EL RETORNO A LOS ORÍGENES (de novedades, nada)

Yo os juro que no veo novedad alguna.




Si a caso, una vuelta a los orígenes más que acertada, al menos a mi entender, y que en realidad no supone sino una reafirmación de la propia personalidad.

En los últimos días los mentideros, corrillos, cortes y demás cuadrillas de analistas reales y estilísticos se han desgañitado anunciando a los cuatro vientos, para bien y para mal, un cambio de gustos y de formas en el fondo de armario de la plebeya más real del mundo: la princesa Letizia.

Letizia –me vais a permitir que la tutee, porque soy republicana y porque yo la conocí como compañera de profesión antes que como esposa del príncipe de Beckelar patrio-, es en esencia lo que diríamos “una mujer de hoy”.

Treintañera con profesión reconocida más allá de su puesto en la heráldica nacional, divorciada de su primer amor, enamorada de su actual santo,… una fémina preocupada por su aspecto que irrumpió en la vida de sangre azul tinta vestida de Armani y que ya antes se asomaba cada día a la caja tonta de millones de españoles vestida como cualquiera de nosotras lo haría: camisas de cortes sencillos e impecables, pantalones sastres, taconazos cuando podía, bailarinas cuando la ocasión requería “plano”…




A mi me gustaba esa Letizia, lo confieso. Me gustaba la mujer de carácter que le pidió a su prometido que no la interrumpiese delante de millones de personas. Yo habría hecho lo mismo (lo de mandarlo callar, digo. Lo de casarme con el principito es un sacrificio superior a mis fuerzas).








Como paso bastante del tema monárquico en general, y de la prensa que lo trata en particular, no seguí demasiado de cerca las andanzas estilísticas de la recién reconvertida princesa, y me quedé con la imagen que me había formado en sus primeras apariciones: el maravilloso Caprile rojo, que estoy segura de que tiñó del mismo color a la mayoría de sus “competidoras”, aquel traje chaqueta blanco con cuello chimenea, la imagen de Letizia subida a un tanque con un pañuelo graciosamente colocado sobre su cabeza en su desplazamiento a Irak como reportera…




Y un día, encendí la televisión a media tarde y me tropecé con una vieja. Así de claro lo digo. Y encima los periodistas que ocupaban esa hora en la parrilla se empeñaban en afirmar que aquella mujer demacrada, con demasiada sombra de ojos y demasiado poco rimel, vestida con las cortinas del palacio de Buckingham y subida a unos zapatos horrorosos en la forma y en el fondo, era “Doña Letizia”.




Pues “Doña Letizia” igual era, pero Letizia Ortiz no era ni de coña, vamos.

Aquella mujer no era una chica de su tiempo, vestida como tal. Era un maniquí disfrazado de reina de los 60 en pequeñito. Un horror rancio, poco favorecedor y totalmente fuera de lugar.

Aquellas imágenes dieron mucho que hablar en mi círculo de amistades. Los más estrictos seguidores del protocolo aseguraban que el cambio era necesario. Yo, que ya sabéis que vivo del protocolo, no lo vi nunca de ese modo. Una cosa es no ir a una recepción el a Zarzuela de vaqueros y tirantes, y otra bien distinta es disfrazarte de lo que no eres. Y si hay algo que Letizia no es, es rancia, al menos estilísticamente hablando. Y ese fondo de armario –que debería haberse quedado, como su propio nombra indica, en el fondo, muy, muy en el fondo- era rancio hasta la saciedad.

Hace unos días, un vestido verde manzana desataba las alarmas: ¡!!La pincesa se desmandaba!!! ¡¡¡Todos a sus puestos!!!




Al oír tanto revuelo me acerqué a las imágenes, y lo que vi fue a una mujer de treinta y tantos con un vestido maravilloso y unos zapatos aún más maravillosos. Moderna, favorecida, elegante, y lo que es más importante, adecuada… sin disfrazarse.




Después llegaron los peep toe con plataforma interior, y luego el mini vestido de corte saco en negro y esas sandalias maravillosas de la muerte que las quiero para mi pero ya de ya.



Los más clásicos se hicieron cruces –poco adecuado, demasiado arriesgado, nada protocolario…-. Los más progresistas alabaron al cielo –moderna, elegante, una nueva Letizia…-.

Y yo, que no soy ni una cosa ni la otra –que para eso soy gallega, qué coño- no estoy de acuerdo con ninguno de los dos bandos. El look que Leticia ha lucido es sus últimas apariciones públicas sí me parece adecuado, sí me parece correcto, sí me parece protocolario… pero no es nuevo, amigos. Es más viejo que la tana. Concretamente, tan viejo como lo es Letizia en sí misma.

Este “presunto” nuevo look no es sino una vuelta a los orígenes, a los colores, a los cortes favorecedores, a los complementos con charm… a la Letizia que me conquistó –estilísticamente hablando- con aquel pañuelo tan graciosamente colocado sobre su cabeza en su reportería en Irak.

Yo, republicana convencida, y dejando al margen cuestiones de otra índole, voto SÍ a este retorno al mundo fashion del que nunca jamás debió salir… ¿Y vosotr@s? ¿Qué opináis?

LOVE IS IN THE AIR... alucina!!!

“Pues yo sí que creo en el amor”.


Te juro que, de todas las personas del planeta tierra, S. es la última de la que me habría esperado semejante afirmación. Es que es para mear y no echar gota, vamos.

Y ojo, que tampoco es que S. sea precisamente un siniestro rollo emo de los que van por la vida deprimiendo al personal con su discurso de “la vida es una mierda y etc, etc”… Pero no le habría clasificado nunca como un “romántico”.

Porque una persona que afirma creer en el amor es, definitivamente, un romántico. Y más en estos tiempos que corren, en los que las relaciones largas pueden medirse en minutos y lo más parecido a una pareja que ves formarse después de haber cumplido los treinta es la de los presentadores del telediario.


