¡¡¡¡SE NOS CAEN LOS MITOS!!!!

Las rayas verticales engordan.




Que sí, que sí, que lo habéis leído bien. Donde pone verticales no debería poner horizontales. Donde pone verticales pone exactamente lo que tiene que poner.

Ay, amigos… estamos asistiendo a la caída de un mito, y ni si quiera nos hemos dado cuenta… así de idiotas hemos sido, que nos lo creemos todo. Toda la vida escuchando eso de “no te pongas camisetas de rayas horizontales, que engordan”… y resulta que era mentira.




Al menos eso afirman un equipo de investigadores de la Universidad de York, en Inglaterra, que juntaron a más de 200 individuos, que en ese momento no tenían nada mejor que hacer, para enseñarles otras tantas fotografías de personas vestidas con rayas. Cada foto mostraba a una persona vestida, primero con rayas verticales, y después con la misma prenda en estampado horizontal.

El asunto consistía en que los encuestados señalasen cuál de las dos personas les parecía más esbelta –o cuál más gorda, eso ya va a gusto del consumidor-… y el 100% de los consultados coincidieron en señalar a las personas vestidas con rayas horizontales como las personas más esbeltas.



Lo curioso del tema –si es que hasta ahora no os parecía suficientemente curioso- es que entre los miembros de la muestra había personas dedicadas a la moda: modistos, diseñadores, modelos y estilistas… vamos, esos que llevan media vida gritando a los cuatro vientos que nada de rayas horizontales –por-el-amor-de-Dior- si eres de los que gastan más de una 36 en su cuerpo serrano.

Y visto lo visto, yo me pregunto:


1.- ¿Esta gente no era consciente de que estaba votando contra sus propios dictados? Porque si yo me he pasado la vida sosteniendo que el azul le queda mal a las rubias, luego no puedo votar que todas las rubias están ideales de azul. Vamos, digo yo.





Por qué me gusta esta teoría: porque me la creo, me la creo, me la creo... los veo a todos super puestos de champang y caviar, diciendo "venga, nenas, votemos rayas horizontales, jijiji"

2.- Quizás lo que sucede es que, siguiendo precisamente sus propios dictados, y creyendo que todo el mundo les haría caso, estas personas decidieron que, si alguien se atrevía a llevar rayas horizontales, eso debía consecuentemente suponer que esa personar era, necesariamente, esbelta como un junco. Esto es lo que podríamos llamar la conjunción perfecta entre la metonimia causa-efecto (si vistes de tirantes debe ser verano… cuando en realidad sería al revés, si es verano me pongo tirantes) y la psicología inversa (si quiero parecer famoso, me comportaré como si todo el mundo me considerase famoso, y consecuentemente todos lo harán).






Por qué me gusta esta teoría: Porque todo el mundo sabe que los modernos llevan camisetas ajustadas de rayas horizontales, y que los modernos son siempre gente esbelta cual juncos. Ergo: las gente esbelta es moderna; ergo: las gente esbelta lleva camisetas a rayas horizontales; ergo: la gente gorda no lleva camisetas a rayas horizontales. Este es el perfecto ejemplo de cómo razonar no es igual a tener a la razón.

3.- Tal vez lo que ha pasado es que la industria de la moda dictó en su momento unas normas arbitrarias, que, hasta ahora, nadie se había molestado en comprobar… porque, reconozcámoslo, no es precisamente el estudio más trascendental de la historia… claro que también se hacen estudios de la producción de escarola en Murcia, y nadie se queja.



Por qué me gusta esta teoría: Porque me encanta la idea de que las modas sean producto de la convicción ciega de un gurú y no de supuestas teorías, y porque me emociona el plan de hacer estudios y más estudios del tipo "Es realmente el rosa un color femenino", o "Los zapatos de tacón carrete: ¿sinónimo de mojigatería, o modernez extrema?".


¿CUÁL DE LOS TRES SUPUESTOS OS CONVENCE MÁS?

¿O A CASO TENEIS VOSOTR@S UNA TEORÍA MEJOR O MÁS DESCABELLADA TODAVÍA?

¿QUÉ PASARÁ A PARTIR DE AHORA CON EL RESTO DE LAS NORMAS ESTILÍSITCAS? ¿COMENZAREMOS A VER GENTE VESTIDA CON CALCETINES DESPAREJADOS, O CON LUNARES FUCSIAS SOBRE FONDO VERDE LIMA?

¿QUÉ SUCEDE EN REALIDAD CUANDO UN MITO SE CAE?

¿EXISTE EL LIMBO DE LOS MITOS?


… Por cierto, para vuestra tranquilidad, os diré que el estudio demostró también que la teoría de que el negro estiliza es cierta, sobre todo si se contrasta con tonos más claros. Así que ya sabéis, a partir de ahora, todo el día en plan marinerito… o en plan Julián Muñoz, eso ya lo dejo a vuestra elección.


SUENA EN MI I-POD: “I kissed a girl (and I liked it)”, un single bailable y pegadizo del primer álbum de Katy Perry, “One of the boys”. Llevo tres días sin poder quitarme esta cancioncita de la cabeza, la canto en el autobús, mientras friego los planto, mientras me ducho, por la calle, en el despacho… Que alguien haga algo, por el amor de Dior!!!!

LLEGAR TARDE

Odio llegar tarde.


No me gusta que la gente me espere, me siento fatal cuando sé que alguien está perdiendo el tiempo mientras yo no aparezco.

