sombrero, un zapato a metro y medio, y las bragas diciendo “eh, miradnos, ¿a que somos monas?”… claro, a mi subconsciente le pareció divertidísimo, y me eché a reir a carcajadas. Tanto me reía, que no era capaz de levantarme, pese a los denodados esfuerzos de mis amigas y amigos por evitar mi muerte social tirando de mis inertes brazos.

Lo dicho… reirse no siempre es bueno.

Pero en general, creo que el sentido del humor es un don demasiado escaso, que debemos compartir. Por eso he decidido que este meme, al que por cierto llego la última, por lo que no nominaré ni al Tato –si alguien queda por hacerlo, que se de por nominado, por favor-, es un meme positivo y genial que bien merece ser respondido.

Así pues, allá vamos:

1. ¿Qué es aquello que siempre logra robarte una sonrisa?

Como ya he dicho, soy una mujer de sonrisa fácil. En general, las historias divertidas, las ocurrencias de los niños, las cosas raras que le pasan a mi chico, los buenos recuerdos, las canciones que asocio a ellos, las comedias facilonas, las escenas románticas en las películas…

2. La persona con la sonrisa más bonita del mundo es…

A mi casi todas las sonrisas me gustan. De hecho, la gente que sonríe me parece generalmente más guapas que las personas serias. Sobre todo me gustan las sonrisas de los niños, que normalmente son más sinceras, y las de mi chico cuando no se entera de que le estoy mirando y le pillo riéndose con un libro, una película o leyendo un mail.

3. La última vez que te quedaste sonriendo embobad@ fue…

Ayer por la noche, mientras veíamos la película ·NoDo” acurrucados bajo el edredón nórdico, y P. Comía macedonia de frutas directamente del boll, con una cuchara sopera. Estaba tan gracioso, todo un hombre disfrutando de la macedonia como un niño pequeño, a grandes cucharadas, relamiéndose, jajajajaja… me pareció tierno.

4. ¿Qué canción tiene un efecto mágico en tu sonrisa?

Pufff… ¿os he dicho alguna vez que soy una melómana empedernida?... pues eso, que son miles, millones de canciones las que me provocan esa sonrisa. A veces porque están ligadas a personas o momentos de mi vida que me traen buenos recuerdos, a veces porque sencillamente sus letras o su ritmo me resultan “buenrollistas” y divertidas… una buena canción es la mejor terapia para la depresión, sobre todo si la escuchas en tu br de cabecera con una cerveza helada en la mano y acompañada de esos amigos incondicionales.

5. Regálanos una imagen que te guste para que podamos sonreír todos juntos.

Pues… ahí va…


Es del fin de año de 2007, y los tres gilipollas que salimos en ella somos mi hermana Natalia (o sea, la que no soy yo), mi hermano Yago (o sea, el chico), y yo (o sea, yo). En mi casa nochevieja es un ritual. Primero es imprescindible que tus tíos –todos, y son muchos- te despierten dando el coñazo con que te tienes que preparar “el número”. Luego comes, duermes la siesta, te arreglas, bajas a tomar una caña con los amigos, y a las nueve y media más o menos se junta toda la familia en casa de mi abuela. Después de la cena todos –todos, y somos más de 30- tenemos que actuar. Se monta un escenario –véase el papel dorado del fondo- y cada uno representa, solo o acompañado, el numerito que haya preparado para ganar El Premio, que cada año es diferente. Ese año mi hermana y yo bailamos la clásica pero infalible “soy una taza, una tetera, una cuchara, un tenedor”, un tema cuya coreografía mi sister había preparado minuciosamente. Pero en mitad del espectáculo, en el momento culmen, cuando la canción llega a lo mejor –“un tenedor, chin, chin, chin”- mi hermano se decidió y saltó al escenario cual espontáneo improvisado meneando la cabeza y cantando “un tenedor, un tenedor, un tenedor”… nos dio tal ataque de risa que tuvimos que suspender la función… pero ganamos, claro.


SUENA EN MI I-POD: He tratado de ordenar mis ideas y recordar cuál fue la última canción que me hizo sonreír, y creo que mi más reciente descubrimiento ha sido “Embustera”, un tema del último disco de Joaquín Sabina,Vinagre y Rosas”, cantado y compuesto a dúo con Pereza. Me encanta su letra, me gusta su ritmo, y cuando la escucho me veo a mi misma bailando con mis amigas (Ely, Pinkocha, No, ya podéis aprenderos la letra porque será nuestro próximo himno) en un bar lleno de tíos buenos, mientras bebo mojitos y cosmopolitans y canto a voz en grito.

MI TÍO PEPE

Hace ahora más o menos un año que murió mi tío Pepe.

Lo he recordado gracias al post de Lamari, que, como siempre, me ha hecho sonreír y emocionarme a partes iguales.

La muerte de mi tío Pepe me proporcionó la oportunidad de disfrutar del último viaje en coche con mi padre, que falleció más o menos nueves meses más tarde. Cuando nos enteramos de su muerte, mi padre quiso acudir al sepelio, pero lo de conducir sólo en el coche hasta Pontevedra no le hacía demasiada gracia –en aquella época mi padre no se encontraba demasiado bien-, así que me llamó para preguntarme si le acompañaría.

Fuimos hasta Pontevedra en el Peugeot 407 de mi padre, saludamos a la familia de Pontevedra, nos contamos novedades, sonreímos, en el fondo, y pese a las circunstancias, disfrutamos, y de regreso paramos a comer en un restaurante muy conocido y muy barato en un ayuntamiento cercano a Coruña.

Fue agradable y curioso, muy curioso, porque pese a que estuvimos con toda mi familia paterna –la mujer de Pepe, sus hijos, sus nietos…- con nadie hablamos de la historia de Pepe, más que entre nosotros.

Y os aseguro que la historia de Pepe es una de esas historias familiares que te hacen recordar que, casi siempre, la realidad supera ampliamente la ficción. Una historia que merece la pena ser contada, por mucho que mi tía Carmen, presa del pánico, se haga cruces cada vez que alguien menciona si quiera el asunto.

Para contar la historia de mi tío Pepe debería explicar que, en realidad, Pepe no era mi tío. Pepe era el marido de Carmen, la hermana pequeña de mi abuelo paterno, una señora agradable, conservadora, clásica, sencilla y huérfana desde muy niña, que se casó enamorada, claro, pero también convencida de que el matrimonio la ayudaría a sobrellevar las duras cargas familiares que se le avecinaban con el fallecimiento de sus padres.

