NOS MUDAMOS

Y cuando digo NOS me refiero a mi misma y algún que otro gráfico.

Nos mudamos de blog, y no os creáis que no me da un poco de penita dejar este así... medio abandonado... pero el nuevo proyecto es de otra índole, más periodístico y gráfico, más actual (porque se centrará más en la actualidad) y menos personal, por muy personal que sea, y difícilmente encajará en esta bitácora que nació como un blog personal.

Puede que siga posteando por aquí... tal vez... puede ser... pero, de momento, dejadme que os presente el germen de un nuevo blog que todavía está en obras. Hasta mañana o pasado no estará "terminado" (terminado no estará nunca, seamos sinceros), así que ya sabéis.

Lo que hay que ver

Os espero -y os sigo-.

Besos a todos!!

María.

BÉSAME MUCHO



El rouge labial es el nuevo negro.

Esta es mi nueva máxima vital, fruto de una larga consideración y de meses de deliberación personal. Y viviré aferrada a él hasta que me de otro rauto, que me imagino que tardará lo mismo que tardan todos los rautos de mi vida: poco.


Sexy, divertido y vibrante. Es mi nuevo lema de estilo, no sin rojo de labios

Y lo más gracioso de todo, lo verdaderamente divertido, es que nunca he sabido pintarme los labios!!! Llevo maquillándome desde los 14 años, y llevo sin salir de casa con la cara lavada ni se sabe cuántos años. Acumulo una cantidad considerable de potingues en el armarito del baño y hasta sé pintarme el rabillo del ojo con cierta precisión. Pero en todos esto años a penas he debido tener unas tres o cuatro barras de labios, y casi todas en tonos claros, neutros o rosados.  Así que nada hacía prever que me fuese a dar por el morro rojo… pero así es.

Todo empezó hace un par de años, cuando compré una barra fucsia intenso de YSL para nochevieja. Me pinté los labios con ella y de repente me encontré arrebatadora… pero en mi día a día la veía inapropiada y poco práctica, así que volví a mi color suave de siempre, que casi era un cacao con brillo.

Este es exactamente el rosa que tengo en casa. Queda espectacular, aunque no es apto para tímidas.

Entonces, un año después, Chanel sacó su rouge Coco, que me enamoró al instante, y compré una barra en color frambuesa. Monísima. Ideal. Perfecta… Pero me la ponía solo cuando me arreglaba, para salir y esas cosas. Y eso que en el mes de mayo me entró la neura francesa y quería ser etérea y con el morro pintado todo el rato, pero ni con esas.

Y entonces me fui a Madrid con Ely y Pinkocha, y entramos en la tienda MAC de Fuencarral. Y allí estaba: luminosa, vibrante, intensa, un lipstick en color rojo anaranjado que me enamoró. Me lo llevé, claro.

Este es el color al que me refiero. Es suave e hidratante, pero no pringoso, y se adapta bastante bien. 

 Ya me estaba arrepintiendo de mi compra –“al final no la voy a usar, verás, me va a dar pereza ponérmela, luego me veo muy puesta, demasiado arreglada, si es que no sé…”- cuando mi amigo Luiscar vino a Coruña a bailar con mi sister y sus compañías (aprovecho y meto cuña publicitaria, no os perdáis al Joven Ballet Attitude y a la Compañía La Mínima).

Luiscar es un gurú de la moda para mi, es así y punto. Y allí estábamos, tomando un mojito y hablando de moda, y de repente, va y me suelta la gran frase “hay que ser como Blair Waldorf, sin miedo al overdress”. Y vi la luz.


Este rojo de labios de Chanel es perfecto para ir muy muy marcada, y pese a ser líquido aguanta bastante bien. El efecto es de muñeca de porcelana.

Overdress rules, amigas mías. Y vale para todo eh, que puedes ir muy estupenda y muy producida con un vaquero y una blusa, porque esto es cuestión de complementos y actitud, al 50%. El resto es imaginación.


Mi favorito en todo el universo rouge, el Lady Danger de MAC. Maravilloso. El Russian Red y el Ruby Woo también son preciosos, aunque más clásicos, uno más intenso, con tonos granates, y el otro en tono frambuesa.


Un labio rojo –o rosa intenso, o frambuesa- se hace besable. El gesto de pintarse los labios me parece sexy, femenino y poderoso. El rouge adecuado puede hacerte olvidar un mal día al instante, y es el cosmético más vendido en el mundo, sobre todo en épocas de crisis, porque te cambia el aspecto por poco dinero de forma inmediata. Y la idea de besar y dejar huella –sutil, siempre sutil- me parece lo máximo.

Así que ahora vivo feliz como una perdiz, pegada a mi barra de labios… bueno, a mis barras, porque desde que en junio decidí que el rouge era el nuevo negro, me he hecho con unas cuantas. Sigo apostando fuerte por las permanentes de MAC, que duran muchísimo y tienen un precio maravilloso, pero tengo un par de Dior estupendas, y por supuesto las de Chanel en rojo, inigualables.


Para retocarte una y otra vez, porque es super hidratante y el color es maravilloso, el Serum Rouge Dior en fucsia intenso. Glamour en estado puro.

Me las pongo con todo: vaquero y blusa, vestiditos, faldas, bota plana, bailarina, taconazo… el truco, para mi, es evitar la excesiva formalidad. Producida sí, pero avejentada no. Así que si llevo un vestidazo super ideal, procuro que el zapato, o el bolso, contrasten lo suficiente. Y si me planto vaquero, entonces, más rojo que nunca. Así siento que elevo el outfit al infinito pese a ir de tirada total.  En mi caso particular el corte de pelo ha ayudado, porque ahora sí que no me veo sin algo de maquillaje, entre el flequillo rocker y el color más oscuro, siento que la cara se me desdibuja sin ese toque.

Y no, no he renunciado a marcar el ojo. Ya os he dicho que ahora vivo una etapa “overdress rules” en la que nada es demasiado si lo sabes combinar.

Ale, ya he confesado mi última manía para afrontar el otoño con buena cara. ¿Y vosotros? ¿Cuál es vuestra última obsesión estética? ¿Qué truquito os hace sentir mejor con vosotras mismas?



SUENA EN MI I-POD: Pues en este caso, “I´m on the Edge of Glory”, lo último de Lady GaGa, porque es lo que han bailado los chicos del Centro de Danza y Artes de Madrid en el Flashmob organizado con motivo del Día de la Movilidad en Moncloa. Os dejo el video para que veáis que en mi familia hay talento –al margen del mío para pintarme los morros, que oye, algo es algo-.




MI CAMINO



En los últimos meses la vida me ha obligado a reflexionar, a replantearme muchas cosas.