Tampoco me gusta la sensación de sentir que me estoy perdiendo algo, por ejemplo, cuando llego tarde a una cena con los amigos. Sé que sobrevivirán sin mi, y que el hecho de que llegue un cuarto de hora tarde no significa que estén sentados a la mesa sin hablar, cruzados de brazos... pero aún así, me siento mal.




Soy una persona puntual, siempre lo he sido, y aunque la vida me ha obligado a llegar tarde en determinadas ocasiones, soy de las que prefiere esperar a ser esperada. Me sobra paciencia en ese sentido, aunque es verdad que, como a todos, no me hace gracia eso de “tener que esperar”.

Cuando era niña, mi hermana y yo, que a penas nos llevamos dos años, estudiábamos en el mismo colegio. Estaba sólo a unas manzanas de casa, pero jamás íbamos juntas a clase. No soportaba tener que esperar a la tardona de mi hermana, que siempre llegaba corriendo a todos lados. Yo preferí madrugar cinco minutos más y caminar sin acelerones ni atropellos los 300 metros que me separaban de la puerta del colegio.




Siempre fui tan, pero tan puntual, que sólo recuerdo dos broncas por llegar tarde. La primera, cuando era una adolescente, me la soltó mi padre delante de mi amiga E., que aún recuerda el momento con estupor. Volvíamos de salir por ahí un viernes cualquiera, y cuando éramos crías, nuestros padres se turnaban para recogernos y que no caminásemos solas hasta casa. Quedábamos siempre en la puerta de Pirámide –una discoteca en el centro- a las once… y siempre estábamos allí a las 22.55, aunque sabíamos de sobra que mi padre solía retrasarse unos 5 minutos. Pero aquella noche, no recuerdo muy bien por qué, llegamos un poco tarde –aún no eran ni y cinco-… y mi padre tuvo que escoger precisamente aquel día para llegar temprano. Me cayó semejante rapapolvo, incomprensible, por otro lado, que llegué a casa con un cabreo monumental. Tardó días en pasárseme.




La segunda, ya más mayorcita, fue culpa del amor. Mi primer amor, el de verdad, digo, no el primer tonteo, era un chico 50% español 50% americano, que se marchó a vivir a Boston a penas unos días después de empezar a salir. No sabéis lo dura que se me hizo aquella relación a distancia (para los preocupados diré que terminó por volverse a España y pasamos muchos años muy felices juntos, hasta que la cosa se extinguió solita). El caso es que claro, con más de 6.000 km entre nosotros, cada vez que nos veíamos era una fiesta. Aquel verano regresó justo en mis días de selectividad, así que la primera tarde que pude dedicarle verdaderamente a él… se me fue el santo al cielo. Quedamos a las seis de la tarde y cuando quise darme cuenta eran más de las doce de la noche, y yo ni si quiera había llamado a casa para avisar de que llegaba tarde (no tenía ya hora de llegada, pero no solía volver tan tarde entre semana, la verdad). Esta vez la bronca fue menor, a pesar de que, ahora sí, hubiese sido merecida… cosas de la vida.




En mi profesión la puntualidad es crucial. Si llegas tarde a una rueda de prensa puedes perderte algo fundamental. Si un fotógrafo llega tarde… bueno, en ese caso mejor que no llegue, la verdad.

Sin embargo, desde que trabajo con políticos, me he dado cuenta de que la puntualidad es un bien escaso –algo que ya sospechaba después de lidiar con mi hermana, con alguna que otra amiga y, en más de una ocasión, con P., que es de los que sale de casa a la hora que ha quedado-.

Esta mañana me he encontrado en una situación un tanto comprometida: varias personas esperando a otra que acababa de comunicarme que no llegaba a tiempo por causas ajenas a su voluntad. Y era verdad. Ni dios controla el tráfico… literalmente, digo. Y claro, una cola de esas inexplicables ralentizó un trayecto que, en condiciones normales dura 10 minutos, y en condiciones de tráfico denso, unos 25… esta vez, la cosa iba ya para una hora. Un accidente, al parecer.




Parte de los que esperaban se sintieron ofendidos, pese a que me excusé en su nombre y expliqué la situación –comprensible, por otro lado-. Otra parte lo consideró normal. De hecho, uno de ellos dijo “Es normal, a estas cosas se llega siempre tarde”…

¿Se llega siempre tarde?, me pregunté a mi misma. Hombre, en un caso incontrolable como este, vale, pero… ¿de verdad hay gente que llega siempre tarde? Pues, queridos bloggers, la respuesta es…

DEFINITIVAMENTE, SÍ

Hay gente que llega siempre tarde.



Llegan tarde en nuestro reloj, aunque en el suyo sea la hora en punto. Y eso pasa porque no todos medimos en tiempo igual. Cada uno tiene su tiempo.

Y no hablo sólo de los amigos que llegan a los postres, del jefe que llega cinco minutos antes de salir, o de la novia que hace esperar a su marido en la iglesia.

Hablo de ese amor deseado que se confiesa justo cuando te has enamorado locamente de otra persona… Demasiado tarde.

Hablo de ese trabajo en Tombuctú que hubieses cogido sin pensártelo el último año de carrera, pero que ahora, con marido e hijos, te resulta imposible… Demasiado tarde.

Hablo de ese ex – compañero que se disculpa por la gran putada que te hizo cuando necesita que le eches una mano para no ahogarse en su propio fango… Demasiado tarde.