Cuando en 1936 la guerra civil partió en dos una España que crecía lentamente, mi tía Carmen se hacía cargo como podía de sus hijos, pequeños todavía, de sus hermanos, a penas algo mayores que sus hijos, y de una casa atestada de gente que era, las más de las veces, una fiesta junto al ahora pestilente río. José, su marido, un hombre trabajador y sencillo, aportaba la mayor parte del sustento, y ella completaba su sueldo cosiendo como modista.

Pero una noche de 1937 alguien llamó a la puerta de mi tía Carmen y preguntó por José, asegurando que había sido reclutado para luchar en el frente. Nunca supe en qué bando. La verdad, creo que ellos tampoco llegaron a saberlo. El caso es que José salió por esa puerta y dejó tras de sí unos niños asustados, una mujer al borde del colapso y una penuria creciente que cada día llevaba menos sopa a la mesa.

Durante más de un año José escribió regularmente a su mujer Carmen, que cada día tenía los dedos más destrozados y la vista más cansada de tanto coser y tan poco comer. En sus cartas, José le contaba lo mucho que la echaba de menos, las ganas que tenía de abrazarla, y de besar a los niños, y lo duro que era el frente. Pero no todo eran historias tristes. A veces le contaba anécdotas divertidas con sus compañeros del frente, historias de escapadas nocturnas, de meteduras de pata y de desacatos a la autoridad jamás conocidos por esta.

Esas cartas eran la razón de que Carmen continuase cosiendo, día y noche, haciendo zurcidos y dobladillos y bajando bastillas a los pantalones de los niños cuyas rodillas quedaban demasiado al descubierto… pero un día esas cartas dejaron de llegar. Sencillamente eso. Carmen esperó pacientemente, pero llegó a perder la esperanza, y a desesperarse en otros muchos sentidos.

La vida sin José era dura con la guerra, pero lo sería más cuando esta terminase –porque todas las guerras terminan, de un modo o de otro, e decía Carmen- y José no hubiese regresado. Qué les diría a sus hijos, ya más creciditos, quién haría de padre de familia para ellos y volvería a llenar de lentejas los platos, quien les ayudaría a convertirse en hombres…

… y un buen día un hombre apuesto llamó a la puerta de Carmen. Era alto, delgado, muy delgado, como sólo los que han estado en el frente lo son, y llevaba en la mano una maletita pequeña y destartalada. Miraba con ojos de miedo y desconfianza y al ver a Carmen, se abrazó a ella y lloró.

Carmen no comprendía nada.

Se separó un momento de él y le miró de nuevo a aquellos ojos tristes que ahora parecían más asustados que antes.

“Mujer, no me reconoces Carmen. Soy Pepe” dijo aquel desconocido de ojos asustados y alto, alto, altísimo.

Nadie llamaba Pepe a José. Ni si quiera los más íntimos. Pero desde aquel día José pasó llamarse Pepe, y aquel amigo de mi tío que había desertado del frente con los papeles de José bajo el brazo, tras hacer pasar al muerto por él mismo, pasó a ser el marido de Carmen, el padre de sus hijos, y años más tarde un abuelo divertido y cariñoso.

Mi padre recordaba la historia contada de boca del propio Pepe. Yo no, aunque al parecer sí la escuché así más de una vez cuando era niña. Sin embargo, si le preguntabas a mi tía Carmen, esta se hacía cruces y te pedía que te callases y dejases de decir tonterías.

Pepe murió rodeado de los suyos –eran suyos, suyos y de nadie más, porque él fue el padre, el amante, el amigo…- sin que nadie nunca cuestionase jamás la situación. Carmen morirá tarde o temprano –dada su edad, más bien temprano que tarde- y no habla jamás de José. Porque José murió en el frente, pero Pepe volvió para cuidarla.

SUENA EN MI I-POD: He redescubierto a Sexy Sadie hace muy poco gracias a P. Suena en mi cabeza, y de paso en la cadena de casa “The day that you came”, del disco “Sexy Sadie”, y cada día que pasa me gusta más.

QUÉ CRUZ!!!!

Os juro que es la frase que más veces me ha venido a la cabeza esta mañana.



Veréis. Yo entro a trabajar muy temprano, y soy una persona de costumbres… casi diría que con cierto ramalazo de enfermo de TOC (trastorno obsesivo compulsivo). Mi rutina de llegada a la oficina es invariablemente la misma –salvo que un acto oficial se interponga en mi camino-:

Entro por la puerta del Ayuntamiento en el trabajo, recojo la prensa en el mostrador de la entrada, me acerco a la máquina de café y saco un café con leche, subo hasta el despacho, enciendo el ordenador, abro las cortinas para dejar entrar la luz natural, me quito el abrigo, saco del bolso los teléfonos, las llaves y las gafas (sí, uso gafas para leer, soy astigmática), me siento y, mientras abro la prensa y sorbo a sorbo doy cuenta del café, sintonizo RNE Radio 5.

Me gusta empezar el día empapándome de la realidad que me rodea, y como normalmente la prensa suele atraer la parte más laboral de mi cerebro –selecciono el dossier de todo aquello que afecta a mi trabajo-, la radio me aporta una visión más amplia de la realidad.

Pero es que esta mañana el gran debate en Radio 5 era una propuesta presentada ante el parlamento español a iniciativa de ER e IU para que el Gobierno retire los símbolos religiosos de los colegios públicos.

Resulta que el tema trae cola, y yo, que soy como medio tonta, o qué sé yo, no comprendo el debate.

Dice el PP que el crucifijo –que, por cierto, no es el único símbolo religioso, ni el de la única religión, porque hay más de uno y más de una, no sé si por fortuna o por desgracia- forma parte de nuestra cultura, y es un símbolo que trasciende su ámbito religioso. Quizás tengan razón, aunque no sé a quien se refieren con “nosotros”.

Dicen los socialistas y los militantes de ER e IU que vivimos en un país legal y constitucionalmente laico y aconfesional, y que, en aras de respetar el principio de libertad religiosa y de libertad de credo, los colegios públicos deben evitar hacer apología de ninguna religión. Eso, claro, incluye la católica. Y eso, claro, incluye el crucifijo.