La frase me pilló desprevenida, no por su trascendencia ni por su profundidad, sino por venir de quién venía, y me hizo pensar. Porque a pesar de que la medianoche había quedado atrás hacía ya horas y en nuestras venas navegaba un porcentaje de alcohol peligrosamente superior al de sangre, la conversación entre C.P., S. y yo tenía un puntito de realismo muy interesante.

Hasta los más descreídos queremos creer.


Y lo digo en primera persona porque yo sí creo.
No en el “para siempre”, ni en el “en la salud y en la enfermedad, en lo bueno y en lo malo…” Pero creo, que es lo importante.

Creo en los besos sinceros, en esa complicidad extrañamente telepática, en la sensación cálida que me invade cuando me acurruco al lado de P. en el sofá para ver una película, en las bromas personales que nadie más entiende, en el vacío al otro lado de la cama, en el escalofrío cálido y agradable que me recorre el espinazo cuando me lo encuentro sin esperarlo en medio de la cocina…


Y creo también en los secretos con los amigos, en las risas contenidas con los hermanos, en el escalofrío suave que me invade cuando mi padre me abraza.

El amor, como decía Jonh Paul Young, está en el aire, amigos, y como uno no se vacune es más que fácil infectarse. Y menos mal.

Aunque en el siguiente bar la conversación ya había derivado hacia derroteros más terrenales –si pudiese tirarte a cualquier persona del mundo sin perder a tu pareja, a quién escogerías, y te juro que no es tan fácil escoger-, la verdad es el sábado por la noche fue toda una revelación para mi. Resulta que, en el fondo, todos queremos lo mismo. Todos queremos creer.

La fe, ese concepto pseudo-monopolizado por las religiones del mundo, es tan humana y antigua como el hombre mismo, y sin ella no vamos a ningún lado. Todos tenemos fe en algo: en nosotros mismos, en el futuro, en hacienda, en dios… cualquier cosa vale, pero hay que tener fe.

Y de todas las cosas intangibles, etéreas, indefinidas y ambiguas en las que uno podría creer, el amor, así, en general, es definitivamente la más universal y satisfactoria de todas.

Así que, después de un par de copas más, un par de buenos temas, y muchas risas, el sábado me acosté agotada pero contenta, convencida de que, mira tú por donde, resulta que al final todos los seres humanos somos iguales en esencia: una caja de sorpresas dispuestos a dejar al personal de piedra con afirmaciones como la de S., que, a fin de cuentas, no dejan de ser sentencias universales.



Definitivamente, y gracias a Dior, LOVE IS IN THE AIR, BABY!!!!

LA PRIMERA VEZ

Quiero que leáis este post como si fuese el primero, porque las primeras veces siempre son memorables.


Al menos, esa es mi experiencia hasta el momento.

Recuerdo nítidamente mi primer beso, mi primer suspenso, mi primera regla, mi primer polvo, mi primer trabajo… En eso no soy diferente al resto de la humanidad. Todos recordamos esos momentos que marcaron un antes y un después en nuestra vida.

Sin embargo, el secreto de la felicidad reside en tener muchas primeras veces. El primer beso es importante, sí, y debe ser algo especial. Pero cada primer beso es un nuevo comienzo. Incluso con la misma persona, un beso nunca es igual que otro. Saber apreciar esos matices, saber disfrutar de la novedad, debe ser como montarse en una montaña rusa: algo impredecible, pero igualmente apetecible.

Para mí, estos últimos días han sido días especiales, cargados de “primeras veces”.

1.- Ha sido la primera vez que he recibido el Elle en mi buzón, y no a través de un comunicado de correos. Y oye, que me ha hecho ilusión. Por cierto, que en sus páginas he descubierto que esta etapa también es novedosa para mi admirado Javier Sardá, que se ha embarcado en su propia primera vez: ha escrito su primera novela, “Eros, Thanatos y su puta madre”.

2.- He comenzado un nuevo trabajo, con todo lo que esto conlleva: nuevo despacho, nuevos compañeros, nuevo horario, nuevo ritmo de vida… De momento todavía estoy en período de adaptación, pero puedo pronosticar mucho movimiento en mi futuro inmediato. Veremos cómo discurre todo este nuevo reto que se me presenta.

3.- Y esta es la más alucinante… ha sido la primera vez que la grúa se ha llevado mi coche!!!!


Es una historia truculenta y bastante cómica que se parece más a la primera hostia en bici que al primer magreo… pero oye, es una primera vez también, qué caramba.

El caso es que este pasado fin de semana los hados se confabularon para que mi amigo H., su novia I., y mi santo P. cumpliesen años casi casi al unísono.
Y con tan feliz coincidencia no podía acontecer nada mejor que una fiesta, así que el sábado por la tarde, a eso de las 18.30, P. y yo nos disponíamos a abandonar el hogar para aposentar nuestros magníficos traseros en el césped de casa de H. y disfrutar de una tarde entre amigos y cervezas, cuando de repente…

¿Pero dónde demonios está el coche?

Porque donde lo habíamos dejado no estaba.

Vivimos en una zona céntrica, donde aparcar es misión imposible, porque nuestro bienquerido ayuntamiento ha copado el 99.9% del suelo público para convertirlo en zona ORA. Eso sí, ha tenido a bien dejarnos a los residentes que así lo acreditemos un ínfimo espacio –menos de 50 plazas para más de 400 coches-, donde el aparcamiento está permitido, previo pago de unas tasas anuales. Vamos, que habíamos aparcado en zona de residentes.

Pero el coche no estaba… y oye, empecé a recordar nítidamente la primera vez que perdí algo valioso. Fue un pendiente, regalo de mis amigas, por los 15 años, que terminó sumergido entre la marabunta de Riazor Blues en el Estadio de Riazor.