Después de tres años infartantes a todos los niveles –profesional y personalmente-, mi vida pasó de quinta a primera en menos de 15 días. Me quedé en paro a mediados del mes de junio, y, por primera vez en 10 años de ejercicio profesional, no terminaba un contrato para encadenarlo con otro, sino que, sencillamente, me quedaba sin él.


El primer mes fueron unas vacaciones, literalmente. Visité a viejos amigos, descansé, salí de copas, dormí hasta tarde, tomé el sol y, adoptamos a Harpo, el nuevo miembro de la familia, un gato amarillo y juguetón que todavía hoy, tres meses después, me fascina.


Os presento a Harpo, el nuevo miembro de la familia, y, como podéis ver, el rey absoluto de la casa. 

El segundo mes fue el disfrute del verano. La primera semana de agosto Coruña está en fiestas, nos visitaron amigos, familiares, conocidos… hubo conciertos, noches de tapas y cañas, paseos por las ferias y mucho libro de ocasión –la feria del libro de ocasión es mi favorita, me encanta cómo huele, me gusta rebuscar en sus puestos, y además me recuerda mucho a los paseos interminables que daba por ella acompañada de mi padre, de quién heredé el amor por la lectura y los libros (y no, en la era Ipad no es lo mismo amar la lectura que los libros)-.

Pero un día, a mediados de agosto, me desperté y el aire olía diferente. Había llegado el otoño, septiembre se acercaba y terminaba el plazo de gracia que me había autoconcedido en la búsqueda de empleo. Es verdad que a esas alturas ya me había apuntado a todas las ofertas que se acercaban mínimamente a mi perfil en las redes de búsqueda de empleo, y que mis colaboraciones en radio y prensa escrita no habían cesado, pero me había prometido a mi misma que en septiembre redirigiría mi vida, y era el momento de buscarle un rumbo.

Así que me paré, y pensé.

Hay personas que piensan muy bien en soledad, otras, leyendo. Hay gente que piensa bien mientras camina y personas que meditan seriamente. Yo necesito imperiosamente la organización exterior para abordar la interior, así que lo primero que hice fue cambiar pequeñas cosas en mi casa (un estante en el baño que llevaba años deseando, una funda para el sofá cama que llevaba tiempo esperando su turno, una limpieza de armario en condiciones…)

Una vez modificado mi entorno, le tocaba el turno a mi cuerpo. Retomé el ejercicio –os aseguro que es muy difícil encontrar una rutina de ejercicio si no existe rutina alguna en tu vida, y lo más parecido a una pauta horaria es entrar a trabajar (casi) siempre a las 7:30-, me deshice de aquellas prendas que no me apetecía volver a ponerme y con mi ajustado presupuesto compré algunas nuevas, prendas que se acercasen más a mi nuevo yo.

Y… y era el momento de cambiar por dentro.

Buscar un nuevo empleo implicaba, al menos para mi, redireccionar mi vida, o por lo menos decidir conscientemente qué prioridades laborales tenía.

Comencé mi carrera profesional haciendo radio, mi pasión. Compaginaba la información con el magazine, y cualquier tema me parecía interesante mientras me permitiese contar algo nuevo, diferente,  divertido o curioso a la audiencia.

Mi segundo puesto fue en prensa escrita, pero las pautas no cambiaron en absoluto. Después llegó la televisión, y de repente comprendí que lo que yo quería era eso: contarle a la gente cosas, cosas nuevas, o cosas sabidas desde otra perspectiva.

Los siguientes 7 años de mi vida laboral discurrieron por otros derroteros, recalé primero en un gabinete político, y luego en otro, y la verdad es que para mi fue toda una experiencia.  Siempre he creído que es imposible no interesarse por la política, por lo que sucede a nuestro alrededor, y participar en ello de una forma más directa resultó ser apasionante… y agotador. Demasiado agotador.


La Estación de Budapest es una de las más hermosas que he visto en mi vida. Ahora mismo, siento algo parecido a estar en el andén esperando a que llegue el tren correcto.

El caso es que, tres años después de que una especie de huracán arrastrase con él mi vida, lo que conseguí hacer con ella –que no está mal- y yo, nos encontramos con que la tormenta había pasado, que estábamos en una estación de intercambio, y que la espera podía ser corta, mediana o larga, pero en cualquier caso me serviría para decidir a qué tren quería subirme.

¿Qué quería hacer yo con mi vida? ¿Ganar dinero? Seguro, las facturas no se pagan solas, y los viajes, las cenas con amigos, los libros, la ropa, los zapatos, los conciertos y la comida de Harpo tampoco. Pero no era eso. ¿Un trabajo de prestigio? Puede, pero resulta que si me paraba a pensarlo, no quería sólo un trabajo reconocido, un puesto en un medio importante o en un nuevo gabinete de gobierno, al menos, no en cualquiera.

Entonces, ¿qué tren quería coger yo?... y resulta que, pensándolo razonadamente, con calma, sin prisas… el tren que quiero coger es el mismo en el que llevo montada desde los 20 años. El tren que me llevó a apasionarme por la locución en radio, por la escritura, por contar historias, por saber más. Lo que yo quería era ir una estación más allá en la misma línea en la que ya me encontraba, pero, y esta vez eso lo tenía claro, en un tren algo más lento, en un vagón quizás menos cómodo, pero con más encanto. Recuperar la pasión por una profesión que realmente me ha enamorado, volver a tener tiempo de amarla.


Esta viñeta de El Faro de Vigo ilustra muy bien lo que quiero decir: al final, cuando uno ama esta profesión, en cualquiera de sus vertientes, la lleva a todos los ámbitos de su vida.

Me asombró mi propia conclusión, más que nada porque, al apearme en la estación, al bajarme de aquel tren bala que iba siempre tan rápido, creía haberme encontrado con la difícil sensación de haber dejado de querer ser periodista. Nada más lejos.

Soy lo que siempre he querido ser, y eso plantea nuevas dudas y problemas, porque ahora tengo que conseguir mejorar eso, y no parece una tarea fácil. Ser mediocre es siempre más sencillo que ser brillante, y la brillantez en mi profesión,  ahora lo sé, reside en gran medida en no perder nunca la capacidad de amarla, de apasionarse con ella.

Ante todo, quiero conservar esta sensación, la que provoca saber que no te has equivocado de camino. A veces el trayecto es más feo, se hace de noche o un pantano maloliente te sale al encuentro. Pero es mi camino. Es el que yo he elegido, y lo amo. Más, mucho más que el lugar al que lleva. Principalmente, porque eso sigue siendo un misterio para mi.

The Jayhawks en pleno directo. Sublimes, emocionantes, grandes, muy grandes.


SUENA EN MI I-POD: Uno de los conciertos que tuve el placer de disfrutar este verano fue el de The Jayhawks en Santander, una banda mítica con temas tan maravillosos como “Bad time to being in love”… Son, quizas, malos tiempos para confesarme una apasionada de mi profesión, pero… el amor es lo que tiene, amigos.