Yo la polémica no la entiendo por varios motivos, pero el fundamental es que existe ya jurisprudencia al respecto, y precisamente de esa que no deberíamos saltarnos jamás: la del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que publicó una sentencia hace algo más de un mes que rezaba que “los crucifijos en las aulas son una violación de los derechos de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones”.

Vamos, que cada uno puede creer lo que le de la gana, pero el estado no puede creer en nada, porque el estado somos todos, y claro, si “todos” somos los ateos, los agnósticos, los cristianos, los ortodoxos, los protestantes, los musulmanes, los budistas, los judíos, los hindúes y los hare crisna, por citar sólo algunas de las más de 15 religiones reconocidas como cultos por el Estado Español, pues es un poco difícil ser equitativo.

Y es que en este terreno no caben medias tintas. Aunque sería gracioso intentarlo.

Por ejemplo, se me ocurre que, en aras de observar la más estricta justicia en cuanto a representaciones religiosas, debería consultarse en los colegios qué porcentaje exacto de niños profesa casa una de las múltiples religiones, y representar proporcionalmente cada uno de sus símbolos. Medio crucifijo, un cuarto de versículo del Corán, una lorcita de un Buda…

O mejor aún, en aras de contemplar la más estricta libertad democrática, podríamos colocar todos y cada uno de los símbolos reconocidos como oficiales en cada una de las religiones reconocidas como legales por el estado español… claro que aquí nos encontraríamos con dos problemas: primero, que Tom Cruise vendría a matarnos de aburrimiento con sus charlas sobre la Cienciología, porque claro, a ver por qué a ellos no se les reconoce como religión… y segundo, pero no menos importante… ¿qué pasa con los ateos y agnósticos?

Porque los ateos y agnósticos somos como las meigas galegas, que hay quien no quiere creer en nosotros, pero habelos, hailos. Y somos bastantes. De hecho, según la última encuesta que he encontrado en Internet, somos más que los que se confiesan católicos practicantes, y desde luego muchos más que los hare crisna. Y claro, como nosotros no tenemos símbolo… pues nos toca jodernos. Y eso sí que no.

Yo, visto lo visto, creo que el Agnosticismo debería convertirse en religión, por muy incongruente que pueda llegar a sonar. E inventarnos un símbolo… yo qué sé, una interrogación dorada, o algo así.

O eso, o, como insta el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, retiramos todos los símbolos religiosos de las escuelas públicas. Que es, creo yo, lo más lógico y lo menos dañino.

La religión de cada uno es una opción personal, libre e intransferible que no nos convierte ni en mejores ni en peores personas. Si un alumno quiere llevar una medalla de la virgen del carmen, que la lleve. Si una alumna quiere llevar velo islámico, que lo lleve. Mientras no entorpezca su normal interrelación, no veo el problema (vamos, que medallita sí, pero capuchón de penitente no; de igual modo que velo sí, pero burka no). Pero en el aula, todos somos iguales. El recinto escolar no es una iglesia. Es un colegio público, no confesional, y por lo tanto, laico. Luego, en su interior, cada uno que decida.

Pero yo, que soy una polemista nata, voy más allá y me pregunto: si los colegios públicos y la educación ha de ser laica, ¿por qué en los colegios públicos se ofrece la posibilidad de estudiar religión, sea la que sea? ¿Y en este caso concreto, por qué se oferta la posibilidad de estudiar religión católica, y no ninguna de las otras religiones legales en España? ¿O todas o ninguna? Y en cualquier caso, siendo como es la creencia religiosa una opción libre y personal, y siendo España un estado aconfesional, ¿por qué no relegar su estudio –ojo, el de los preceptos religiosos, no el de historia de las religiones- a sus lugares de culto, y desterrarlo de las escuelas públicas?

En mi cabeza llevo todo el día oyendo voces a favor y en contra de la polémica retirada de los crucifijos, y sigo sin comprender la revolución que provoca.

Pero igual es porque en mi cabeza todas las religiones merecen el mismo respeto y trato.



SUENA EN MI I-POD: Un directo de Tina Turner que pone los pelos de punta. Esta mujer es un huracán, una lástima que en su próxima gira –sí, sí, de gira a sus taytantos, qué leona- no haya decidido incluir España para deleitarnos con su voz cantando eso de “The Best”.

SIDA. Así, sin paliativos.

“De los menores de 35 años contagiados de SIDA, un tercio son homosexuales”


Con esta frase cerraban ayer a mediodía la pieza del Telediario de TVE que anunciaba el Día Internacional Contra el SIDA, que se celebra el 1 de diciembre.

Y yo escuché la frase mientras le daba un bocado a mi atún rojo con algas –es que ahora me ha dado por la cocina experimental… pero eso os contaré otro día- y me quedé tiesa.

Se ve a P. le pasó lo mismo, porque los dos nos miramos al tiempo y fue como un flash… “eso significa que dos tercios son heterosexuales” dije yo. “O sea, que la mayoría de los contagios de SIDA entre los jóvenes del siglo XXI se producen entre los heterosexuales”, apuntó P… y tenía razón.

Me preocupó sobremanera la noticia, no tanto por las cifras –alarmantes siempre, sean las que sean- sino por el contexto en el que la situaban.

En nuestro mundo occidental y consumista donde el Estado del Bienestar es todavía una realidad, pese a quien pese, el SIDA se ha convertido en una enfermedad crónica, con todos los pros y contras que eso conlleva. El “pro” más evidente es la mejora de la calidad de vida de los enfermos, y por supuesto, de su “cantidad” de vida. Un enfermo de SIDA en 1985 tenía muchas probabilidades de morir joven. Hoy en día, su esperanza de vida a penas se ve reducida en un quinquenio –cinco años- si tiene acceso a la medicación adecuada. O sea, si vive en occidente y tiene seguridad social, en casos como España, o un buen seguro médico, en casos como Estados Unidos.

Pero la “cronificación” del SIDA tiene también sus “contras”, menos visibles pero no menos importantes. Hemos convertido el SIDA en algo “ajeno”, con lo que costó que nos diésemos cuenta de que era un problema de todos, que nadie estaba a salvo en su pareja monógama heterosexual. Vemos el SIDA como algo lejano y, al mismo tiempo, como una enfermedad que, al no resultar ya mortal, ha perdido pegada mediática, y con ella impacto social. Y eso es un error muy peligroso.