Pasé un tiempo indeterminado en embebida en esa sensación… hasta que caí en la cuenta de que la situación se parecía más la primera vez que me di cuenta de que Iglesia me caía como un culo.

Eh, que no se me ofenda nadie, pero es que este es un país libre y a mi la iglesia me cae mal, que le vamos a hacer. Y desde el sábado, la iglesia me cae mal con razón. Porque lo que descubrí al alzar la vista no me gustó un pelo.

Frente a mi se erigía, recia y desafiante, una señal que prohibía el aparcamiento “excepto servicios religiosos”… En plena zona de residentes!!!! Y sí, lo confieso, lo pensé… “Con la iglesia hemos topado, querido Sancho”.


De repente comprendí lo que había pasado: el cura había llegado, y al ver la plaza ocupada había llamado a la grúa. Nuestro coche estaba, pues, en el depósito municipal. Y mi fe en la justicia, en el fondo de un pozo.

Mientras mi padre nos acercaba al depósito, no podía parar de preguntarme en virtud de qué derecho se le reserva una cotizadísima y nada asequible plaza de aparcamiento público al sacerdote del a Iglesia de San Andrés, y no se les concede el mismo beneficio, por ejemplo, a los trabajadores del Hospital Modelo, a los del supermercado que hay bajo nuestra casa, o, qué coño, a mi misma. Porque si yo quiero disponer de una plaza de aparcamiento cercana a mi trabajo reservada en exclusiva para mi siempre glamourosa y bella persona, tengo que pagarla religiosamente… mientras que, curiosamente, los religiosos se ahorran ese dinerito.

Mi cabreo no cesaba, lo reconozco, y al hecho de haber sido la primera vez que la grúa se llevaba nuestro coche, hubo que sumar el mosqueo añadido que provocó en nosotros recontar mentalmente todas y cada una de las veces que viendo a un “no residente” aparcado en la zona dimos vueltas como locos en lugar de llamar a la grúa. Se ve que la paciencia en el aparcamiento no es virtud que adorne al párroco de la iglesia de mi barrio… ni la justicia en el reparto de las plazas virtud que adorne al encargado de dicha tarea.


De todos modos no desesperéis, queridos bloggers, porque finalmente recuperamos el bólido, y P., yo, y mis pantalones de seda india pudimos finalmente disfrutar de la fiesta del sábado como si fuese la primera vez. Eso sí, con 100€ menos en la cuenta… me pregunto si el párroco habría aceptado alquilarnos la plaza por tan módico precio, y si de haberlo hecho…¿sería su primera vez realquilando algo?

EL GESTO DE LA REBECA

Nuestros gestos nos delatan.




Mi amigo, H., que es sociólogo, de titulación y de carácter, asegura que, por mucho que lo intentemos, sólo conseguiremos hacer creer a los demás que somos lo que no somos cuando nos lo creamos nosotros mismos. De otro modo, nuestros gestos nos delatarán.

Esto, básicamente, lo saben muy bien los actores llamados “de método”, que son aquellos que se dedican, los meses previos al rodaje o a la puesta en escena, a estudiar la psicología del personaje en cuestión para transmitir exactamente lo que desean.

Hay gestos muy evidentes –mover compulsivamente el pie, por ejemplo, es señal inequívoca de nerviosismo, aquí y en Waikiki-, pero hay otros mucho más imperceptibles, casi mimetizados con la persona, que no llaman demasiado la atención y que, sin embargo, nos están mostrando las cartas con una claridad meridiana, la mayoría de las veces, sin que el protagonista lo sepa.





Ayer me topé con uno de esos gestos, y me di cuenta de que yo misma estoy llena de ellos.

Eran las 17.30 de la tarde, y me encontraba en la iglesia de Santa Eulalia de Area Grande, en Vilagarcía de Arousa, asistiendo al funeral de la madre de una tía mia. Fuera el sol caía a plomo –los termómetros marcaban 41º-, y, aunque dentro de la iglesia hacía algo más de fresco, la verdad es que no creo que bajásemos de los 35º ni de lejos.





La mayoría de los asistentes ocupaban los bancos o se arrimaban respetuosamente al fondo de la iglesia en mangas de camisa, e incluso algunas mujeres habían echado mano de sus abanicos, que movían con fruición, cuando de repente…

De repente, el sacerdote solicita la ayuda de alguien sentado a su lado, y una mujer de unos 55 años se levanta. Es menuda, delgada, parece un pajarito… y cubre su recatadísimo vestido verde con una rebeca de punto blanco.

La mujer ayuda al sacerdote a colocar los utensilios para la comunión, y luego se retira discretamente a un lado… y en ese instante, de repente, como si nada, se arrebuja dentro de su chaqueta. Cruza las manos, tira de los extremos de la rebeca y envuelve su cuerpo en ella como si dentro de la iglesia el termómetro marcase 15º bajo cero… solo que no era así. Allí dentro se podría asar un pollo.









Ese gesto, natural, despreocupado, inmediato, me provocó una reacción mental instantánea que no pude controlar. “Es una mojigata”. Eso fue lo que pensé. Y lo pensé no por su vestido –de un vibrante y veraniego color verde-, no por su edad –era una mujer joven, no llegaba a los 60-, no por su actitud… lo pensé, o mejor dicho, mi cerebro lo pensó, sólo y exclusivamente por el gesto que realizó con su rebeca.

Al salir de la iglesia, mientras saludaba al resto de los presentes y le daba vueltas a la inmediatez de mi respuesta, mi abuela se acercó a mi para llamarme la atención –vaya, qué raro (léase con sorna)-. “Saca las manos de los bolsillos, esas no son formas de comportarse en un funeral”.




En ese mismo momento me di cuenta de que mis manos descansaban tranquilas dentro de los bolsillos de mis pantalones jodhpur en color negro, y mi bolso colgaba despreocupadamente de mi hombro. Ni si quiera era consciente de mi gesto, esa actitud “despreocupada” (my Gandma dixit) que tanto preocupaba a mi abuela era para mi de los más natural.