Yo he vivido los tres casos, como casi todo el mundo… ahora me pregunto si, pese a mi manía de llegar a tiempo a todo, no habré estado alguna vez en el otro lado.




¿Y VOSOTR@S, BLOGGERS?

¿SOIS PUNTUALES, O DE LOS QUE LLEGAN SIEMPRE TARDE?

¿QUÉ O QUIÉN LLEGÓ TARDE EN VUESTRAS VIDAS?



Suena en mi I-pod: "Crime", ese pedazo de single del album regreso de Nawjajean "Till it Breaks"(diez años después, ahí es nada). Un tema que llega justo a tiempo... in cresccendo perfecto, diría yo.

RELOAD

Todos tenemos derecho a ser lo que nos de la gana.




Entendedme, no me refiero sólo a eso de “mamá, quiero ser artista”, sobre todo porque para ciertos ejercicios profesionales hacen falta, además de ganas, tesón y fuerza de voluntad, ciertas dotes que o son, o no son.

Me refiero más bien a ese punto de inflexión, ese momento vital por el que todos pasamos, en que nos apetece dejar de ser lo que se supone que “debemos” ser.

Vivimos inmersos en una sociedad donde los roles asignados son extremadamente fuertes. Cuando un niño es un gran deportista de pequeño, pero no se le dan bien las matemáticas, sus profesores, padres, compañeros y amigos lo etiquetan como “el deportista”. Y así se quedará hasta el día en que muera, aunque termine empecinándose y sacándose un doctorado en ingeniería aeronaútica. Como no se ponga firme, y cambie radicalmente de actitud, la lleva clara el pollo.


Eso, más o menos, me pasó a mí. Yo fui una niña sociable, habladora, buena estudiante, con ciertas dotes de líder, pero torpe físicamente y muy responsable, siempre acatando las normas. Mis profesores y compañeros tardaron muy poco tiempo en catalogarme como “la lista” o “la responsable”. Llegué incluso a ser “la buena”.


Fui la lista en EGB1.

Fui la lista en EGB2.

Fui la lista en BUP…

…y cuando llegué a COU cambié de colegio. Mi nueva tutora se reunió con mis padres y conmigo, como hacía con todos los alumnos, y nos dijo:

“María es una niña muy inteligente (juas, juas, juas), pero le han adjudicado un rol en el que no está cómoda. En su círculo existen unas reglas de comportamiento muy firmes, pero estoy segura de que las cambiará”.

Al llegar a casa, mi madre y mi padre se sentaron conmigo en el salón, muy serios, y me dijeron que yo podía ser lo que quisiera. Podía ser lista. O tonta. Seria. O una fiestera. O todo a la vez si me apetecía.

Y yo, en aquellos momentos, quería ser simplemente yo. Quería que la gente dejase de verme como “la algo” (me daba igual lista, responsable, idiota…) para empezar a verme sólo como María. Me costó muchos disgustos, muchos comentarios “graciosillos”, mucho tesón y sobre todo mucho pasotismo, porque tuve que aprender a dejar de verme a través de los ojos de los demás, pero finalmente lo conseguí.




El otro día, charlando con S. en una terraza, comentábamos el tema. Dice que yo me he reinventado a mi misma, y tiene razón. Nos pasamos la vida siendo lo que se supone que estamos destinados a ser, siguiendo un camino que nos han puesto delante, o que, al parecer, nos llamó la atención a los 3 años, sin pensar si quiera si el trayecto nos gusta. Y muchas veces, cuando queremos coger otra senda, alguien dice “pero es que tú no eres de los que va por ahí”…

¿Y se puede saber por qué no? ¿Por qué el chaval responsable y serio que saca sobresalientes y llega siempre temprano al casa no puede ser el que la monte más gorda el sábado por la noche, en medio de la pista? ¿Por qué el niño divertido y payasote no puede ser luego el más dulce y sensible en otros aspectos? ¿Por qué el adolescente desastroso no puede ser mañana un padre de familia responsable y duro?


No somos una sola persona. La vida nos va obligado a cambiar, y, a mayores, nosotros podemos cambiar todavía más cada vez que queramos.



Yo, a veces, soy una mujer dulce y cariñosa, y a veces una zorra de cuidado.

A veces soy una profesional responsable, y otros, un desastre con piernas que olvida apagar el ordenador al salir del despacho.

A veces soy una dicharachera simpática, y otras, una mujer tímida que se sonroja.

A veces soy inteligente y audaz, y otras, una idiota de tomo y lomo.

A veces soy torpe, tropiezo con mis propios pies, y en ocasiones soy ágil, esquivo obstáculos imposibles.

A veces soy la amiga divertida, y otras, la mujer fatal.

Y no sé por qué la segunda parte he tenido que ganármela. Porque la primera, que yo sepa, no venía de serie.

¿Y VOSOTR@S?

¿HABIES TENIDO QUE LUCHAR POR CAMBIAR DE VIDA?

¿OS GUSTA EL ROL QUE SE OS HA ASIGNADO?


Suena en mi I-pod: "Tenía tanto que darte", el single con el que Nena Daconte presenta su segundo trabajo "Retales del Carnaval", a la venta el próximo día 30 de septiembre. Muy pero que muy recomendable este tema de desamor que da ganas de bailar.

P.D.: Gracias a Hahi y a Bacci por el premio... me hace mucha ilusión. Lo cuelgo en mi vitrina virtual, como buena ególatra que soy, y lo reparto entre todos los blogs de mi blogroll que no lo tengan ya.