Basta con recuperar la frase que encabeza este post para darnos cuenta de que, con el paso del tiempo, con la normalización de la enfermedad, hemos vuelto al comienzo, como la pescadilla que se muerde la cola.

Cuando el SIDA brotó a la luz pública se la calificó de “Enfermedad Homosexual”. Se daba por hecho que una pareja heterosexual, por promiscua que fuese, no podía contagiarse.

Con los años y las evidencias abrimos los ojos. El SIDA podía tocarte a ti también. Mejor poner condón de por medio, no fuese a ser… Incluso llegamos a comprender que las relaciones sexuales no eran la única vía de contagio, aunque sí la más frecuente, seguida de cerca por el intercambio de jeringuillas en la etapa de las drogas intravenosas, y por algunas prácticas pseudo-médicas poco o mal controladas.

Pero todo pasa, y todo queda, que decía el maestro Machado, y pasaron los días, los años, las décadas… y el SIDA se quedó. Se quedó como estaba en el tercer mundo, donde el contagio es masivo, donde los retrovirales no existen, o no se sabe dónde están, o sencillamente cuestan un Potosí para quien sobrevive con medio céntimo al día… y se quedó convertido en molesto pero tolerable compañero de viaje en un primer mundo que pensó “si no puedo derrotarlo, al menos que él no me derrote”. Y con este pensamiento hemos crecido una generación entera, la que ahora comienza a copar puestos y vida.

Cuando éramos niños el SIDA-NODA adornaba las paredes de nuestros colegios. Ahora que somos adultos, los mismos que a los 15 asegurábamos estar concienciados con respecto al SIDA firmamos piezas de informativo con datos como el que encabeza el post. “De los menores de 35 años contagiados de SIDA, un tercio son homosexuales”. Volvemos a darle a la rueda una vuelta más. Pensamos "El SIDA, esa enfermedad lejana, si no soy homosexual ni vivo en el Congo, malo será… "

Y sí, malo es un rato. De cada tres personas menores de 35 años contagiadas de SIDA en España, dos podrías ser tú. No lo olvides.



SUENA EN MI I-POD: El viernes estuve en el Ovidio, nuestro bar de cabecera, y Pedro me puso un par de temas de “Playing for Change”, un disco grabado en mil y un sitios, con versiones magníficas de clásicos del pop y el rock. Es un disco coral en el sentido más estricto de la expresión: voces y formas de interpretar tan diferentes como similares en su fondo; la música como unión, nunca como elemento de separación.

Echad un ojo al video en el que se versiona el “Stand by me” de Ben E. King. Pone los pelos de punta tanto sentimiento.

THE MUSEO DEL PRADO X FILES -para mear y no echar gota, vamos-

Trirururirururiruri ri ri ri


Vale. Escrito no tiene ni puñetera gracia. Pero si lo leéis con musiquilla captareis la idea… poneos en el papel del agente Mulder, o de la agente Scully, el que más con convenga. Yo, personalmente, me pondré en el papel de la amante buenérrima y super lista del agente Mulder, así que ese papel no lo pidáis que ya está cogido.

Imaginaos que os llaman por teléfono vuestros superiores y os dicen:

“Mulder, Scully, tenemos un Expediente X en el Museo del Prado. Cogeos un vuelo charter que no están los tiempos para first class”.

Entonces vosotros, que sois muy obedientes, cogéis el vuelo. Si sois Mulder, antes me lleváis a mi de compras para que pueda viajar a Madrid con el guardarropa adecuado. Aterrizáis en Barajas con dos o tres horas de retraso, esperáis las maletas en la cinta 19 aproximadamente dos días, hasta que concluís que su desaparición puede deberse a otro Expediente X (Esto es porque no sois españoles. Si lo fueses, sabríais que es cosa de Iberia, que las ha mandado a San Petesburgo, para despistar. La mía no la pierden que para eso escribo yo). Y luego cogéis un metro atestado de madrileños cabreados para bajaros en el Paseo del Prado. Después de saltar tres o cuatro zanjas, de perder un 35% de oído por culpa de los claxon despiadados de los taxistas, y de dejaros medio tacón –en el caso de Scully, se entiende- en una baldosa mal colocada, entráis por la puerta del Museo del Prado.

Como la mitad de los trabajadores de recepción no hablan inglés os veis obligados a recurrir a los servicios inestimables de la guapa e inteligente novia de Mulder (o sea, yo), que habla español perfectamente porque en el fondo es más española que la tortilla de patata. Y gracias a ella descubrís que vuestro caso está en el sótano, en los archivos.

Una vez allí, el director del museo se explica como puede

“Pues verán, les hemos llamado porque han desparecido 926 cuadros”

“Vaya… es un caso grave”

“Sí, sí, gravísimo. Ni se lo imaginan, porque claro, a ver cómo le explico yo ahora al jefe que estos cuadros han desaparecido”

“No se preocupe, investigaremos el caso. Cuéntenos. ¿Desaparecieron todos a la vez?”

“No hombre… bueno… supongo que no, claro”

“¿Y a qué tipo de fenómeno nos enfrentamos? ¿Un desvanecimiento? ¿Una animalización? ¿Una transmutación física?”

“Ein???”

“Que dice aquí el buenorro este que si los cuadros se han volatilizados o qué”

“Ahhhh… no, no… vamos, no creo. Es que al hacer inventario nos hemos dado cuenta de que faltaban”.

“¿926 cuadros? ¿Y nadie ha visto nada sospechoso?”

“No”

“Pero vamos a ver. Si los cuadros no han cobrado vida, si ningún ente extraño ha sido visto, si no hay rastro de ectoplasma ni de presencias sobrenaturales de ninguna índole… todo hace indicar que aquí a lo que nos enfrentamos es a un robo”

“Cierto, Mulder. Veamos, ¿Es el archivo del Prado una zona abierta al público?"

“Hombre, pues no”

“¿Y existe algún tipo de control sobre quién tiene y quién no tiene acceso a esta zona del Museo?”

“Sí, claro, sí… a ver, que esto es un museo serio y respetable, en los archivos no entra cualquiera”

“O sea, que aquí sólo entran un número reducido de personas, que además registran su entrada y su salida. O sea que nos enfrentamos a un número reducido de sospechosos. Lo extraño es… que falten tantos cuadros y nadie haya notado nada… no sé… ¿son piezas de pequeño tamaño?”