EL DÍA EN QUE PASARON AÑOS


Pocas veces en la vida uno es consciente de estar creciendo.

Crecer, madurar, dejar atrás una etapa es algo que sucede poco a poco, cada día, hasta que un día, sin darte cuenta, te descubres a ti mismo hablando de esa etapa en pasado, y te das cuenta de que, efectivamente, ese momento de tu vida ya ha quedado atrás, para bien o para mal.

Pero en algunas ocasiones, pocas, escogidas, nos volvemos nítidamente conscientes de estar creciendo. Podemos paladear esa sensación del paso del tiempo, saborear el instante inusualmente conscientes de su transcendencia dentro de nuestra vida, porque, por algún extraño motivo, la clarividencia que nos esquiva habitualmente decide abrirnos los ojos con excepcional claridad en ese preciso instante.

Yo recuerdo perfectamente el momento exacto en que dejé de ser una adolescente, y me convertí en una “chica”. Fue el 26 de junio de 1995, y era lunes.



El sábado 24 de junio de 1995 el Deportivo de A Coruña jugaba en el Santiago Bernabeu la primera final de la Copa del Rey que yo recordaría. Mi hermana y yo éramos socias, y la ocasión era única. En mayo del año anterior –más concretamente el 14 de mayo del año anterior-, mi querido equipo había perdido la Liga en la última jornada contra un Valencia que dejó resquemor en Galicia por los siglos de los siglos gracias a la parada que su portero hizo del tristemente famoso penalty de Djukic, dándole así el título al Barça de Cruyff. 

Aquel 24 de junio, la posibilidad de la revancha se cernía sobre el plomizo cielo madrileño. Mi padre, mi padrino, mi hermana Natalia y nuestra amiga Paula llevábamos desde el viernes por la noche en la capital, alojados en los apartahoteles que hay –o al menos había- encima de la cafetería Riofío, muy cerca de la Plaza de Colón y prácticamente sobre el Museo de Cera (qué miedo me ha dado siempre ese museo, es algo irracional y superior a mi, os lo digo en serio).




En la tarde de aquel sábado, cargados con nuestras bufandas blanquiazules y nuestras ganas de ganar, ganar, ganar, emprendimos la que sería una de las caminatas más curiosas de mi vida. Castellana arriba, la marea humana era un tsunami, cientos de personas en la misma dirección. Algunos de nuestro bando, algunos del contrario… y todos mirando el cielo como si en él estuviese la respuesta.

“Tiene una pinta horrible, va a caer la de San Quintín”, dijo mi padre a la altura del Corte Inglés.

“Igual aguanta hasta el final del partido, a ver si no hay prórroga”, convino mi padrino.

El Bernabeu me pareció enorme y vertical. Una pared en la que miles de pajaritos anidábamos esperando un silbato. Nuestros asientos estaban altos… muy muy altos, o al menos así los recuerdo yo, acostumbrada como estaba a un Riazor que aún contaba con las pistas de atletismo alrededor del campo de juego.

Comenzó el partido y comenzó a llover. Así, todo uno. Y llegó el descanso y siguió lloviendo. Creímos que no reanudarían el partido dado que el campo parecía más apropiado para un partido de waterpolo que para uno de fútbol, pero nos equivocamos: el silbato anunció la segunda parte y los jugadores y nosotros volvimos al ruedo empapados.

Veinte minutos antes del fin del partido, al árbitro le entró la sensatez. El silbato sonó, se suspendió el encuentro, y los miles de personas que habíamos acudido al Bernabeu a emprendimos el camino de regreso  a nuestros hoteles,  hostales o casas en medio de una tromba de agua alucinante, como no he visto otra en años. La Castellana era un río y nosotros nadábamos contracorriente, empapados, decepcionados y algo tristes… el lunes había que estar en Coruña de regreso, y el partido no se reanudaría hasta el martes.

De regreso al apartahotel, mi padre y mi padrino tuvieron una idea: las entradas ya las teníamos, era una pena perderlas. Ellos debían volver al trabajo, y, no recuerdo muy bien por qué, pero mi hermana y Paula debían regresar también… pero a mi nada me impedía ir al partido del martes.

Llamamos a mi tío Antonio, que llevaba años viviendo en Madrid, y cuya mujer estaba entonces embarazada de la que hoy es mi prima Henar, y accedió a darme asilo político en su sofá. Ellos irían conmigo al partido el martes.

El domingo por la noche me acosté en aquel enorme sofá azul, y cuando el lunes 26 de junio abrí un ojo eran ya más de las 10 de la mañana. En aquella casa ya no había nadie, pero mi tío me había dejado una nota sobre la mesita del café.

“Hola madrileña! Nos hemos ido a trabajar, volveremos por la tarde. Te dejo aquí 2000 pesetas, creo que El Prado abre hoy, date una vuelta, tómate algo, nos vemos para cenar. Besos, Antón”.

Me duché y me vestí. Hacía mucho calor. Me puse unos shorts vaqueros que tenían el bajo de tela estampada y una camiseta blanca, y me lancé a las calles de Madrid. Yo sola. Con mi billete de 2000 pesetas en el bolsillo y mis gafas de sol.

Decidí atravesar el Retiro paseando de camino al Prado. Cuando estaba traspasando una de sus grandes puertas de metal, un hombre me paró. A mi me pareció un hombre, aunque ahora que lo pienso dudo mucho que tuviese más de 25 años. Creí que quería saber la hora, pero al parecer quería conversación. Me acompañó hasta la puerta del museo charlando, contándome un montón de cosas que a mi me parecían apasionantes –que había terminado la carrera y estaba buscando trabajo, que solía salir a correr los sábados…-, y al llegar al Prado nos despedimos.

En el Museo había algo de cola, pero no la suficiente para desanimarme. Pagué mi entrada y pasee por entre los cuadros como si fuese la primera vez… porque para mi lo era. Había estado en El Prado dos veces antes, con mi padre, pero no era lo mismo,  no era ni si quiera parecido. Esta vez estaba sola, paseando a mi aire, perdiéndome en la sala de El Bosco, descubriendo a su aprendiz –me gustó casi más que el original-… pasé de Las Meninas, pasé de la Maja Vestida… pasé de todo aquello que se suponía que debía ver, y vi lo que me apeteció, lo que quise. Me deslicé por los enormes pasillos hasta el sótano donde estaban entonces las pinturas negras de Goya, busqué la sala egipcia –enana, a mi entender-. Caminé, me paré, pasee… y a nadie pareció importarle. Nadie me miraba, a nadie parecía extrañarle ver a una “adolescente” sola en un museo… y pensé “dios mio, a lo mejor no parezco una adolescente!!”.