Y pensé que tal vez, del mismo modo que mi abuela había creído intencionado un gesto que para mi era natural, yo podía haber creído natural el gesto de la rebeca, que ,tal vez, y sólo tal vez, podría hacer sido una estrategia perfectamente meditada, pensada para infundir más respeto, o para tranquilizar a quienes se sintiesen violentados al ver que quien ayudaba al sacerdote era una mujer… con ese gesto, la mujer se transformó en mojigata, del mismo modo que yo me convertí en una jovencita despreocupada con el mío, sin a penas saberlo.



Así que, después de mi reflexión, llegué a casa y decidí ponerlo en vuestras manos.

¿QUÉ HUBIESEIS PENSADO VOSOTROS DE MI GESTO?

¿Y DEL GESTO DE LA MUJER DE LA IGLESIA?

¿CREÉIS QUE ES POSIBLE DISTINGUIR LOS GESTOS CALCULADOS DE LOS NATURALES?

LLAMAZARES Y DE DELGADO, E-VERSION

El e-mail es un invento estupendo.




Cuando me marché a estudiar a Madrid, el e-mail era todavía un sueño en España. En aquella época yo salía con un chico 50% americano, que conocía –y conoce- muy bien el mundo de la informática. Él fue el responsable de crear mi primera cuenta de correo, y, cuando rozando ya el siglo XXI, Internet dejó de ser “ese gran desconocido”, y mis amigos crearon sus propias cuentas de correo electrónico, la red de redes me sirvió para sentirme más cerca de los que tenía lejos.

Cuando creé el blog –madre mía, hace ya un montón de tiempo-, decidí que la interactividad era en realidad la gran ventaja de publicar en Internet. Todo el mundo puede opinar, y, aunque a veces los comentarios no son precisamente agradables (mi personal troll fue más pesado que original), son desde luego lo mejor del blog… pero no era suficiente.

No era suficiente porque yo quería poder interactuar de verdad, recibir información, enterarme de todo… y por eso creé una cuenta de correo asociada al blog.

Esa cuenta de correo –siesqueasinosepuede@mundo-r.com- me permitió conocer a algunos de los bloggers (Chema, Ely, Noish, Pinkocha, Divina…). A algunos en persona, a otros, vía mail. Gracias también al correo electrónico pasé a formar parte de los blogs linkados en www.vanidad.es, primero, y de los colaboradores con www.elle.es después.

Pero los milagros del mail no estaban todavía más que comenzando.

Hace unos días, topé en mi buzón de correo con un mail lleno de inspiración. Había en él fotografías llenas de encanto, un toque de chic francés moderno y con cierto aire naïf… había mil ideas para ponerte en el día a día, y hacerlo parecer una fiesta.




Quienes me escribían era Llamazares y de Delgado, o lo que es lo mismo, Fabricio Pérez Martínez y Jaime Martínez, dos jóvenes diseñadores que llevan más de 10 años creando un mundo a caballo entre la fantasía y el casual look.




Me enamoré de ellos. O lo que es lo mismo, me enamoré de su idea de la moda. Abría poco a poco las fotos y lo que me encontraba era a mi misma vestida con preciosos abrigos, vestidos maravillosos, bolsos estilo años 20 con cierto regusto parisino y mucho, pero que mucho estilo.





La llegada de su mail coincidió, más o menos, con el anuncio de mi cambio de trabajo, y su colección para el próximo otoño, La Ruta de la Seda, me hizo imaginarme a mi misma ocupando un despacho pequeño y acogedor, como los que aquella película de periodistas de los años 50, Luna Nueva. Me veía caminando con maravillosos zapatos de punta redondeada y tacón ancho, mientras un vestido en tonos nude envolvía con su tejido suave y misterioso mi cuerpo.





La imagen, la idea que me transmiten sus creaciones se aproxima en mi desordenada y a veces atípica cabeza al estilo inconfundible pero siempre apetecible de Dolores Beltrán, la cantante de Pastora, o a la actriz Leticia Dolera, a quienes imagino vistiendo estos modelos sin esfuerzo alguno. Mujeres cuyo estilo admiro e imito.






…¿Qué para qué me escribían? Pues porque leyeron un comment que hice en el blog de Me Paso el Día Comprando, hablando de tiendas multimarca en Coruña, y como están buscando distribución por la zona, querían saber si podría pasarles los contactos, cosa que haré encantada porque, después de haber visto estas imágenes, tengo claro que quiero poder hacerme con una de esas blusas antes de ayer.

Su trayectoria, impecable en estos diez años de trabajo, viene abalada por participaciones en la SIMM de Madrid, el Bread & Butter de Barcelona, o la creación del vestuario de obras como Hamlet, para Lluis Homar… vamos, lo que se dice una gozada.

Aquí os dejo su currículo profesional, y su contacto, para que los conozcáis un poco más:

1997
Diseño de los uniformes para los pilotos de las fuerzas armadas del ejercito del aire Español.
Creación de la marca.

1998-2001.
Proyectos para compañías de danza contemporánea: Angels Margarit, Danat Danza y Senza tempo.


1998
Ballet Barroquísimo. Compañía Rami Levi. Barcelona y Tel-Aviv.


1999
Creación del vestuario de Hamlet de Llúis Homar. Festival Grec Barcelona.


2000
Visualización de la novena sinfonía de Beethoven. Festival de Verano de Sardenya (Cagliari).

2003
Presentación de la colección Invierno 03 en Bogotá Fashion Week.
Presentación de la Colección de Verano 04 en Días de Moda en Panamá.