“Algunas”

“¿Cómo que algunas? No estará usted insinuando que algunas de las piezas robadas no caben bajo una gabardina”

“Bueno, depende de la gabardina”

“Explíquese”

“Pues no sé… si es la gabardina de Falete, o la de King África, pues igual…”

“Scully… definitivamente nos enfrentamos al caso más extraño de nuestras carreras. El Expediente X por antonomasia: la gilipollez supina de los directivos españoles en general, y del del Museo del Prado en particular”.

Luego Mulder me coge de la cintura y me planta un beso de tornillo que quita el sentido. Y fin de la escena.

Podría parecer un chiste de El Jueves, o incluso el guión de una nueva entrega de Mortadelo y Filemón. Pero resulta, queridos míos… que es ESTRICTA Y COMPLETAMENTE CIERTO.

El Museo de El Prado ha perdido 926 obras de su pinacoteca, entre las que se encontraban obras de Carlos Haes, Rembrandt, Caravaggio o El Greco, entre otros. Si pincháis aquí podréis leer toda la información de la que dispone la revista Tiempo, que hace público el Expediente X en su publicación de noviembre.

Y lo raro no es que falten, no… lo raro es que las autoridades reconozcan que serán “difíciles de rastrear”… no me jodas, hombre. A ver, si en el archivo del Prado trabajan, no sé… 100 personas… pues habrá que rastrear a esas 100 personas, y casi casi me juego el cuello a que, aparezcan o no los cuadros, aparecerá el culpable. Si es que… mundo este, de verdad.



SUENA EN MI I-POD: Descubrí a Vetusta Morla casi por casualidad, y la verdad es que su disco “Un día en el mundo” tiene algunos de esos temas que se te clavan en las meninges y te obligan a canturrearlos una, y otra, y otra, y otra vez. “Copenhague” es mi último descubrimiento dentro de su Lp, y me parece un tema extremadamente visual. No sé por qué, pero cuando escucho su letra veo clarísimamente una película en mi cabeza. Y no, no estoy loca… o no demasiado, vamos.

"DE" COSPEDAL, "DE" DUDAS... VAMOS, "DE" TODO UN POCO.

Qué notición, amigos, qué notición.



La super representante popular María Dolores de Cospedal no siempre se ha llamado así. Manda huevos, que diría su colega Trillo.

A ver, que nadie se me rasgue las vestiduras. No es que Lola fuese Lolo antes de ser la mujer más liberal de entre los no liberales. No es eso, amigos. Es más sencillo, y, por ende, mucho menos glamouroso.

La más progre en las bancadas de los conservadores, la mujer que fue madre soltera dentro de un partido que no aprueba la adopción entre las parejas homosexuales, la guapa, la lista, la que rompió moldes, la encargada de otorgar al principal partido de la oposición un aire renovado y joven, más acorde con los tiempos, hizo en su juventud algo tan poco elegante como cambiarse el apellido.

Y no es que se apellidase González, y, tratando de evitar alusiones al ex-presidente socialista, decidiese dar la vuelta a su razón social y colocar el apellido materno delante. No, señores, no… es que como María Dolores Cospedal sonaba como de barrio, pues se dijo ella “mira, si le ponemos un “de” por en medio le damos un aire como más aristocrático”… y ala, allá se fue ella con su traje chaqueta de diseño y su tacón –que bien calza siempre esta chica- la registro civil.

“El 145”

“Soy yo”

“Dígame”

“Oiga, mire, yo es que quería ponerme un “de””.

“Muy bien, ¿y dónde lo quiere?”

“Pues he pensado que delante del primer apellido”

“Ah, pues estupendo… a ver… María Dolores De Cospedal… ¿así es correcto?”

“Sí, sí, perfecto. Es que queda mucho más señorial, ¿no cree usted?”

“Pues no sabría decirle, señora, yo es que soy Pérez, de los Pérez de toda la vida”

“Ah… bueno, ¿y qué le debo?”

“Pues son 1.500 pesetas. Si quiere, puede pagar directamente 2.000 y ya le reimprimimos el DNI y el Pasaporte”

“Ah, pues estupendo. Muchas gracias”

Y así fue como Lola Cospedal pasó a ser María Dolores de Cospedal.

No me diréis, queridos Bloggers, que no es un asunto como para darle a la neurona. Porque a ver, por un lado, mi mente maligna acostumbrada a poner a parir a casi todo y casi todos, me dice que lo de añadir la aristocrática y rancia partícula al apellido no deja de ser una muestra de pijerío y estupidez sin precedente, por muy legal que sea. Y por otra, pienso que es injustísimo acabar así con las esperanzas de la gente.

Porque yo era de las que creía que la Cospedal era una muestra de modernidad y avance dentro del PP… y ya no estoy tan convencida. No me parece a mi que este tipo de cambios de nomenclatura sean muy “de renovación”, vamos… que los veo como rancios oye.

Aunque bien pensado, hay más de uno y de una por ahí que presume de rancio abolengo y de apellido compuesto cuando en realidad lo que han hecho es añadir un maravilloso guioncito entre los dos apellidos de toda la vida, y colocar detrás el segundo paterno, y andando… por no hablar de quienes colocan “y” donde toda la vida hubo una I más latina que la J.Lo. Es lo que tiene ser “bien”, que requiere mucho mantenimiento.

Yo, personalmente, soy de los Nieto de toda la vida. Sin “de”, sin “y” y sin nada de nada. Vamos, pueblo llano de los de andar por casa. Es algo que me atormenta, no os creáis, porque en el fondo sé que nunca llegaré a ministra con el PP… y puede que tampoco con ningún otro partido (salvo que me decante por IU… pero en ese caso quizás sea todavía más improbable que llegue a ministra… en fin…)

La noticia del cambio de apellido de María Dolores (de) Cospedal saltó a los medios hace unos días, y después de provocar en mi risas y descojonamiento general a partes iguales, la hilaridad dio paso a la indignación, porque, por otro lado… ¿no es realmente una solemne estupidez que el apellido (retocado o no) de un político de más que hablar que su quehacer diario? ¿o es directamente síntoma de lo mal que andamos en cuanto a capacidad crítica? ¿es que no hay nada más importante de lo que hablar en los medios considerados serios? No sé… ¿no ha hecho nada la SGAE últimamente que merezca su escarnio, o algo así?