Cuando me entró hambre, a eso de las tres, salí del museo buscando un sitio donde sentarme a picar algo, y caí en un VIPs. Me senté, pedí un sándwich club (sí, sorprendentemente lo recuerdo) y una coca-cola, y comí despacio, mirando a mi alrededor. Había familias de vacaciones, pandillas de colegas, algunos ejecutivos trajeados… pero nadie reparó en mi. A todo el mundo le parecía algo normal.. y volví a pensar “madre mía, ¿a que va a ser verdad que cuela?”.

Regresé dando un paseo y cené en casa con mis tíos. Al día siguiente el Bernabeu fue de nuevo un hervidero –esta vez en seco, de hecho, aquel lunes ya había hecho un día radiante-, y mis tíos y yo ocupamos los asientos del pasado sábado, junto con dos amigos de ellos.

Ganamos el partido. Lo merecíamos, la verdad. Y fueron los 20 minutos de fútbol más apasionados de mi vida… bueno, o casi.

Así que, como veis, yo fui dos veces a ver ganar al Depor la Copa del Rey en el Santiago Bernabeu. Una, el 24 de junio de 1995, y la segunda, el 27 de junio de 1995. Me senté en el mismo asiento las dos veces, y, al sentarme, fue cuando me di definitivamente cuenta de que ya no era la misma persona. Una adolescente había visto la primera mitad del partido, y una jovencita vio la segunda mitad, y disfrutó del gol de la victoria.

A veces, la vida pasa en sólo un par de horas.




SUENA EN MI I-POD: Entonces era Nirvana lo que sonaba en mi walkman… asi que hoy, en honor al salto temporal de aquel verano de 1995, “Smells like teen spirit”, ¿qué os parece? 

EL DERECHO DE REINVENCIÓN

Reivindico el derecho de todas las personas a reinventarnos a nosotras mismas.

Constantemente.

A todas horas.

Porque nunca soy la misma, porque siempre soy otra, y nunca la que he buscado... aunque a veces es mejor así, eso es cierto.

Cené con una conocida hace unos días, y entre los entrantes y el primero, como siempre pasa entre amigas, repasamos una por una las vidas y milagros de todo nuestro círculo de amistades... hasta que recalamos en un amigo concreto.

Le conocemos hace años... de hecho, le conocemos desde siempre, pero hace unos años su vida dio un vuelco inesperado. Mi amiga se mostraba ahora asombrada porque, después de cierto tiempo sin coincidir con él, se había topado con un hombre algo “diferente”. Cosas que siempre le habían gustado, ahora no le apetecían, y sin embargo parecía encandilado con situaciones que antes no le habrían atraído en absoluto.


El mayor ejemplo de reinvención de todos los tiempo, Madonna


Para mi amiga, los cambios detectados eran fruto de la enajenación mental transitoria... para mi, son evolución.

Me asombró la sentencia tan clara que mi amiga emitió al respecto “ya se le pasará cuando vuelva a ser él”... pero ¿y si este es él? ¿Y si, consciente o inconscientemente, nuestro amigo ha decidido romper determinados paradigmas para probar cosas nuevas, o sencillamente para disfrutarlas sin tapujos?

Volví a casa dándole vueltas al hecho de que, en otros momentos de mi vida, yo misma me he reinventado por derecho propio, comenzando nuevos ciclos y terminando con los viejos, por reciclaje emocional, por necesidad imperiosa de motivación, por hastío personal, porque sí... ¿Fui juzgada tan duramente por esta amiga entonces?

Nunca me han gustado demasiado las etiquetas, y no creo en el “para siempre”, ni si quiera conmigo misma... porque yo no soy la misma que fui a los 15 años, ni, desde luego, la misma que era hace 5.


Sí, es la misma persona que en la foto de arriba... ¿o no?

Pero lo más curioso, al menos a mis ojos, de todo el asunto, es que nuestro amigo parece realmente feliz. Se le ve encantado, disfrutando de la vida... y sin embargo, esa felicidad parecía pasar a un plano secundario a ojos de mi amiga, como si el hecho de que él se hubiese reinventado la obligase a ella a reencontrar su sitio, a reubicarse.

¿Medimos nuestra vida, nuestra personalidad, nuestro espacio, en relación a la vida de los que nos rodean? No lo creo. Yo me he reinventado conscientemente al menos cuatro veces en mi vida, e inconscientemente unas cuantas más, seguro. Y en muchas de esas reinvenciones lo que buscaba era, precisamente, romper con el rol asignado desde fuera, reivindicar mi derecho a elegir mi yo.

A lo mejor la situación es precisamente esa: podemos dividir a las personas en dos grupos, las que se encuentran cómodas con el rol asignado en el contexto social, y se incomodan ante los cambios de ideas de los demás; y las que buscan un hueco personal y tratan de escapar de la idea preconcebida que se les ha asignado.

Las personas que se sienten cómodas siendo etiquetadas, y aquellas que prefieren fabricar su propia etiqueta… cada día una, si hace falta.

Por eso, después de darle muchas vueltas a la conversación del otro día, he decidido hacer público mi pequeño credo:

Creo en la reinvención de las personas, en la voluntaria y en la azarosa, en la que llevamos a cabo conscientemente y con esfuerzo, y en la devenida de los baches y caídas de la vida, no con menos esfuerzo.

Creo que todos nosotros tenemos derecho a inventarnos a nosotros mismos cuantas veces deseemos, a salirnos del carril marcado e incluso a dar marcha atrás si lo deseamos.

Creo que cada persona lleva dentro una santa y una pecadora, una madre y una hija, una buena y una mala persona. Nunca somos los mismos porque mi yo de hace un minuto ya es viejo para el del minuto que viene.

Y creo que todos tenemos el derecho y el deber de encontrarnos a nosotros mismos a lo largo de nuestra vida, tantas veces como nos sea necesario. Encontrarnos, perdernos, buscarnos y rescatarnos. Una y mil veces. Porque mi yo de hoy ya no se acuerda de cómo rescató al yo de hace cinco años.



SUENA EN MI IPOD: La Vida Empieza Hoy”, de Sergio Dalma. Porque seguramente no os imaginabais que escogería jamás un tema suyo… de hecho, ni yo lo imaginaba. Porque este pasado lunes actuó en Coruña, la escuché por sorpresa, y recordé de repente lo bien que me hacía sentir este tema hace miles de años. Porque la letra explica perfectamente la conclusión a la que he llegado tras escribir este artículo: la vida, siempre comienza y termina hoy.

TAN DIFERENTES, TAN IGUALES



“Es guapo"

Eso es lo segundo que pensé al ver las imágenes de Andrés Behring, el psicópata (porque tiene que ser un psicópata, qué otra explicación si no?) que hace unos días desató el terror en Noruega.

Es un terrorista.

Y es guapo.