2004
Who’s next. Paris. (septiembre)
Barcelona Fashion Week. Barcelona (septiembre)
Espacio propio de venta en Érase una vez.... (c/ Goya, nº 7 Barcelona)


2005
SIMM (Madrid) presentación colección invierno 05-06 (Febrero)
Presentación colección verano 06 (septiembre)
Costa Rica Fashion Week. Costa Rica. Desfile verano 06 (Sept)
Modorra. Bilbao. (Octubre)


2006
Bread & Butter presentación colección invierno 06-07 (Enero)
Changing room. (Diciembre)


2007
Changing room. (Julio)
Incorporación a la asociación BDI ( Barcelona diseñadores independientes).
Participación en el proyecto de Alicia Framis “ 100 ways to wear a flag”, exposición itinerante, Zurich, Londres, Geneve.

2008
Creamoda– Bilbao. Participación como jurado en la 21 edición (Mayo)
Ephemere Store-Bilbao. ( Junio)



Yo, mientras, sigo aquí enganchada a la imagen de mi misma que me he creado gracias a sus prendas y a ese concepto casi fotográfico de la moda, que no deja de apasionarme por ponible, original y creativo.

¿QUÉ OS PARECE A VOSOTROS?

¿CUÁNDO LUCIRÍAIS PRENDAS ASÍ?

EL PRECIO DE SER "ECO"

Ser “Eco” sale caro… carísimo, de verdad.






Y no lo digo porque sí, lo digo porque el lunes por la tarde pasé mucho tiempo en casa, y tuve horas para reflexionar sobre el tema con tranquilidad. Y todo gracias a la revista Elle de julio, que llegó –tarde, pero llegó- a mis manos esa misma mañana, y que abrí con avidez.

La verdad es que mi primera curiosidad pasaba por consultar el reportaje fotográfico central, porque tenía una enorme intriga por saber qué tal salía Patricia Conde en las fotos. Más que nada porque la suya es la única instantánea que Telecinco no ha aireado a los cuatro vientos (Nota mental: ¿alguien sabe qué coño les pasa a los de Telecinco con esta chica, que la odian a muerte?).







Las fotos son una pasada… pero los contenidos no se quedan atrás. Espectaculares recomendaciones para salvar al planeta, incluido el diario “eco-chic” de una mujer de hoy, en la última página (me reí mucho con él, pero la verdad es que es más real que imaginario).

Total, que página a página fui anotando recomendaciones, consultas, prendas (salen unos zapatos confeccionados con retales de antiguos kimonos que me han matado, literalmente. Tienen que ser míos).

Hasta que llegué a la columna de Montserrat Domínguez. Una de las cosas que más me gusta de Elle con respecto a otras revistas de moda es que cuentan entre sus páginas con algunas de las plumas más ácidas y mejor dirigidas del país, con nombre de mujer.

Montserrat Domínguez habla este mes del alto precio que pagamos los que queremos ser “eco”. Y tiene razón.








Uno llega al súper (con su bolsa de tela o su cesta de mimbre, of course), busca, por ejemplo, verduras ecológicas, y le clavan un pastizal por cuatro espárragos trigueros. Y ves en el estante de al lado el paquete de trigueros marca X a un precio que te parece un sueño, y claro, la tentación aparece.







Porque no están las cosas como para pagar 20€ por cuatro espárragos, sobre todo si luego no vas a poder comprarte las camisetas en Inditex (que contamina mucho y utiliza productos no ecológicos). Si eres una mujer verdaderamente “eco” te comprarás los trapitos en Hoss Intropía, o en la colección de algodón orgánico de Levis, donde una camiseta no baja de los 50€. Y claro, con ese tipo de diseños no combina cualquier cosmético. La cosmética bio –por otra parte, extremadamente efectiva- sale por un pico: serum, hidratante, base de maquillaje y, qué se yo, por ejemplo, rimel (con esto no voy yo ni hasta la esquina, madre mia), harán subir el extracto de la Visa unos 250€ aproximadamente.






Olvídate de ahorrar en casa, porque sí, si eres “eco” ahorrarás agua y energía, pero para ello habrás de desembolsar previamente un pastizal en electrodomésticos “A Class”, que valen en muchos casos un 40% más que sus homólogos sin conciencia planetaria.




Así las cosas, la única opción de ahorro posible se encuentra en el transporte. De comprar un coche híbrido ni hablamos, porque incluso con las supuestas ayudas, su precio es muy superior al de un utilitario normal. La bicicleta es perfecta para el verano, pero no es compatible con los tacones de aguja ni con la lluvia persistente, lástima. Así pues, si no tenemos la suerte de trabajar a dos manzanas de casa, qué nos queda… Pues el transporte público, una maravillosa opción si vives en ciudades que cuenten con buenas conexiones… porque si vives, por ejemplo, en Coruña, y trabajas, por ejemplo, en Betanzos (24 Km. de distancia) las conexiones son tan irrisorias que ni te lo planteas.





Y mientras planchaba y redactaba un par de artículos, pensaba yo en estas cosas y hacía la cuenta, mentalmente, de lo mucho que los gobiernos –todos los gobiernos- gastan en publicidad para convencernos de que “seamos ecológicos”, y pensé para mi…

¿No sería mucho más eficaz dedicar ese dinero a subvencionar el acceso a los productos ecológicos?

¿No sería más efectivo freír a multas a las empresas que se salten las normas, y reinvertir ese dinero en ayudas reales para, por ejemplo, cambiar el coche por uno no contaminante?


Yo, mientras tanto, seguiré tratando de ser ecológica dentro de mis posibilidades. Empezaré por apagar la tele del todo mientras no la estemos viendo (o sea, 22 de las 24 horas del día).

¿Y VOSOTR@S?

¿PAGAIS UN ALTO PRECIO POR SER “ECO”?

¿CUÁLES SON VUESTROS TRUCOS “ECO”?

CHANGES

Se avecinan cambios en mi vida.




Ya lo he comentado en algunos blogs, pero no sabía cómo escribir el post correcto, porque tampoco es cuestión de desentrañar on-line los intríngulis de mi nuevo puesto de trabajo.