REACCIONAR

Reaccionar a tiempo es mucho más importante de lo que creemos.


Cuando empecé a ejercer mi primer jefe me dijo que lo mejor de mi era que no le tenía miedo a los problemas, que, aparentemente, nada me amilanaba: si algo se rompe, se arregla. Se refería a mi capacidad de reacción. Creo que es el mejor de los piropos profesionales que me han dicho nunca, y estoy muy orgullosa de él.

En prensa, la capacidad de reacción es vital. Hacer la pregunta adecuada, llegar el primero, saber cómo arreglar el desaguisado si has llegado el último, no tener miedo a preguntar si no entiendes… estar despierto. Si te duermes, te pilla el toro.


Y eso fue lo que le pasó al conductor del Volvo que el pasado lunes se quedó paralizado en medio de la Calle San Andrés, en Coruña. Se comió un ceda, con un par, y cuando escuchó las pitadas y el frenazo del autobús número 4, en el que yo iba, se quedó petrificado. En lugar de acelerar, o dar marcha atrás… frenó. Se quedó paralizado, no reaccionó. Fue lento. Desde que han instalado el carril-bus van ya media docena, lo que me hace sospechar que, en general, la peña vive en un estado permanente de semi-empanamiento extremadamente preocupante, sobre todo si vas por la vida saltándote cedas, pero ese es otro tema.

La leche, que fue contundente, no tuvo mayores efectos que un morro de Volvo hecho papilla y una laaaaaaaaaaaarga cola de taxis, buses y demás familia de transporte público atascando una de las arterias de la ciudad… pero a mi me hizo pensar.

Vivimos en otro planeta. Quiero decir que el cuerpo lo tenemos en este, pero el 90% del tiempo la cabeza se nos marcha de vacaciones sin permiso. Como decía mi madre “es que no estamos a lo que hay que estar, coño”.

El conductor empanado es un peligro, cierto, pero también lo es el médico empanado, la cajera empanada, el político empanado y por supuesto el conyuge y/o pareja empanado, que no se acuerda de dónde se guardan los calcetines o llega media hora tarde a recoger al niño, porque “se me fue la cabeza”.




Todos tenemos momentos de paralización, de falta de reacción, de empanada mental. Todos. Pero, según un estudio científico realizado en Harvard, las mujeres tenemos, en general, mayor capacidad de reacción a los imprevistos, y no porque sepamos improvisar mejor, sino porque, previamente, hemos barajado ya cientos de posibles eventualidades, de modo que, cuando estas llegan, no tenemos que “pensar” qué hacer, porque ya lo hemos pensado antes.

Los hombres, según este estudio, actúan de otro modo: son menos previsores y tienen peor memoria, pero sus resoluciones son más exactas. Ante el mismo problema, la mujer hallará más soluciones válidas en menos tiempo, pero el hombre dará con la solución exacta, le lleve el tiempo que le lleve… el problema es que, en la vida real, ese tiempo no es tan laxo. Es limitado. Es breve. Es casi inexistente. De hecho, terminó antes de ayer.

Yo, ya lo he dicho muchas veces, soy una fan declarada de la máxima del profesor Vidal: “La mejor improvisación es tener previstas todas las posibles eventualidades”. Pero, quizás, y sólo quizás, este tipo de reacción inmediata nos impida ser más analíticos, llegar al fondo de la cuestión. Cierto que en ocasiones como la de la colisión que comento es inviable buscar alternativas: o hacia delante, o hacia atrás, o en medio. Y desde luego, ya. Pero en otros casos no sucede lo mismo.



Por eso hay ocasiones en que una noticia no pierde impacto pese a no ser “actualidad”. Los primeros datos son perfectos para un breve, pero el análisis posterior, profundo, meditado, pausado, aportará nuevos datos que serán refrescantes e importantes incluso años después.

El problema es que la vida, la de verdad, no suele darnos esas posibilidades. Nuestro mundo nos exige un ritmo frenético que requiere rapidez de respuesta, reacciones inmediatas.

¿QUÉ OPINAIS VOSOTR@S?

¿SOIS DE REACCIÓN RÁPIDA, O MÁS BIEN DE LOS QUE SE LO PIENSAN DOS VECES?

¿ESTAMOS, EN GENERAL, ALELAOS; O POR EL CONTRARIO SOMOS RÁPIDOS Y ÁGILES MENTALMENTE?

MEME MUSICAL

No sé vivir sin música, es verdad. Y por eso el meme al que me ha nominado Coco me hace especial ilusión.




Lo que pasa es que, una vez nominada, comencé a pensar en las posibles respuestas, y me percaté demasiado rápido de que esto, en lugar de un meme, es una putada de órdago.

A ver, me explico. Se trata de escoger un grupo o solista que tenga cierta relevancia en tu vida y responder a una serie de preguntas personales sólo y exclusivamente con los títulos de sus canciones. Hasta aquí todo estupendo… pero…

Pero es muy difícil decantarse sólo por uno. Hay miles de artistas importantes en mi vida, y miles de canciones con las que identificar las diferentes etapas de la misma.

Así que, como las reglas se han escrito para romperlas, yo voy a romper la baraja y voy a responder al meme con títulos de canciones de diferentes artistas, por lo que, junto al título del tema, escribiré el nombre del intérprete.