Este monstruo fue capaz de disparar a sangre fría a más de 50 personas porque pensaban "diferente"

Dos conceptos, que, no tengo ni idea de por qué, en mi cerebro chocaban, se enfrentaban, parecian absolutamente incompatibles.


Osama Bin Laden, la primera imagen que se le viene a la mayoría a la cabeza al hablar de terrorismo


¿Qué diferencia hay entre este loco rubio de ojos claros y porte aristocrático y e radical islámico de tupida barba y ojos oscuros? ¿Qué separa a este asesino de los que aparecen, con corte de pelo kiote y mirada firme en los carteles “Se Busca” de la banda ETA?

Por dentro, pocas o ninguna. Diferentes “cuasas”, pero idénticas ideologías únicas y separatistas que no contemplan la posibilidad de “el otro” como entidad. Y, desde luego, el mismo chip fundido en el cerebro que permite a lo que en algún momento fue una persona planear friamente el asesinato de decenas de sus semejantes por el simple hecho de “ser diferentes”.

Y, sin embargo, es cierto que no son iguales. Y no lo son porque a este monstruo concreto le protege la más poderosa de las máscaras humanas: la belleza.



De Juana Chaos, el ejemplo de terrorista de ETA que más rápido he recordado

Estamos programados para amar lo bello. La imagen, el sonido, el olor... lo que podemos percibir de un simple vistazo, sin mirar más allá, es nuestra primera toma de contacto con la realidad que nos rodea, y nuestro cerebro, deficitario y simple, procesa esas sensaciones como absolutas.

Amamos lo bello. Las personas guapas, las voces armoniosas, los gestos rítmicos, los olores agradables, nos hacen sentirnos bien y, automáticamente, los encasillamos en nuestro personal departamento mental de “buenos”.

La imagen cuenta, eso nos han enseñado y eso hemos aprendido... y no está mal. Sólo que a veces somos demasiado simples, y asimilamos sin prudencia que alguien bello es buena gente, que las personas que hablan con voz pausada y suave son tranquilas y sosegadas... y no es necesariamente así, porque, amigos, las apariencias engañan.

Ayer, tomando algo con unos amigos, comentábamos el horror noruego y todos convenían conmigo que les había asombrado, sorprendido, más bien, que el asesino sin conciencia autor de la masacre fuese un hombre tan atractivo, tan rubio, tan alto y tan bien parecido. Alguien que, de habernos cruzado por la calle, habríamos elogiado. Qué cosas tiene la vida, ya veis.

¿Qué diferencia a este terrorista de los demás? Nada, en esencia, aunque todo, en realidad, sencillamente porque este loco no encaja con la imagen de asesino sin corazón que nos hemos creado.

Porque las apariencias importan, pero también engañan... es lo que tiene ser humanos.




SUENA EN MI I-POD: Esta vez es el turno del rock, chicos. Este fin de semana Santander celebra el In Festival con la presencia de The Jayhawks y Eli Paperboy Reed... y estaré allí, por supuesto!

IZQUIERDA, IZQUIERDA, IZQUIERDA, a veces derecha, IZQUIERDA


Este no es un post político. Ni si quiera es un post social, por mucho que pueda engañar el título... este es un post sobre mi, sobre mi infancia, y sobre las circunstancias de mi vida.

Porque hoy, aquí, y ahora, quiero confesar que... soy zurda.



El zurdo más famoso del mundo, Ned Flanders.


Pero zurda, zurda. Zurda zurdísima. Zurda que te cagas. Zurda de esas que el lado derecho del cuerpo lo tienen sólo y exclusivamente para equilibrar.



Sí, amigos, la bella Jolie también es zurda, zurda, zurda.


Supongo –no lo sé porque no me acuerdo- que soy zurda desde que nací, porque no recuerdo haber utilizado la mano derecha jamás hasta bien entrada la edad prepúber, gracias, sobre todo, a que mi madre se negó rotundamente a que las monjas del colegio me “corrigiesen” lo que ellas consideraban “un defectillo”.



El hombre más rico del mundo, Bill Gates, es zurdo también.


Mis padres habían hablado con el médico, preocupados por mi tendencia a la izquierda, y el pediatra, uno de esos médico con mil años de experiencia pero que en los 80 decidió reciclarse y volver a estudiar, les dijo que a mi no me pasaba nada “su hija es zurda, señores, pero eso no es ni malo, ni bueno. Es, y punto. Seguramente, si los estudios están en lo cierto, será más torpe que la media en motricidad, pero dentro de lo normal, pero también más espabilada en temas de comprensión oral”.


Y el más listo del mundo, Albert Einstein, también lo era.


No sé si los estudios estaban en lo cierto, pero conmigo acertaron 100%. No sé hacer el pino, pero a los dos años decía “no obstante, sin embargo” con absoluta naturalidad.

El caso es que, como el médico les aseguró que ser zurda no afectaría a mi vida cotidiana, pero que, sin embargo (lo veis??), corregirme sí podía llegar a suponerme un trauma, mis padres prohibieron terminantemente a las monjas que me atasen la mano izquierda a la espalda, una práctica muy corriente allá a primeros de los ochenta.


Marilyn era zurda también, además de miope perdida.

Las monjas no tuvieron más remedio que hacerles caso, y así salí yo. Zurda, digo.

El caso es que, como en el colegio, al menos en mi época, se empleaba mucho aquello de los ejemplos para el aprendizaje, me pasé media infancia escuchando aquello de “la derecha es la mano con la que escribes”, lo que derivó en terribles problemas de lateralidad... sigo teniendo que pensarme dos veces cuál es la derecha, como en la vida misma... igual ser zurda es una avance genético para prepararnos para la política que se nos viene encima... pero vamos a centrarnos, que me desvío, y ya dije al principio que este no era un post político.


El duro de Hollywood por excelencia, Bruce Willis, es zurdo perdido.

Mis padres, progenitores preocupados y centrados en nuestra educación, notaron mi desconcierto con respecto a las diferencias entre izquiera y derecha –posicionalmente hablando-, y optaron por hacerme consciente de mi propia “zurdez”. Así que, desde que tengo uso de razón, soy consciente de que soy zurda, “porque la mayoría de los niños escriben con la derecha, pero tú no, tú escribes con la izquierda”.



... y uno de mis ídolos de juventud, el malogrado Kurt Cobain


Ser zurda no me ha supuesto ningún problema, la verdad. Abro las puertas, ventanas, neveras y latas con total normalidad –estas últimas con más ensayos, pero vamos, que reto conseguido-; corto con las tijeras como todo el mundo, jamás me ha supuesto ningún inconveniente en esta vida, y, ya semi adulta, incluso adapaté voluntariamente mi vida a los diestros: utilizo el cuchillo como ellos, y toco la guitarra como una diestra, porque aprendiendo así me garantizaba que, si en medio de una actuación se me rompía una cuerda, cualquiera podría prestarme la suya.