El caso es que a partir de la segunda quincena de julio –vamos, lo que viene siendo “pero ya”- servidora abandonará su actual trabajo y comenzará una nueva andadura como Jefa de Relaciones Externas. El puesto es algo así como un “suma y sigue”.

Resumiendo:

Jefa de Relaciones Externas = Jefa de Prensa + Jefa de Relaciones Públicas + Jefa de Protocolo.


Más o menos.

No voy a abandonar el blog, lo digo ya de antemano por si alguien se lo ha planteado, pero es más que probable que durante los meses estivales, que coinciden con mi aterrizaje en el nuevo Gabinete, postee algo menos… y gaste algo más.

Sí, sí, lo reconozco, soy “asín” de frívola, y lo primero que he pensado (bueno, lo segundo. Lo primero ha sido “madre mía qué vértigo”…) cuando supe lo del nuevo trabajo fue “¿Cómo vestirá una Jefa de Relaciones Externas?”.

Y pensando, pensando, llegué a la conclusión de que no es lo mismo ser Jefa de Relaciones Externas de la Revista Vogue, que ejercer el cargo en, por ejemplo, el Vaticano.

Vamos, que incluso con las mismas funciones, la empresa donde trabajas, el contenido esencial de la misma, marcan también pautas de vestimenta.

De repente me vi a mi misma con sobrios trajes de chaqueta, zapatos de tacón de carrete y bolsos tamaño midi en colores neutros… y me entró dentera. Yo no soy así, y no creo que pueda serlo nunca… lo que no significa que me vaya a plantar en mi nuevo puesto con la minifalda y el top lencero de Denny Rose… que una cosa es ser moderna y otra idiota, coño.




Muchas de las bloggeras de la familia Glamourama, empezando por Miss B, que es algo así como nuestra alma matter (decir que es nuestra madre sería un insulto contra natura, porque Miss B es demasiado joven para ser madre de esta recua de fashionistas) han publicado post específicos sobre Dress Code en la oficina.




Servidora ha vuelto sobre ellos con la esperanza de encontrar sin problemas su nuevo estilo, añadiendo los complementos y toques propios de mi carácter, y estas son las conclusiones a las que he llegado:

SÍ a los pantalones sastre de pierna ancha y cintura alta, combinados con tops de seda, camisas sencillas o incluso camisetas de algodón o viscosa, de cortes sencillos y originales. Los combinaré con shopping bags y zapatos de corte masculino, o con pumps.

NO a los trajes chaqueta de falda midi, que avejentan y engordan, salvo que seas una musa o una actriz porno. Y en cualquier caso seguro que estaría más cerca de parecer lo segundo.

SÍ a los jeans –siempre que no sea para un acto oficial-, combinados con blusas de estilo romántico, en sedas, algodones o incluso en punto, sobre todo en colores empolvados, blanco o negro. Siempre con zapatos de tacón o bailarinas bicolor, y bolsos de tamaño medio, mejor si son con asa corta.

NO a las combinaciones demasiado obvias, del tipo “jeans oscuro + blusa blanca + bolso negro + zapato negro de salón”. Una cosa es ir seria y otra sosa. El conjunto es aceptable si introducimos un bolso en cuero natural, unos zapatos de color (maquillaje, mostaza…) o una chaqueta de punto en un color vivo.

SÍ a los vestidos. Invierno y verano. Cortos (nunca demasiado cortos, resta seriedad), medios e incluso largos si no son demasiado playeros.

NO a las minifaldas, al menos en verano. En invierno me permitiré algún lujo con ellas y medias tupidas, si su largo no es demasiado corto (dios mío vaya oxímoron que me he marcado).

SÍ a las joyas sencillas. Relojes, pulseras, collares, pendientes…

NO al “todo a la vez”. Si llevas collar no lleves pulseras. Si los pendientes son largos, sobran los colgantes.

SÍ al maquillaje cuidado, incluso con color. Los labios rojos son perfectamente admisibles en la oficina mientras no los combines con pestañas postizas y tacones de aguja.

NO a la sobriedad nada favorecedora de la “cara lavada”, que puede que me haga parecer más seria, pero me hace sentir insegura y poco atractiva… y yo no soy así.



Me he prometido a mi misma no quemar la Visa, porque ya he terminado con mis compras de rebajas (excepto un par de caprichos que seguro que caerán, pero nada grave, jajaja), pero sí he revisado mi armario, y esto es lo que sé que salvaré:

1.- Mis dos pares de jeans de Only, de corte recto y cintura alta, tipo años 70. Uno azul oscuro y el otro claro.

2.- Mis dos pares de jeans de Fornarina corte skinny, uno claro y el otro oscuro, y los tres pitillos de colores que tengo, uno rojo, otro blanco y otro negro, de MNG.

3.- Los cargo negros con elástico en el bajo de French Conecction.

4.- Los sastre negros y los de pata de gallo en gris oscuro (estos inevitablemente condenados al invierno).

5.- Las dos faldas de lana, una en tonos calabaza y la otra en grises y rojos, para el invierno.

6.- Mi falda de French Conecction con lazo en la cintura y vuelo, en rayas de tonos crudos y negros.

7.- Todos y cada uno de mis maravillosos minidress, desde los de Pepa Karnero hasta el verde hierba de Trucco. Serán mi gran baza.

8.- Mi colección de camisas y tops, con especial atención a mi camisa de seda morada de Benetton, la de cuadritos vichy en negro y blanco de Vero Moda, y ese maravilloso top estampado de Dolores Promesas que tan bien me sienta.

9.- Los tres grandes bolsos de mi colección: el de cuero en color natural de Fiirs & Company, el negro con tachuelas copia del Knight, y el de piel rosa empolvada con cierre de boquilla.

10.- Mis tres pares de zapatos favoritos: los tricolor Venice, los color mostaza de Cuple y los pumps negros con tacón ancho de madera… bueno, y todos los demás también.