¿Cómo? ¿Qué es trampa?... Bueno, queridos, nadie dijo que la vida fuese justa. Se siente.

Este es…

… EL MEME MUSICAL DE COCO

¿Eres hombre o mujer? “María”, de Loquillo y los Trogloditas.

Descríbete: “Soy yo” de Marta Sánchez

¿Qué sienten las personas acerca de ti? “A Contracorriente”, de El Canto del Loco

¿Cómo te sientes? “Día tonto”, de Pastora

¿Cómo describirías tu anterior relación sentimental? “Cerrado por derribo”, de Joaquín Sabina / “Ces´t Fini”, de La Casa Azul

Describe tu actual relación con tu novio/a o pretendiente: “Día de Enero”, de Shakira / "Quiero hacerte gritar", de Los Piratas / "De Viaje", de Los Planetas

¿Dónde quisieras estar ahora?: “Un español en New York”, de Los Rebeldes

¿Cómo eres respecto al amor?: “Enamorada”, de Miranda!

¿Cómo es tu vida?: “Me Colé en una fiesta”, Mecano

¿Qué pedirías si tuvieras sólo un deseo?: “Un poco de amor”, Shakira

Escribe una cita o frase famosa: “El éxito consiste en alcanzar lo que deseas; la felicidad, en desear lo que alcanzas” – Voltaire / “Carpe Diem” Proverbio Latino

Ahora despídete: “Salud”, Los Rodríguez

Y ahora toca nominar, que es lo que más me gusta porque me hace sentir un poco la mala de Gran Hermano, rollo Aida pero sin hablar con Dios ni robar perfumes en los aeropuertos.

Mis nominados son…

Ely, porque seguro que lo borda y le queda super divertido.
Bacci, porque seguro que me emociona.
Istar, a quien aprovecho para agradecerle su premio, que cuelgo a continuación en la galeria virtual. Mil gracias.

"NO PUEDES"

Cuando era niña el psicólogo del colegio les dijo a mis padres que yo sólo podía ser dos cosas: o líder político, o artista.



Tócate el pie.

¿Os imagináis que ese psicólogo hubiese tenido razón? Qué gran periodista y relaciones públicas se hubiese perdido el mundo… aunque tal vez habría ganado una presidenta del gobierno ejemplar, o una nueva reina de los escenarios. Nunca se sabe (bueno, o sí, porque mi pánico escénico se hizo manifiesto tras mis escarceos adolescentes con la música en directo).



El caso es que aquel hombre se equivocó. Y, al menos en mi generación, se equivocaron muchos.

Cuando era pequeña quería ser arqueóloga… bueno, en realidad quería ser Indiana Jones. Y sí, vale, era una completa idiotez, pero era mi sueño, y nadie me hizo apearme de él jamás. Ni si quiera aquella profesora de historia que les suplicó a mis padres que me quitaran aquella absurda idea de la cabeza.


Lejos de hacerle caso, mis siempre solícitos progenitores me alentaron a coleccionar “La Gran Enciclopedia de la Historia del Mundo”, para meterme en situación, e incluso, movidos por mi desmesurado interés por los yacimientos, removieron Roma con Santiago para que su niña pudiese pasar las mañanas de un verano ya muy lejano tutelada por el director del Museo Arqueológico, sacando brillo a las vasijas y tinajas que encontraron en un pequeño yacimiento cerca de la universidad.


De aquella idea de convertirme en la novia de Indi me apeé yo solita el día que descubrí que lo que de verdad me entusiasmaba era el periodismo. Aún o había cumplido los 15 años, pero, según mis profesores y tutores, tenía entonces “una gran capacidad analítica y una pluma prodigiosa para su edad”. Tócate el pie.

A mi mi pluma me importaba un cuerno, yo lo que quería era cubrir los grandes conflictos internacionales, destapar escándalos políticos y conseguir una columna de opinión semanal gracias a mi portentosa labor como locutora de radio. Porque yo lo que quería llegar a ser era locutora de radio, ya ves tú. Todo el mundo elogiando mi prosa, y yo lo que quería era hablar, no escribir.

Mi padre, que trabajó como periodista muchos años, no estaba nada entusiasmado con mi persistente empeño en trabajar en prensa. Aún así, me apoyaron, siempre. Me apoyaron cuando me empeñé en colaborar con una radio local de cuando en ver. Me apoyaron cuando decidí que quería marcharme a estudiar a Madrid, porque allí estaba la facultad de Ciencias de la Información con mejores referencias. Me apoyaron cuando, en tercero de carrera, dije que quería dejar los estudios y empezar a ejercer. Mi madre me consiguió unas prácticas remuneradas para que probase “el ejercicio profesional” antes de dejar la carrera… y nunca la dejé, claro.

Me apoyaron cuando empecé mis primeras prácticas como locutora de radio. Me apoyaron cuando decidí no coger mi primera oferta laborar “porque me llegaba por ser hija de”, y en cambio escogí otra, peor pagada, peor tratad… pero que me llegaba por méritos propios. Me apoyaron cuando planté cara a aquel negrero, y nunca escuché de su boca, ni una sola vez, aquello de “te lo dije”… pese a que mi padre me lo había dicho, claro.

Toda esta historia viene a cuento porque últimamente escucho mucho eso de “no puedes vivir de esto” o “estudia derecho, que luego opositas”… y se me revuelve el estómago.