Barak Obama es zurdo también... a ver si va a ser vedad que somos mayoría y no lo sabemos...


Mi “zurdez” no ha hecho mi vida diferente, ni me la ha complicado, salvo en dos momentos muy concretos de mi vida: me costó un huevo aprender a jugar al billar, porque es jodidísimo encontrar un maestro zurdo –y eso que en mi pandilla somos mogollón, de hecho, más zurdos que diestros.. ahora que lo pienso igual nos olemos o algo...-, y cuando tenía 9 años por poco me mandan a un colegio para superdotados por error.

Sí, sí, habeis leido bien. A los 9 años estuve a punto de terminar confinada en uno de esos colegios surrealistas para niños listísimos, en el que a buen seguro lo hubiese pasado fatal, porque yo no era listísima, era zurda, y punto.

Todo fue culpa del psicólogo del colegio. Al pasar a segundo grado de EGB (tercero, cuarto y quinto), el colegio le pedía al psicólogo que nos hiciese una sencilla evaluación para determinar nuestra madurez mental, nuestra adapatación social y cuatro cosillas más. Consistía en un par de test ridículos (cuáles son tus tres mejores amigas, tu color favorito, si el camino hay un muro, lo saltas o lo rodeas... esas cosas), y un par de pruebas que se hacían de forma individual en su despacho.



Las manos más rápidas y prodigiosas, las de Hendrix, eran zurdas.


Y allí estaba yo, metro veinte de zurda delante de un señor medio calvo que tenía una sierra de cartón en una mano y una pelota de espuma en la otra.

“A ver, bonita, coge esta sierra y corta la mesa a la mitad”.

Parece fácil, ¿verdad? Pues probad vosotros a cortar una mesa con una sierra de cartón... Y que conste que a mi, lo que más me preocupaba, era no equivocarme. En esa etapa era más consciente que nunca de que era zurda, porque a esa edad es a la que el resto de los niños se dan cuenta de que tú usas la otra mano, así que, para no cagarla, pregunté.

“¿Y con qué mano la corto?”

El señor no dijo nada, anotó algo en su cuaderno, y yo corté la mesa con las dos manos –por si acaso-.

Acto seguido aquel señor medio calvo me tendió el balón de espuma.

“Dale una patada muy fuerte a este balón”, dijo.

“¿Y con qué pierna quiere que se la de?”, respondí yo.



Castro es zurdo, y además nos señala, que está feísimo


El psicólogo no dijo nada, anotó algo en su cuaderno y yo le di la patada al balón con todas mis fuerzas y con las dos piernas, una primero, la otra después... por si las moscas.



Y la novia de América, Julia Roberts, es zurda también.

Una semana después, el consejo escolar llamó a mis padres para comunicarles que su queridísima hija mayor era superdotada, según el psicólogo. A mis padres les dio un hari y, cuando se recuperaron, acudieron a la reunión alucinados y completamente convencidos de que había habido algún error... y efectivamente, así había sido.

Cuando el psicólogo les explicó a mis padres que yo, actuando muy por encima del nivel que se esperaba de una niña de 8 años, había preguntado con qué mano o pie debía hacer algo, mis padre se descojonaron de risa.



Este es uno de mis favoritos... no tenía ni idea!!! Clinton es zurdo!!!

Nuestra hija no es superdotada, es zurda”, aclararon “y como es consicente de que lo es, y de que a veces, para hacer ejercicios sincronizados con otros niños, por ejemplo, en gimnasia, debe usar la otra mano, o el otro pie, se ha acostumbrado a preguntar”.


...y fin de mi periodo como superdotada. Para lo único que he desarrollado unas dotes superiores a la media es para meter la pata y para beber cerveza... y poco más. Pero creo que mis padres lo prefirieron así, y desde luego yo también... qué aburrimiento hubiese sido tener que estudiar en un colegio donde el más tonto hacía derivadas... esas que yo jamás supe hacer.



SUENA EN MI I-POD: Pues es que hoy me he levantado con actitud de viernes, y con el recuerdo de mi fin de semana en Madrid en la cabeza, así que... ¿Qué tal un poco de Alaska?... un clásico, por ejemplo, “Ni tú ni nadie”, que le viene al pelo al post, oye, porque 32 años después, sigo siendo zurda, amigos. Es lo que hay,

LA DELGADA LINEA ROJA ENTRE IT GIRL Y PAYASA




Yo a lo que aspiro en esta vida es a ser guay.

Pero guay de verdad, y no guay de las normales, de las de “que guay es esta tía, que bien me cae”... no no no, yo quiero ser guay de las imprescindibles, de las que dices “joder, esta tía es TAN guay... tiene que estar en mi próxima fiesta”.


Gaia Reposi, una de esas chicas a las que todos quieren tener cerca.

Es una vocación que tengo desde pequeñita, pero a la que le he prestado poca atención porque fui una adolescente acomplejada, y eso es fatal para el karma fashion... claro, si te crees la rana de la charca en vez del cisne más bello, no te apetece mucho ser el centro de atención, porque te entra paranoia exacerbada y te pones como una moto creyendo que en lugar de mirar tu estupendo vestido, los demás miran los michelines que el vestido te marca... y eso no puede ser.

Afortunadamente para mi egomanía, he superado con éxito y no sin esfuerzo mi etapa de complejo permanente, y estoy preparada para convertirme en it girl mundial... bueno, patria... bueno, empezaremos por local y luego ya veremos.

Otra It Girl Socialité, Delfina Delettrez, diseñadora de joyas e invitada imprescindible en un sarao con solera

¿No me diréis que no es la vida perfecta? Te levantas por la mañana –a eso de las 9:30 eh, nunca antes, que 8 horas de sueño son fundamentales para convervar un cutis impoluto, absolutamente necesario en mi nueva profesión-. Lees la prensa y compruebas el correo, el facebook, el twitter y dios sabe qué más mientras desayunas fruta fresca, café y bangels con salmón ahumado. Luego te arreglas y sales a la calle, a tomar un brunch con unos amigos que han abierto un nuevo local y te quieren en la inauguración, paseas, comes en un restaurante que te invita porque sabe que la publicidad que consigue contigo entrando por sus puertas no la paga una página en color en el Vanity Fair, descansas al sol en una terraza y/o piscina, pasas la tarde acudiendo a inauguracione y fiestas que requieren tu presencia “suplicante e insistentemente”, cenas con unos amigos, y de nuevo a comenzar.

Sí, definitivamente creo que esta es la vida para la que he nacido... pero sólo lo sé yo, lo cual es lamentable, de modo que no puedo vivir así porque no hay quien me pague por ello, y, cosas de la vida, mis facturas –y son unas cuantas- no se pagan solas.