¿QUÉ OS PARECE MI SELECCIÓN?

¿CÓMO VESTÍS VOSOTROS EN EL TRABAJO?

FE

“¿¡Pero qué haces!? … ¿No ves que es un mendigo?”




Esta mañana, mientras desayunaba viendo el telediario de las 07.00, recordé con nitidez aquella frase.

Me la dijo hace muchos años, casi 10, una señora muy bien vestida, muy pintada y no demasiado mayor. Era junio, hacía calor, y la Gran Vía madrileña parecía un hormiguero de la cantidad de gente que iba y venía a aquella hora de la tarde. No recuerdo exactamente qué hora era… pero las tiendas estaban abiertas, de eso sí me acuerdo, y cientos de personas entraban y salían de ellas.



Yo me dirigía a la calle Leganitos. Caminaba sin demasiada prisa, cotilleando escaparates, y poco más debajo de la Plaza de Callao, pasado el Vips, me encontré con un hombre tumbado en el suelo.

Estaba boca abajo.

Y me agaché.

Me agaché para ver si se encontraba bien. El termómetro marcaba más de 35º, la solana era considerable, y la verdad es que me parecía más que posible que aquel hombre hubiese sufirdo una lipotimia, un bajón de tensión o algo peor.

Y en el momento en el que me agachaba, aquella señora, que llevaba un traje chaqueta en tonos claros y un bolso rígido con logos de LV, me gritó mientras me sujetaba el brazo.

“¿¡Pero qué haces!? … ¿No ves que es un mendigo?”

El Samur se llevó a aquel hombre que, efectivamente, era un mendigo, y que, efectivamente, había sufrido una lipotimia –nada grave, me aseguraron-… y el grito de aquella señora se llevó, momentaneamente, mi fe en la humanidad.

Compredí que estamos solos, y que cuando más solos estamos es cuando más vacío nos hace nuestro alrededor. ¿Cuántas horas llevaría ese hombre tirado bocabajo en medio de la calle más céntrica y transitada de Madrid, sin que nadie se acercase a ver si estaba vivo o muerto?

El tiempo, que es una medicina muy barata y extremadamente efectiva, curo mi fe en la humanidad. Igual que seguramente solucionó, al menos durante un tiempo, la bajada de tensión de aquel hombre.

Pero esta mañana, mientras desayunaba, he vuelto a sentir la voz de aquella mujer en mi cabeza.



En Estados Unidos una mujer ha muerto en la sala de espera de un hospital. Se desplomó, se convulsionó, agonizó durante casi una hora y finalmente falleció ante la atenta e impasiva mirada de un guardia de seguridad que se paseaba sobre su silla con ruedas, y de varios pacientes más.


Nadie se agachó a ver cómo estaba, a preguntarle si le pasaba algo… a nadie le llamó la atención que se desplomase sobre el suelo.

Y yo me terminé mis cereales y escribí esto, sabiendo que le he dado al post anterior una vida efírmera, buscando fe. Porque quiero tener fe.

Decidme, por favor, que vosotros os habrías agachado a preguntarle cómo se encontraba.

Edito para contaros que sé que este post es algo terrible, pero el que había colgado antes era más animado. Echadle un ojo, que lo escribí con cariño, de verdad.

AMY´S SALES (no, no, no...)

Estáis en ello, lo sé.




Todos y todas estais como locos con las rebajas veraniegas, y con esto de que además este año el calorcito ha llegado con retraso, parece que apetece más acercase a las tiendas ahora, que sabemos que nos pondremos los tirantes y las sandalias.

Yo, ya lo he comentado antes, ya he arrasado. Y como cada año que pasa soy más lista –gracias, Miss B, es obra tuya que sepa comprar cada día mejor-, este año mis compras han sido extremadamente racionales.

No voy a hacer el listado de imprescindibles, ni contaros lo que me he comprado, porque ayer, mientras pagaba en Mimosa un bolso de cuero en color natural de Fiirs & Company, me di cuenta de que lo que de verdad hace falta a la mayoría de compradoras –al menos, a la mayoría de compradoras coruñesas- es perspectiva.

Vivimos en una ciudad donde el calor, el de verdad, dura, con suerte, dos meses. A finales de agosto los minivestidos y las sandalias desnudas serán ya un sueño, y es más que probable que en septiembre hayamos sacado ya a pasear dos o tres veces el cardigan, o incluso la cazadora perfecto.

Con este panorama, me direis qué sentido tiene aprovisionarse de tops lenceros de estampado floral, que te pondrás, como mucho, uno o dos meses, y que encima el año que viene habrán dejado de ser tendencia, con lo que no querrás verlos ni en pintura.

Es por eso que mi post de hoy es un post “rollo Amy”… vamos, un post del “no, no, no”.








Estas son…

… LAS DIEZ COSAS QUE NO DEBERÍAS HACER EN REBAJAS




1.- No compres minivestidos lenceros floreados en Inditex Wonderland, a menos que estés locamente enamorada de uno. Cosa que resultaría incomprensible, porque si de verdad te enamoraste de él, deberías habertelo comprado en temporada, que no es un Missoni, coño.

Son super tendencia, sí, pero el año que viene los tendrás aborrecidos y es más que probable que no quieras verlo ni en pintura.








En vez de eso, por qué no … buscas un vestido camisero, o minidress de algodón. Son más versátiles, darán más juego en el otoño –aunque sean de colores claros o veraniegos- y nunca pasan de moda, con lo que podrás combinarlo de mil maneras en temporadas sucesivas. En Coruña puedes encontrarlos, por ejemplo, en Tintoretto (Calle Real), Benetton (Calle Real), Ven que te Combino (Calle Orzán), y, por supuesto, en el Imperio Inditex.