Me repatea ver cómo la gente mediocre tira por tierra los sueños de los que tienen ansias de algo más que de sobrevivir. Debería ser ilegal hacer eso. Y no hablo de sueños imposibles. Hablo de padres que deciden, por su cuenta y riesgo, que su hijo es demasiado idiota para ser tal o cual cosa, o de amigos que creen que jamás llegarás a nada si persigues tus sueños.

Mis hermanos y yo hemos tenido mucha suerte. Nuestros padres y amigos confiaron en nosotros contra viento y marea. Confiaron en mi cuando dije que derecho lo estudiase Rita la Cantaora, que yo pasaba de opositar –por mucho que mis profesores insistiesen en mi capacidad al respecto-; confiaron en mi hermana cuando, con su premio nacional de selectividad bajo el brazo, dijo que lo que ella quería era ser bailarina y montar una escuela, y lo hicieron pese a que sus tutores se echaban las manos a la cabeza, porque, válgame dios, desperdiciar así una media de 9.98 no debería estar permitido; confiaron en mi hermano cuando, con un expediente más que decente, decidió que Ingeniería de Caminos no era lo suyo, y que quería empezar Turismo, pese a que mucha gente insistió en el “error” que suponía.


El viernes, en el autobús, escuché a una madre decirle a una niña “tú no puedes ser médico, ¿no ves que para eso hay que ser muy listo?”.

Ojalá esa niña sea médico algún día.




“No puedes” no debería ser una frase aceptable nunca, en un caso así.



Suena en mi I-pod: “3 a.m” de MatchBox 20, del lp “Yourself or Someone Like You”. Estos chicos me sorprenden cada vez que los redescubro.

DRESS CODE -O como pasar de todo a nada en 10 segundos-

Me fascina toda la estética que rodea a los actos socio-culturales.


Supongo que en todas las ciudades y pueblos del mundo rigen unas normas más o menos parecidas, aunque estoy convencida de que la gente no viste o se comporta de igual modo en el medio de Nebraska que en el Caribe Mexicano, entre otras cosas por razones ambientales, culturales y lógicas.

Sin embargo, sí es verdad que, en general, hay como una especie de “ley no escrita” –la escrita es el protocolo, y no es aplicable a actos como estos si no eres un cargo público, que no es el caso- que casi todos acatamos, con mayor o menor fortuna, cuando vamos al teatro, a un concierto, a una exposición…

Coruña, ya lo he dicho antes, es una ciudad con una larga tradición estilística. Hay incluso quien sostiene que los coruñeses vamos a ciertos lugares o actos sólo para poder lucir nuestras mejores galas, y en una ocasión el jefe de sala de un conocidísimo teatro coruñés me hizo partícipe de la curiosa manía que tienen algunas mujeres de llegar a las funciones justo dos minutos antes de que comience la función, ataviadas siempre con sus mejores galas: la mejor forma, según él, de garantizarte todas las miradas según atraviesas el pasillo en busca de tu butaca.


Pero en un mundo en el que todo está siempre en constante movimiento, el dress code no puede quedarse parado. Por eso en los últimos años hemos asistido a una especie de distensión generalizada en cuanto a la vestimenta utilizada en los diferentes actos públicos. Algo que, si bien a mi personalmente me apasionaba en un principio, me parece que a estas alturas ha llegado ya a un extremo prácticamente intolerable.


Me explico:

En Coruña hay un festival de Ópera, el Festival Mozart, de consideración internacional y de calidad más que elevada, al que la gente acudía como si fuese a una boda real. A mi, personalmente, me parecía una exageración, porque lo cierto es que la mayoría de la gente camina fatal sobre stilettos, y luce las estolas como si fuesen palestinas.

En un momento determinado comenzaron a verse jeans, tacones anchos, camisas de organiza, blusas de seda, hombres de jersey de cuello alto o incluso con camisetas básicas bajo la americana de cuero… todo muy cool, y muy moderno. Ese estilo me apasionaba. Me parece que, en términos generales, y salvo que seas un hacha luciendo alta costura, una mujer “normal” resalta mucho más su elegancia con prendas sencillas y menos pretenciosas. Resultaba refrescante, divertido, llamativo, pero correcto. Pero…


… pero, de repente, comencé a ver converse, pañuelos tie dye, camisetas descoloridas, jeans dados sí, cabellos despeinados… una auténtica vorágine de dejadez que, si bien no me hubiese llamado la atención en absoluto sentada en una mesa del Patachim, por ejemplo, sí me resultaba completamente fuera de lugar en pleno Palacio de la Ópera.

Lo mismo sucede con el teatro, al que sí acudo regularmente –me encanta, no así la ópera, a la que acudo sólo por trabajo-. En un plis pasamos de ver hombresc encorbatados y mujeres de traje chaqueta, a encontrarnos con jóvenes con vaqueros, minivestidos por doquier, bailarinas, melenas recogidas en colas altas desordenadamente atractivas… todo mucho más sencillo, más natural… y de ahí, al caos: gente mascando chicle, por ejemplo.


En los conciertos de pop o rock, el caso fue el contrario. ¿Qué demonios pintan una corbata o un traje chaqueta en gris marengo, con falda midi, en un concierto de Julliet Lewis & the liks? Aunque aquí la excusa puede ser el tiempo: si uno tiene que acudir al trabajo arreglado, y sale a las 8.30, es difícil pasar por casa a calzarte la camiseta y el jean si el concierto arranca a las 9.