El caso es que ayer le daba yo vueltas a este asunto mientras realizaba algunas tareas en casa, y tropecé en mi Factbook con una propuesta de Lucía. Lucía es una joven pero reconocida diseñadora que tiene su tienda “Pekas World” en la calle Orzán, zona en la que vivo y en la que compro, consumo y paseo. Lucía gritaba y pataleaba ante la insistencia de algunos vecinos de denostar el barrio constantemente asegurando que en él no hay más que prostitución, peleas y drogas, una percepción que ni de lejos se corresponde con la realidad de una calle que, como digo, conozco muy bien, y en la que, si bien es cierto que hay prostitutas, no existe conflicto real entre estas y los vecinos y comerciantes, al menos, no con todos.

El caso es que Lucía ha creado una plataforma en Facebook
(buscadla, se llama “Yo también disfruto del Soho Coruñés (y las putas no son un problema)), pensada para dar un impulso a una zona en constante rehabilitación. Y mientras me adhería al grupo, a mi mente calenturienta le dio por pensar… ¿Qué pasaría si a todas las putas de nuestra calle les diese por añadir partículas “dignificadoras” en sus apellidos? ¿Cambiaría la percepción de la gente? ¿Nos volvemos más dignos y elegantes cuando un “de” precede nuestro Suárez de toda la vida? ¿Estarían esos vecinos que tanto gruñen (y que me apuesto el cuello a que pasear, pasean poco por esta zona) encantados de contar con “señoritas de compañía”? ¿O les daría lo mismo llamarlas así que “putas”, como las llaman ahora? ¿Por qué no protestan igual por los clientes de “Los Cedros” (coches de lujo, traje y corbata) que por los del “Petit Mon Amour” (Supermiriafloris, chandal de táctil)?

¿Es el triunfo social, en definitiva, cuestión de aportar rancio abolengo a nuestro estatus?

Y lo que es más importante… ¿si me cambio el nombre y paso a ser María de Nieto me contratarán como asesora de la Cospedal?

Ains… todo en esta vida es “de” dudar, y “de” dudar…


EDITO...

Para recuperar una sección que dejé atrás hace meses, por motivos personales (no me daba el tiempo para vivir, menos para escribir), pero que quiero volver a poner en marcha


SUENA EN MI I-POD: Un temazo de James Hunter, una de esas voces del rock&roll clásico que merece la pena descubrir. "The hard way" está incluída en su álbum homónimo de 2008, y merece la pena 100%



MALOS PELOS

Soy una persona impulsiva.



Siempre lo he sido, una arrebatada de tomo y lomo que se corta el pelo al 2 sin pestañear y se deja medio sueldo en un par de zapatos que le han robado el corazón desde el luminoso escaparate de la boutique de turno. Yo soy así, qué le vamos a hacer.

Por eso, cuando hace aproximadamente cuatro años tuve un “día de malos pelos”*, mi solución inmediata fue cortar por lo sano. Literalmente.

* Los “días malos pelos” son una característica de la vida femenina intrínsecamente ligada a ella, que propician que, un buen día, sin previo aviso, tu pelo se encrespe como el de un electroduende y decida que ni de coña piensa hacer lo que tú quieres. Las puntas irán hacia donde ellas quieran, te saldrá un remolino en la coronilla y el flequillo se re rebelará abombándose como cuando Sensación de vivir estaba de moda.

Llevaba entonces un bob más bien larguito con flequillo, muy Vicky Becks en su buena época capilar (solo que antes que ella, que conste. Entonces ella llevaba una horrible melena despeluchada), pero aquel fatídico día mi maravilloso bob parecía una ensaimada mal hecha.

Así que me planté en la primera peluquería que me salió al paso aquel terrible y ventoso martes de finales de septiembre, y mes pedí que me cortaran el pelo. Y lo hicieron. Me dejaron “rara, rara, rara”, entre huevo tipo Calimero y casco de moto, pero al menos estaba bien peinada y era cómodo, así que tiré millas. Como encima me marchaba de viaje un par de días más tarde, pues me consolé pensando en lo cómodo que sería.

Al regresar del viaje mantuve el corte como pude aproximadamente un año, cortando regularmente para evitar el “largo calimero”, y tiñéndo para cambiar un poco… algo de color… un baño de brillo… pufff, qué aburrimiento de pelo.

Un buen día, harta del corte insulso y poco favorecedor, me planté en una peluquería de renombre y me puse en manos de Breo, quien, casi llorando, accedió a cortarme el pelo… mucho. Muchísimo. Tanto, que a penas se me despegaba de la cabeza.

El corte era bonito, pero no me favorecía nada de nada, la verdad… aunque cuando comenzó a crecer, y tras un nuevo viaje, probé suerte en otra peluquería. Tinte negro, matizar los mechones para darle movimiento… et voilà! De repente tenía ese corto chic y afrancesado que me encantaba… pero que, como todos los cortos, crecía demasiado rápido. En a penas unas semanas el corte maravillosamente chic se convirtió en un espanto y volví al temido “largo Calimero”.

Cada mes o mes y medio jurada por Dior que lograría dejarme melenita de nuevo… y cada mes o mes y medio mi pelo llegaba a lo que tan sabiamente Ely ha denominado “largo Reina Sofía”, ese largo que no es largo… pero que tampoco es corto, y que le sienta fata a todo el mundo… incluida la Reina Sofía.

Así que, cada mes o mes y medio sucumbía, y volvía a la peluquería a que las expertas tijeras rehiciesen el corto que se había desfigurado, y lo dejasen de nuevo monísimo… pero corto, al fin y al cabo…

Hasta ayer. Ayer, después de pensarlo, repensarlo, consultarlo y reconsultarlo, y después de dos horas sentada pacientemente en mi sillón de Nona´s, mis peluqueras de cabecera rehicieron mi antigua melena a golpe de extensión.

No más cortos muy cortos, no más largos “Reina Sofía”, no más estilos “Calimero”… mi melenita ha vuelto a su ser, justo por encima del hombro, como debió haberse quedado aquel fatídico martes de finales de septiembre, cuando un “día de malos pelos” desató mi impulso asesino de melenas.

Ahora sólo espero ser capaz de domar mi nueva cabellera durante los meses que me acompañará, mientras permite a mi pelo natural crecer para que, cuando me las retire, mi cabeza haya vuelto a su propio ser… para que luego digan que ser mujer es fácil.