2.- No compres mil pares de sandalias romanas. Si no tienes unas ya, es más que probable que sea porque o bien no te convencían como tendencia, o bien no sabías con qué demonios combinarlas.









En vez de eso, por qué no… Te haces con un par de sandalias en un color básico, como rojas, o beige, de una buena firma. No pasarán nunca de moda, les sacarás mucho partido y serán una inversión de futuro. Cuple (en Coruña, en el Centro de Ocio) tienen unas rebajas estupendas y unos zapatos sencillamente increíbles.





3.- No compres bolsos de lona estampada, por muy de firma que sean. Pasarán de moda más rápido de lo que tardarás que pagar la cuenta de la Visa y te arrepentirás de la inversión.








En vez de eso, por qué no… Te compras una buena cesta de mimbre, que es todo un clásico que podrás reutilizar una y mil temporadas. O inviertes en bolsos de piel. Zara rebaja sus modelos de piel al 50% en verano, y suelen ser modelos perfectamente adaptables a cualquier temporada. Si buscas algo más original, en Coruña puedes visitar Cheap (Calle Torreiro), Mimosa (Calle Padre Feijoo) o Luxurissime (Centro de Ocio y paralela Plaza de Lugo), donde trabajan firmas como Fiirs & Company o Skunk-funk, con modelos originales y materiales excelentes.





4.- No te aprovisiones de camisetas de algodón de escasa o nula calidad, por muy baratas que las pongan en Bershka. No aguantarán ni un lavado, y si además te decantas por los tirantes, te las pondrás dos veces como mucho.








En vez de eso, por qué no… aprovechas para buscar blusones de seda en tonos nude, o camisas de cortes orginales y buenos tejidos.Te las pondrás en lo que queda de verano con shorts o con faldas cortas, y en otoño podrás readaptarlas a la temporada con unos buenos jeans. La colección de Zara Woman de esta temporada es una maravillosa opción, pero hay más. En Coruña, Trucco (Calle Real y Centro Comercial Cuatro Caminos) tiene rebajas de hasta el 50%, y Zeta (lateral del Centro Comercial Cuatro Caminos) y Bijou (Calle Olmos) cuentan con una selección más que apetecible de firmas como Vero Moda o B.Young.





5.- No pierdas la perspectiva. La gente se vuelve loca en rebajas, y eso, además de restarle glamour a cualquiera, es una visión de lo más desconcertante. Tómatelo con calma, porque no vas a morirte si no consigues la chaqueta que te gusta, o la camisa que viste en el catálogo. Si has vivido hasta ahora sin ellos podrás hacerlo desde ahora también, así que no corras por la tienda como una posesa, ni cargues como una mula con 16 tops del mismo corte en diferente color.








En vez de eso, por qué no… te tomas las rebajas con calma. Se trata de buscar, no de encontrar, que no te vuelva loca la situación. Si ves demasiada cola y no tienes en las manos nada que te emocione realmente, pasa. Otro día será.





6.- No te dejes cegar por los precios. Inditex Wonderland y similares suelen rebajar mucho, pero que mucho, algunos artículos (zapatos y bolsos sobre todo), pero en otras prendas la rebaja es ínfima. Incluso cuando la rebaja sea espectacular, mil camisetas de 1€ suman nada menos que 1.000€, así que un poquito de perspectiva, por favor, que las etiquetas naranjas no te cieguen.








En vez de eso, por qué no… haces una lista que no que quieres, otra con lo que puedes gastar, y vas tachando de ambos lados. Si eres enemiga de las listas, lleva siempre a mano el móvil, y antes de acercarte a la caja suma lo que marcan las etiquetas y asegúrate de que no sobrepasa lo que pensabas gastar.





7.- No seas borrego. Y lo digo en el sentido literal. Todo el mundo se lanza como hienas a las grandes firmas de moda asequible el primer día de rebajas, pero que todo el mundo beba tónica no significa que sepa bien (es un ejemplo, muy personal. Odio la tónica).







En vez de eso, por qué no… aprovechas para visitar tiendas de firma, que suelen tener muy buenas rebajas, o multimarca, que a veces nos sorprenden gratamente. Roberto Verino lleva días con artículos al 50%, Adolfo Dominguez, lo mismo. En Coruña, todas las tiendas multimarca que he mencionado antes tienen rebajas en firmas interesantes y muy, pero que muy golosas.




8.- No necesitas diez sujetadores blancos. Ni diez bragas blancas. Ni los necesitas ahora, ni los has necesitado nunca, aunque marquen 70% de descuento.







En vez de eso, por qué no… te pasas por firmas como Intimissimi, o, si eres más pudiente, La Perla, y te haces con unos cuantos conjuntos bonitos, sujerentes, divertidos y sexys. Olvídate del algodón blanco salvo que sea absolutamente imprescindible en tu vida.





9.- No te olvides de que no vives debajo de un puente. Tienes casa. Y será un error pasar olímpicamente de ella.







En vez de eso, por qué no… aprovechas para hacerte con unas nuevas cortinas, o unas fundas diferentes para los cojines, o renuevas la cubertería. Pórtico, Casa, Zara Home… todas ellas tienen también rabajas, y suelen ser espectaculares en algunos productos. No existe excusa para que siguas conviviendo con esas toallas de color indescriptible.





10.- No seas egoísta. Vas paseando por la calle, y en un escaparante te encuentras con unas bailarinas monísimas que sabes que a tu hermana le parecerán perfectas. O, en una estantería, un reloj de caballero llama poderosamente tu atención al imaginarlo en la muñeca de tu chico. Pero los dejas donde está, que hay crísis.







En vez de eso, por qué no… dejas en el estante una de esas 200 camisetas que has cogido, y la sustituyes por ese reloj. Un detalle con la gente que quieres es siempre bienvenido, y alegra el día a ambas partes.



¿QUÉ OS PARECEN MI "NOES"?



¿CUÁLES SON LOS VUESTROS?