Yo, como buena gallega, creo que el término medio es siempre el mejor. Y por eso esta tarde, cuando acuda al teatro a ver la última obra de Nancho Novo, llevaré un minidress sobre unos jeans estrechos, con tacones color mostaza y cinturón marcando curvas. Prometo contaros lo que me encuentre allí, pero ahora os toca contar a vosotros:

¿CÓMO VESTIS PARA ACUDIR A ESTE TIPO DE EVENTOS?

¿HABEIS NOTADO DIFERENCIAS EN EL ESTILO DE LA GENTE PARA IR AL TEATRO, A UN CONCIERTO, A UNA EXPOSICIÓN?


Suena en mi I-pod:Forever”, de Blink182. Un tema del lp “Enema of the State”, que no tiene ni una sola canción mala, así que ya os lo estáis bajando, comprando, grabando, o lo que vuestra economía y conciencia os permita.

EL RITMO DE MI VIDA

No sé vivir sin música.




Puede parecer una afirmación excesiva, algo exagerada, puede que incluso superlativa… pero es verdad, es una verdad enorme y completamente involuntaria que me acompaña desde que era niña.

Cuando era pequeña mi padre y mi madre me cantaban. Como a todos los niños. Sólo que yo no recuerdo eso de “duérmete niño, duérmete ya”. Yo lo que recuerdo es a mi padre cantando canciones de Fuxen os Ventos y a mi madre poniendo el falsete de Camilo Sexto para dormirme. Vengo de una familia atípica, ya lo he contado muchas veces antes.

Vivo rodeada de música desde que tengo uso de razón. De niña, los viajes en el Renault 25 de mi padre venían siempre acompañados de las cintas de música de mi padre. Crecí escuchando a Aute y a Pablo Milanés. Mi madre tenía un gusto algo más pop, y le encantaba ponernos sus discos los sábados por la tarde en casa de mi abuela. Organizábamos verbenas, mi hermana, mis primas y yo, mientras comíamos huevos fritos con patatas y chorizo. Bailé tantas veces aquello de “a mi lo que me gusta es el pan con mantequilla” que acabé aborreciendo esa merienda (la del pan con mantequilla, digo, no los huevos fritos).




Mi cuerpo creció rápido… y poco, y con él crecieron mis horizontes musicales. Fui una adolescente precoz y rebelde, gracias, en parte, a la labor de mis tíos maternos, que me ayudaron a pasar el duro trance de los granos y las hormonas descontroladas de la mano de Loquillo –“María” fue mi tema favorito mucho tiempo-, Alaska y sus múltiples formaciones –Los Pegamoides, Dinarama, Fangoria…- Y demás delicatessen patrias.




Por aquella época me compré mi primer disco, en una tienda del centro, que se llamaba Bambuco y que ya no existe. Era un disco de Los Rebeldes. Madre mía, cómo pasa el tiempo, ahora que lo pienso. Luego llegaron The Police, Peter Gabriel, Prince, Guns & Roses… ay, qué recuerdos aquel doble lp de los de Axel Rose, regalo de cumpleaños a los 14, llegado de la mano del niño que me gustaba… “November Rain” aún me pone la carne de gallina, así de ñoña me ponía aquel chico pelirrojo con el que nunca tuve nada, pero con el que me lo decía todo entre los acordes de aquel riff salido de las prodigiosas manos de Slash.




Recuerdo con nitidez el primer walkman que me regalaron. Me lo compraron mis padres como regalo de reyes allá por el año ochenta-y-tantos, y era un Sony verde con cascos forrados de espuma naranja… no podía ser más kisthc, pero a mi me volvía loca la posibilidad de escuchar música allá donde fuera.

También recuerdo con nitidez mi primera cadena de música, y el comediscos azul pitufo, y el primer reproductor de cds, que llegó acompañado de la discografía de Bon Jovi. La de sueños lúbricos que protagonizó aquel melenas en mi adolescencia. Me gustaban rebeldes, es lo que hay, aunque en aquella etapa bebía los vientos por un niño bien con título nobiliario que pasaba mil de mi, pero que fue el responsable directo de que me aficionase a REM.




Fueron los años de Laura Pausini a toda pastilla, grabada de los 40, cantada a gritos con las amigas en improvisadas reuniones de tarde en un cuarto cerrado y lleno de secretos.

También fueron los primeros años de discoteca. El Playa era nuestro feudo –en cierto modo aún lo es- y allí me rompieron por primera vez el corazón al ritmo del “I fell it my fingers, I feel it in my toes” de los Wet Wet Wet, que serían muy empalagosos y lo que tú quieras, pero que venían de perlas para arrimar cebolleta en medio de la pista. Ay, esos años locos.




Llegó entonces la “Revolución de los Cantautores”. Aute regresó a mis días, en su vertiente más lúbrica, y con él llegaron Silvio Rodríguez, Ismael Serrano, Javier Álvarez… y, para compensar, un Sabina redescubierto de la mano de mi amiga Pi –ese pedazo de conciertazo que nos metimos a tiro de martes, con 16 años-.

“Así estoy yo sin ti” marcó los pasos de mi primer gran amor. Sonaba, si metías cinco duros, en la gramola vieja y destartalada de un bar más antiguo que el mundo, que ya no existe. Iba con dos revoluciones de retraso, como el tiempo cuando estábamos juntos, y cuando Sabina cantaba en el mundo no existíamos más que él y yo… literalmente, porque allí había más gente que en el metro en hora punta, incluyendo a todos los amigos de la pandilla, que nos miraban con cara de poker… bendito encoñamiento, que ni te enteras, ni te quieres enterar.