Pero pero pero pero –siempre hay un pero, queridos, siempre lo hay-, esta vida disoluta y magnífica, compaginable con otros trabajos más identificables en la vida laboral, como columnista de sociedad (véase Josemi Rodríguez Sieiro, el espejo en el que mirarme, pero yo sin pajarita, claro), periodista en una revista de moda o life style (editoras varias, desde la Roitfeld hasta Yolanda Sacristán, cada una en su parcela o parcelita, según el caso), tiene un peligro inminente: convertirte en un freak.

He aquí una It Girl con fundamento, Margherita Missoni, heredera de un imperio, estilosa y única

A mi eso me aterroriza sobremanera. Quiero decir que me encantaría ser una columnista conocida –me vale en mi ciudad eh, que no soy ambiciosa... bueno, sí, pero no lo digo en alto-, a la que invitan a todo cuanto sarao se monta y que recibe súplicas de aquí y allá por iradondesea, comerendondesea, ponerseloquesea..., pero no quiero convertirme bajo ningún concepto en un personaje como... qué sé yo... como Paris Hilton!!

Me aterra la idea de tranformar mi incipiente –en mi cabeza es incipiente, qué pasa, es mi cabeza y mando yo- carrera de socialité respetable en un desguace loco de anfitriones poco recomendables y apariciones inoportunas enseñando una teta... o lo que es peor, convertirme en una mujer anuncio!!!

Eso sería lo peor!!! La gracia de ser It Girl está en encontrar el equilibrio entre las apariciones pactadas y las personales y voluntarias, de forma que tu imagen de marca valga su peso en oro, porque nadie podrá nunca adivinar si cenas con tus amigas en el restaurante de turno porque adoras el sitio, o porque el sitio te adora a ti y no pagas ni el agua mineral al entrar por su puerta seguida de los paparazzi de turno.

Cuando vi a la Lomana anunciando hamburguesas a la parrilla no daba crédito... y sigo sin darlo


La cosa cambia, y mucho, muchísimo, de hecho, si te conviertes en un escaparate andante, siempre vestida como el payaso de Micolor para que los logos se vean bien en las fotos, y acudiendo a programas de televisión de dudosa calidad para hablar a gritos de lo bien que le pasaste en el local tal o cual dándote el lote con el bombero torero de turno.

La línea que separa a la It Girl mágica y con clase, la reina de las fiestas, elegante, envidiada, estilosa y misteriora, de la mamarracha convertida en escaparate ambulante es tan fina, tan sutil, que a veces una duda sobre si alguna de las presuntas socialités está en un lado o en el otro. Y eso sí que no.

A ella la adoro desde siempre, a él le odiaba, hasta que descubrí que es una mascota maravillosa!!


¿Cuál es el punto de no retorno en el que una socialité molona pasa a convertirse en una Lindsay Lohan de la vida? ¿En qué momento dejas de ser imprescindible en las recepciones de los embajadores y las inauguraciones sublimes para pasar a ser la number one en la lista de invitados de Burguer King (lo de la Lomana me ha matado, os lo juro que me ha matado)?

Estas dudas me corroen mientras devoro el reality de Marito y Olvi (yo los llamo así porque son ya como de la familia). Ellos son un extraño equilibro entre lo vulgar y lo sublime en el mundo del famoseo, y reconozco que me desconciertan...



SUENA EN MI I-POD: Hoy me he levantado tarareando un tema de Meat Loaf que me apasionaba, “I would do anything for love”, cuyo videoclip me parecía el colmo de lo refinado y lo elegante a mis 15 primaveras. Me sigue pareciendo un temazo!!!



A CARCAJADA LIMPIA!!


En las última semanas he escuchando al menos una docena de veces “he sabido que estabas aquí porque te he oido reir”.

Y no es que me sorprenda, quiero decir que soy perfectamente consciente de que me río en voz alta, y de que en general soy una persona alegre. Lo que me ha impactado realmente es la cantidad de tiempo que hacía que nadie me comentaba nada parecido, y me he preguntado... ¿es que he pasado tanto tiempo sin reirme?

Una de esas rosas contagiosas, poderosas, exageradas. Perfectas!

No lo creo, la verdad. Soy una persona de naturaleza... digamos que lúdica. El lado hedonista de mi cerebro es indiscutiblemente dominante, y la verdad es que tampoco he hecho nunca nada para remediarlo. Me gusta ser así. Soy frívola, alegre, y la verdad es que en general la gente que me rodea contribuye activamente a ello.

Que nadie piense que con esto quiero decir que soy una irresponsable –que un poco también, pero no tiene nada que ver, vamos- o una loca insostenible. Es sencillamente que creo en el poder terapéutico de la risa, del optimismo vital. Una sonrisa abre muchas más puertas que el juego de llaves de un sereno, creedme.


Otra sonrisa poderosa. 
El caso es que a veces la vida te pone un poco entre la espada y la pared, y te encuentras en una situación en la que reirse en voz alta, hacer bromas o ser sarcástico es impropio, o al menos no lo más apropiado, y claro, pues te ries menos, o bien para no herir a los demás, o bien para resultar más convincente y firme en el terreno laboral, por ejemplo, que es exactamente mi caso.

No tengo inconveniente alguno en hablar en serio, y si hay que dar dos voces, pues se pegan y listo, y hasta el golpe encima de la mesa si hace falta, que también para eso me han entrenado, pero... pero lo que no quiero bajo ningún concepto es que ese caso puntual, ese momento concreto termine invadiendo mi vida entera y logre que se me olvide cómo soy en realidad, que se me olvide reirme, vamos.

De lo que me conozco –que oye, en 32 años algo he llegado a conocerme, es lo que tienen las relaciones largas- creo que puedo decir que, hasta el día de hoy, no habido nada, pero nada, de lo que no haya conseguido reirme. Y no me ha ido nada mal, la verdad.


Ines de la Fressange, el ejemplo perfecto de las maravillas que la risa puede hacer por nosotras. 

Las intensidades no van conmigo –aunque en ocasiones no nos quede más remedio que afrontar las cosas en serio-, y soy de las que confiesa abiertamente que disfruto tomando una caña con los amigos, viendo el reality de Alaska y Marito (madremiademivida, qué descubrimiento este hombre! Es una mascota divertidísima!!!), leyendo libros de Stephen King y bailando como una loca. Que sí, que me encantan las películas clásicas, que leo a Murakami y me gusta la danza contemporánea, y las exposiciones de arte pop, y Vivaldi y Mozart, pero... vamos!!! Por qué tienen que ser serias esas cosas??? Por qué????

Así que una de las nuevas tareas para este etapa de mi vida será recuperar el poder de la risa... de mi risa, contagiosa, sincera y constante. Y que se oye desde antes de verme.