NATURALEZA VIVA

Sin maquillaje.



A mi me parece un alarde de valentía absolutamente innecesario. Por el amor de Dior, yo, que no soy “ser humano” hasta que no me tomo dos cafés y me pongo medio kilo de rimmel en las pestañas.

Pues así, sin maquillaje alguno, han posado algunas de las mujeres más bellas del país para la Revista Elle del mes de Noviembre, que me encontré en mi buzón al regreso de mi viaje a Tallinn.

Bueno, sin maquillaje y sin PhotoShop… pero esto último ya me parece menos meritorio, más que nada porque el común de los mortales no suele retratarse con PhotoShop así en el día a día… otra cosa son las fotos de los bodorrios y demás familia, pero eso es tema aparte.

Desde la satinada portada me sonríe una Patricia Conde magnífica… qué digo magnífica… una hija de puta que te cagas, vamos. Porque estoy segura de que en muchos países es ilegal tener ese aspecto sin maquillaje. Yo, sin ir más lejos, llevo hoy un modelito ideal y muuuuuuucho más make up, y a estas horas tengo peor aspecto. Igual a las 09.00 lucía igual de lozana, pero avanzada la mañana es otro gallo el que canta, queridos.

Y claro, me parece a mí que esto justo, lo que se dice justo, pues no es.

Tú abres el
Elle, ojeas las fotos de la Pataky, de Paz Vega, de Vicky Martín Berrocal… y te dan ganas de cortarte las venas con el pincel del lápiz de labios, vamos. Es que, definitivamente, el mundo es muy pero que muy injusto.

Yo, después de ver estas instantáneas, he llegado a la conclusión de que las mujeres, así, en general, podemos catalogarmos en dos grupos: las que son de belleza natural, y las que necesitamos muuuuuucha ayuda para parecer bellezas medias naturales.

El primer grupo engloba a esas mujeres que están guapas a las 9 de la mañana, a las 3 de la tarde y a las 11 de la noche. Si se ponen un vaquero y una camiseta raída, parecen “encantadoramente hippies”. Si se ponen un vestidazo con pumps de tacón de 15 centímetros, parecen “naturalmente sofisticadas”. Si están tiradas en el sofá con un catarro de los que hacen época, arropadas por diez mantas nórdicas y sepultadas bajo un pijama de hello kitty con más bolitas que el árbol de navidad de casa de Farruquito, parecen “tan dulces e inocentes”… vamos, que dan un asco que te cagas.

El segundo grupo, en el que me encuentro irremediablemente inmersa, lucah contra natura por parece bella, cuando, desengañémonos, es del montón… y no voy a aclarar de qué montón concreto. Si nos ponemos un vaquero y una camiseta raída, en lugar de parecer “encantadoramente hippies”, parecemos sencillamente unas tiradas. Si nos ponemos un vestidazo con pumps de tacón de 15 centímetros, en lugar de parecer “naturalmente sofisticadas”, parecemos lo que somos, o sea, unas tiradas disfrazadas de señoras sofisticadas. Y si estamos tiradas en el sofá con un catarro de los que hacen época, arropadas por diez mantas nórdicas y sepultadas bajo un pijama de hello kitty con más bolitas que el árbol de navidad de casa de Farruquito, … bueno, en ese caso es más que probable que nadie nos vea. Es más, si somos verdaderamente conscientes de nuestra pertenencia a la categoría B, hasta habremos echado de casa a nuestro santo, para evitar que tenga pesadillas por la noche.

Las mujeres que asumimos nuestra irrevocable pertenencia a la categoría de “belleza no natural”, terminamos, con los años, por dominar las técnicas para parecer naturalmente bellas. Un buen maquillaje, aprender a caminar con tacones, cuidar hasta el hastío el corte de pelo, no salir jamás –y donde he he escrito jamás he querido escribir nunca jamás never in the life- sin un poco de blush y rimmel de casa (aunque sea a tirar la basura. Si ya te has desmaquillado, que la baje otro, o que huela a pescado la cocina hasta mañana, vamos). Cosas como esa.

Mi truco personal para sentirme bella es la ropa interior, por mi contradictorio que pueda parecer, por aquello de que no la ve nadie más que tú… bueno, y a quien se la quieras enseñar, claro.

Hace años descubrí que los días que me ponía conjuntitos de ropa interior especiales, con encajes, colores bonitos, a juego con mi ropa… me sentía más sexy, más guapa… y transmitía esa sensación a los demás. Así que, desde hace un tiempo –sobre todo desde que mi sueldo me lo permite- invierto ingentes cantidades de dinero en lencería, hasta que he logrado desterrar para siempre de mi cajón las bragas de algodón blanco y los sujetadores básicos. Desde hace un año, más o menos, toda mi ropa interior puede entrar en la categoría de lencería. Y lo mismo sucede con mis pijamas. Hasta los de invierno. Rasos, sedas, algodones suaves mezclados son seda… siempre te sientes más guapa con un pantalón de seda color champang y una camiseta de algodón y lycra negro que con un esquijama de franela gastado, por muy calentito que sea.

Otra terapia, al menos para mi, son los buenos complementos. Joyas –cuando puedo-, buenos zapatos –si puede ser con taconazo-, bolsos de piel… cada día me convenzo más de que, para las que necesitamos de cierto artificio para lucir, los buenos complementos y las prendas con buenos cortes son, más que un deseo, una necesidad. En mi caso, puedo tener mala cara, haber dormido mal e incluso estar cabreada, que si me encaramo a mis tacones y me calzo al brazo mi bolso de piel, soy una mujer nueva.

Pero ellas no, amigas, “ellas”, las bellas, las que son tan naturales como el yogur, pero menos blanquecinas, son hermosas como rosas aunque estén sin depilar. Qué asco, por el amor de Dior.

Me queda el consuelo, eso sí, de que la grandísima Dita Von Teese jamás posaría sin maquillaje para una portada, por muy buena que fuese la causa. Ella es el vivo ejemplo de que hay mujeres bellas, y mujeres que consiguen ser bellas. Algún día entraré en el segundo grupo.

PERDER EL AUTOBÚS -o el mal karma elevado a n-

He vuelto… he vuelto para aprender.



Esa es la conclusión a la que he llegado esta mañana, cuando, después de una semana de desconexión absoluta, me he subido al autobús de camino al trabajo.