Pero pese a los lentos, los besos y los magreos, mi espíritu rocker siempre ha terminado por imponerse. Mi primer beso… el de verdad, digo, ese que te hace temblar las piernas y que te deja medio idiota por un par de meses, ese beso lúbrico y sexual llegó amenizado por Calamaro cantando aquello de “aquí no podemos hacerlo”… y además era verdad, porque estábamos en una fiesta en un club privado, rodeados de señoras permanentazas de 50 años. Y nos dio lo mismo, porque en aquel momento sólo existían nuestras bocas y nuestros cuerpos, y unas ganas locas de tenernos el uno al otro.




Aquello años de post-adolescencia temprana fueron maravillosos para mi. Llegó Blur, y Oasis, y Alanis Morrisette, que me encantaba y me hacía vibrar cada viernes por la noche en las pistas. Llegó Spin Doctors, y Smashing Pumpkings… ellos terminaron con otra relación, sin saberlo si quiera, y nunca se lo agradeceré lo suficiente.

Mi primera ruptura dura, durísima, casi visceral, me enseñó dos cosas: la música lo cura casi todo, y además hay un tema y un estilo para cada momento de la vida. Mi amiga E. me adjudicó entonces el protagonismo del que era el tema del momento en los locales más pop, “Soy yo”, de Marta Sánchez, y la verdad es que cantarlo a voz en grito alivio mucho mis penas.




Internet llegaba entonces con fuerza a mi vida diaria, y con él el descubrimiento de un mundo inexplorado de grupos de culto, como The Cure, a quienes ya había tanteado antes, La Habitación Roja, Suede, Los Planetas, los Piratas, El Niño Gusano, … intercambiar discos con mi amigo A. pasó a ser una especie de ritual semanal, que me ayudaba a salir de la rutina.

Pasé en aquella etapa, más cercana que lejana aún, muchas, pero que muchas horas en los bares. S. siempre me acompañaba. Y la verdad es que, aunque hay muchas cosas que no recuerdo de aquella etapa, lo que sí permanece con nitidez en mi retina son los acordes de los temas que me acompañaron entonces. Me recuerdo a voz en grito cantando a Janis Joplin en el Bar Juan, a Deluxe y su “Que no” en el Bar Egeo, a mi queridos Romeos en las sesiones golfas del Playa.




Fue entonces cuando empecé a trabajar. Y aunque mi primer empleo fue como presentadora de informativos, no tardé mucho en recalar en la sección cultural de aquella televisión local. Entonces llegaron a mi vida, al mismo tiempo, P. y los conciertos y directos dos o tres veces por semana. Lo mismo cubríamos El Canto del Loco que a un pequeño grupo local, o a una formación de culto llegada de Manchester. Disfrutábamos mucho de aquellos conciertos, y siempre hemos creído que fue en uno de ellos cuando de verdad saltó la chispa entre nosotros.

El Santirock del 2003 tiene mucha culpa de que hoy sigamos juntos, y aquella noche de fiesta con Juan de Dios, teclista de Deluxe, que sirvió de previo a una madrugada un tanto extraña en la que compartimos cama por exigencias del guion, y sobre todo del poco espacio que había en casa de L., y al gran directo que Suede dio la noche siguiente, al que acudimos entre resacosos y encendidos… es que una cama de 80 provoca muchos roces inesperados. Pero para mi la verdadera banda sonora de nuestra historia la pone el “Super 8” de Los Planetas, así, enterito, que era lo que sonaba en su cadena de música cuando me desperté por primera vez en aquella cama.




Nunca he dejado de buscar música. Lo sigo haciendo. Y no, ya sé que se puede leer entre líneas, no tengo criterio. Lo mismo me da La Casa Azul, cuyo primer directo en mi vida llegó en el momento perfecto, acompañado, por cierto del lp en formato djpack, que me regaló la realizadora del programa, que The Hives. Convivo perfectamente con Mando Diao y con Nena Daconte, y no tengo pudor en reconocer que lo mismo bailo con Miranda! que con The Long Blondes.

Ayer, mientras charlaba con S. por teléfono y P. pinchaba algo en el ordenador; mientras mi I-pod se renovaba con más canciones de ayer que de hoy, me di cuenta de que mi hermana tiene toda la razón del mundo: mi vida puede resumirse en canciones, una para cada momento, una para cada persona, una para cada piedra del camino. Por eso las pasadas navidades me regaló “La BSO de mi vida”. No están todas las que son, pero sin duda son todas las que están.

Así que, después de llegar al trabajo escuchando sin pudor a Los Babasónicos cantando aquello de “solita te des cuenta que te gusto, … que estás enamorada de un chico como yo”, he decidido introducir una novedad en el blog. A partir de ahora, cada vez que postee, añadiré una nota a pie de página recomendando un tema, el que en ese momento se me haya venido a la cabeza. Me gustaría decir que lo voy a lindar en un reproductor, pero no sé si sabré hacerlo, así que, de momento, conformaos con las pistas por escrito.

Al fin y al cabo, cada día más, la vida es música.




¿ES TAN IMPORTANTE PARA VOSOTROS LA MÚSICA?

¿QUÉ TEMAS HAN MARCADO VUESTRA VIDA?




Suena en mi I-pod: “Me Gustas”, de “El Efervescente Sonido de La Casa Azul”, La Casa Azul.