SUENA EN MI IPOD: Un poquito de rock&roll del de siempre, del de toda la vida, del que se baila y se canta y se disfruta a saltos y con amigos. Jhonny B-Goode, de Chuck Berry. A disfrutarla!!



Bohemian Rapsody 2.0

Cuando era niña mi colegio tenía por costumbre organizar charlas “de orientación y aprendizaje”, algo así como una forma muy entretenida de perder clase, basada en que profesionales de diferentes ramas disertaban ante púberes pasotas sobre los pros y contras de sus diferentes trabajos.

Pues bien, desde siempre, cuando he escuchado a alguien hablar con interés sobre algo, mi capacidad de mimesis se ha disparado hasta el infinito. Y en mi cabeza, yo no veía trabajadores que se levantaban a las 6 de la mañana para currar 10 horas por un sueldo justito, cuando no miserable. No, no, no, yo, con esa imaginación que he debido heredar de Julio Verne sin saberlo, veía profesiones super interesantes, vidas apasionantes y personas atractivas e interesantísimas.


¿Qué venían a dar la charla del Colegio de Abogados? Pues yo quería ser Ally McBeal.

¿Qué los ponentes eran historiadores? Pues yo me veía divina en plan novia de Indiana Jones

¿Qué los conferenciantes eran periodistas? Yo visualizaba mi futuro como el de la protagonista de “Luna Nueva”.

¿Qué la sesión informativa la daban los de leche Leyma?... pues yo quería ser vaca.


Es así de sencillo. Soy una especie de esponja envidiosa que encuentra fascinante casi todo a su alrededor.


Con los años he pulido un poco el asunto, básicamente porque he logrado que mi vida –la mía, mía, vamos, la que vivo yo a diario- me guste bastante. Pero es que en esta nueva etapa de mi vida, con los 32 convertidos en realidad en mi DNI y un parón involuntario pero de lo más gratificante en mi vorágine laboral personal, estoy empezando a recuperar las viejas costumbre… y desde ayer, quiero, deseo, necesito desesperadamente ser francesa.

La cosa es que llevo un tiempo como muy… suelta. Desencorsetada, diría yo. He vuelto a ir a conciertos de rock entre semana, a inauguraciones de exposiciones de teatro, a muestras de danza, de cañas con amigos… y el otro día hasta me bebí –oh, Dior mío, hacía tantos años- un par de chupitos de licor de cilantro, que es un poco como la absenta de las Rías Baixas… y me encontré tan bien!!! Me siento rejuvenecida -algo a lo que, no vamos a negarlo, ha contribuido, y mucho, el serum de Kiehls, pero ese es otro tema y ya lo trataremos más adelante, en otro post-, con ganas de hacer planes, de organizar cenas con amigos, de ir al teatro y al cine y a exposiciones y a espectáculos de danza de callejera, y a tomar cañas a bares inmundos y hasta de beberme un chupito de tequila, que mira que hace años, y últimamente me vuelve a apetecer un montón.

Después llegó el momento de rescatar los pendientes largos, que claro, con el pelo medio corto, medio no, no me veía con ellos, pero ahora, con mi melena corta rizada –falsa, pero rizada- me los veo ideales. Sobre todo cuando me pinto los labios de rojo, que es mi última pasión. Y no rojo, rojo, no, no, no, rojo “desdibujado”, en plan “me acabo de morrear con Ewan McGregor y no me ha dado tiempo de retocarme, perdona”.

Esto sí que son unos labios rojos


Cuando creía que superaría el momento beat que me asola, la marea conservadora asoló el país, y a mi me dio por volverme –bueno, siempre lo he sido, máscaras fuera, la verdad- contestataria, y rescaté del altillo los vestidos largos y las cuñas. Yo, la reina del overdressed, del tacón de aguja, del pelo impecable, convertida en una hippy chic de pelo rizo, cuñas de esparto y naturalidad extrema.

Y entonces llegó el post de Lula con esas fotos de Natasha Zupán, y enloquecí del todo. Recordé un post precioso de Miss B hablando de los vestidos años 70 que tanto le encantaban, y tomé definitivamente la determinación de prescindir absolutamente de formalismos en mi vida... porque yo quiero ser divina así, al natural, con mi capazo con asas de piel al hombre y mis labios rojos hasta en la playa, comiendo exquisiteces con deleite, sin usar los cubiertos (no sé por qué yo asocio comer con los dedos a un placer super sensual y muy intenso, soy así de raruna) y cantando en voz alta, y despeinándome a propósito.
Le robo la foto a Lula porque ese pelo es El Pelo, y esa sonrisa es perfecta, perfecta, perfecta!
 
 
Y ya para rematar la jugada, anoche me fui al cine con mi chico y mi mejor amigo, y Midnight in Paris terminó de convencerme. Esa Marion Cotillard flexible como un junco, pero firme, mujer, mujer, con sus curvas y su conciencia de ser deseable, y ese París de los años 20 caótico, desinhibido, interesante, atrayente, creativo.


No me digais que no parece que camina bailando, tan flojita ella, como suelta, y ese bolsito!

Claro, entre unas cosas y otras, entre las ganas de desmelene que ya acumulo yo misma sin ayuda ajena, los post que he ido leyendo, la peli de anoche, y el enganche monumental que tengo con Boardwalk Empire, pues estoy en estos momentos con una convicción absoluta de que lo que tengo que hacer es dejarme llevar y punto.

Le robo esta foto a Miss B, porque la encuentro super inspiradora para el verano!


Total, que me he dicho a mi misma “mira niña, si llevas desde los 5 años ejerciendo impenitentemente de copiona envidiosa profesional, mimetizándote con todo lo que te ha parecido atractivo, no veo por qué vas a tener que cambiar ahora, con la edad que tienes, y con lo bien que te sienta ser una flapper del siglo XXI”.

Y es que yo el concepto de flapper que manejo no es como el de los demás mortales. Yo veo esas imágenes, escucho esas voces, y veo mujeres tranquilas, seguras de sí mismas y de su feminidad, apasionantes y apasionadas, creativas, inteligentes. Mujeres que no se mueven, se deslizan, y que son como de plastilina.
Y aquí me tenéis, recuperando el blog y de paso mi vida a golpe de soltura y morritos rojos. depuis un aujourd'hui je serai enchanteresse et amusante (y sí, esto he tenido que buscarlo en un traductor, que yo soy generación EGB y ahí se daba inglés, que le vamos a hacer)


Ese aire despreocupado, esa sensación de que el tiempo no cuenta...

SUENA EN MI I-POD: Pues desde ayer por la noche, incansablemente, uno de los temas de la banda sonora de Midnight in Paris, “Let´s do it, let´s fall in love”, de Cole Porter. Si algún día me caso, quiero bailar ese tema, es una de las nuevas decisiones de mi vida bohemia.