Tallinn, queridos bloggers, es una capital maravillosa. Una ciudad que merece la pena visitar y cuyos habitantes –tod@s alt@s, todos rubi@s, tod@s con los ojos azules- sonríen constantemente a los guiris que, como yo, pasean embelesados por sus callejuelas empedradas, o piden cerveza local en sus cientos de bares y restaurantes acogedores.

Fue un viaje encantador y divertido, en el que me reí mucho, comí mucho, bebí mucho, caminé mucho… todo a lo grande.

Todo… menos el regreso. El regreso ha sido un porrazo con la realidad.

Esta mañana, todavía encaramada a mi nube de “la vida es bella, ergo I´m”, y portando mi nueva adquisición –un bolso de Bimba&Lola de piel de cocodrilo en negro intenso- me subí al autobús urbano número 4 camino de la estación de autobuses.

Iba leyendo la novela de chic-lit que dejé a medias antes de partir, “Cenicienta siempre quiso un wonderbra”, de Noe Martínez, una escritora orensana con un sentido del humor tan gallego que embelesa, y, de repente, justo cuando una de las tres mujeres protagonistas estaba a puntito de ser feliz, el autobús se para, mientras el conductor suelta una serie de improperios descalabrantes hasta el hastío.

Levanto la vista del libro y me tropiezo con la calle Juan Florez cortada por obras. Así, a la brava. Sin aviso en prensa, sin que nadie supiese nada de nada. Sencillamente alguien había decidido colocar unas vallas amarillas cortando el paso por la única ruta de acceso a la Estación de Autobuses desde dos calles más atrás.

Después de cinco minutos de discusión surrealista a través de la emisora interna “muévete hacia atrás y tuerce a la izquierda”, “no puedo, tengo otro autobús detrás”, “pues bájate y dile que se mueva”, “mejor llámale tú por la emisora, que así no me bajo”… el operario de las obras en cuestión decidió bajarse de su chimpín para apartar la valla y dejar pasar a los dos autobuses… yo creo que lo hizo porque se dio cuenta de que nada ni nadie apearía de su burro al conductor de mi 4, que se empeñaba en que de allí no le sacaba si un holocausto nuclear.

A consecuencia de todo esto llegamos a la estación cinco minutos más tarde de lo previsto, y con un mareo considerable como propina, porque claro, si llegas tarde lo que tienes que hacer es meterle zapatilla al asunto y dar las curvas como si fueses el hijo bastardo de Fernando Alonso y Kimi Raikkonen puesto de éxtasis.

Así las cosas, cuando llegué al andén de donde parte el autobús que cojo cada mañana a las 07.25, había una considerable cola de personas esperando su turno para subir. “Qué raro” pensé “No suele ir tan lleno este autobús”.

Mi sorpresa se vio aclarada en cuanto uno de los muchos pasajeros me preguntó si ese era el autobús que pasaba por Pastoriza.

“No, este va por Meicende”, respondí.
“No, no, este es el de Pastoriza, que va con retraso” aclara el caballero que se situaba justo delante de mi.
“¿Retraso? Pero si son las 07.20 y no sale hasta las 07.25” digo asombrada
“No, pero es que este es de las 07.10, que aún no ha salido”

Un poco descolocada miro el cartel del frontal del autobús y compruebo que no estoy equivocada. El de las 07.10 –con el mismo destino final pero diferente ruta- no ha debido salir, por el motivo que sea, y este es, efectivamente, mi autobús. Trato de explicar su equivocación al señor que va delante de mi, pero pasa de mis aclaraciones totalmente, así que decido meterme en mis asuntos y sencillamente sentarme a terminar mi novela mientras llego al trabajo.

Cuando llevábamos ya media ruta hecha, una de las pasajeras, completamente fuera de sí, se levanta hablando por el móvil e increpando al conductor al mismo tiempo. Insiste –no sé muy bien a cual de los dos interlocutores- en que la han engañado, que ese no es su autobús, que lleva años cogiéndolo y que el conductor se ha equivocado de ruta.

El bueno del hombre trata de explicarle a la señora que no, que la equivocada es ella, que lo que pasa es que ha cogido el de las 07.25 y no el de las 07.10, que, por lo visto, no ha pasado, pero ella, fuera de sus casillas, decide poner a caldo al chofer asegurando que está loco de atar y que tiene que cambiar la ruta.

El chofer insiste “¿A dónde va usted?”. Ella explica que trabaja en no sé dónde y que se baja siempre cerca de la gasolinera de Pastoriza. Él le comenta que no hay problema, que tiene una parada a sólo unas calles de la suya, que puede bajarse allí e ir caminando al trabajo, que no llegará tarde… pero la buena mujer está ya desquiciada del todo y considera que la mejor de las opciones es llamar a su marido –que por lo visto, y tal y como ella misma se ha encargado de hacernos saber- es también chofer de autobús, para consultarle qué hacer.

Yo ya no puedo alucinar más. No comprendo muy bien para qué necesita la buena señora consultar a su marido. Para mi existen claramente dos opciones: o se baja y coge un taxi, o sigue hasta donde le sugiere el conductor y camina dos calles hasta su parada. Pero a ella ninguna de las dos le parece válida.

Su marido, por lo visto, es partidario de la primera, porque al colgar, el siguiente movimiento de la susodicha es exigir que paren el autobús para bajarse y coger un taxi.

Mientras la loca de atar se bajaba del autobús, increpando al conductor y asegurando que iba a denunciarle, soltó la siguiente perla:

“Esto es lo peor que me ha pasado en la vida”.

Y yo, pobre mortal, pensé “coño, eso sí que es tener suerte. Si lo peor que te ha pasado en la vida es equivocarte de autobús, deberías entrar en el Guinnes de los Records como la persona más afortunada jamás conocida”.

Aunque claro, luego, pensando detenidamente en las sabias palabras de mi amiga rubia teñida, me di cuenta de que en una semana fuera de España, cogiendo un total de 6 aviones, un coche de alquiler e innumerables medios de transporte público urbano, no me había equivocado ni una sola vez de dirección, de horario o de destino. Ni un retraso –al menos, ninguno llamativo-, ni una cancelación, ni una maleta perdida…

A ver si va a tener la razón la loca del autobús y lo peor que te puede pasar en la vida es perder el autobús de las 07.10… maldito mal karma rutinario…