SOHO: UNA FORMA DE VIDA

Te despiertas una soleada mañana de sábado, con un abril radiante como escenario principal, y escuchas bajo tu ventana el inconfundible sonido de una charanga. Una charanga de verdad, de las que tocan clásicos de ayer, de hoy, y de siempre.

Por las persianas entreabiertas entra una luz casi sabrosa, deliciosa… y el sonido de la trompeta y el tambor de hacen saltar de la cama a ritmo de pasodoble. Si es que vivir es una cosa estupenda.

Te duchas con la ventana abierta, que entre el fresquito y ventile el olor a modorra de la noche del viernes. Te calzas tus nuevas sandalias de cuña de espartos, con sus tiras de cuero en tonos verdes, y sales a la calle con una sonrisa reluciente y unas ganas locas de tomarte una caña al solecito. De comprarte un collar maravilloso. De picar algo de pulpo a feira mientras ves actuar al mago merlín.

Vivir en mi barrio será así, a partir de ahora, los primeros sábados de cada mes. Porque desde el pasado sábado ha quedad inaugurado el Mercado de las Artes Aplicadas de la Asociación de Comerciantes Soho-Orzán. Una iniciativa con sabor añejo y visión de futuro pensada para revitalizar un barrio que vive a mitad de camino entre el centro socio-cultural de la ciudad y el barrio chino de cualquier urbe mediana.



En la calle Orzán coruñesa conviven sin estridencias y sin problemas las prostitutas más profesionales de la ciudad y las tiendas más vanguardistas; las casas de comida más añejas y los locales de copas más modernos.

El sábado, esa convivencia se materializó en un mercadillo en el que la gente –miles de personas a lo largo del día- paseaba son complejos y sin miedos. Para los residentes, es un barrio tranquilo, ecléctico y moderno, pero para los que viene de paso el Orzán era más bien la puerta de atrás de San Andrés… hasta el sábado.



Porque el sábado la charanga cruzó la calle de la mano del alcalde –que no quiso sacarse la foto con ella, que falta de sentido del humor, por el amor de Dior-, y las familias se sentaron a tomar el vermuth y un pincho de empanda en improvisadas terrazas, al borde de bares con más años que muchos de los abuelos que por allí se dejaron caer.

Los comerciantes de la zona, casi todos gente joven con negocios que van desde lo étnico a lo ultra vanguardista, estaba encantados: en una mañana habían vendido mucho más de lo que suelen vender en una semana, y lo que es más importante, habían ganado una nueva clientela que antes no se acercaba a este Soho Coruñés por creerlo inapropiado, peligroso, marginal.

Pero de marginal nada.

Allí había mechas rubias de a 100€ y chándales del Carrefour. De todo, como en botica.

P. y yo paseamos Soho arriba y abajo durante más de dos horas, parándonos en cada puesto, picando de aquí y de allá. P., cámara en ristre. Yo, con los ojos desorbitados ante tanto puesto de artesanía y tanta terraza mañanera.

Desayunamos un vermuth y una cañita en una de las casas de comidas más sorprendentes –por invisibles hasta el sábado- de la calle. Picamos algo de empanda. Compramos algunos detallitos. Bailamos un pasodoble con la charanga NBA. Nos dimos una vuelta con los Kilomberos de Montealto.

Tropezamos con tantos conocidos que no podíamos dar dos pasos sin pararnos a saludar. La mayoría, vecinos de un barrio que lleva años queriendo salir del mediático agujero al que una ciudad mal pensada lo había relegado. Alguno no sabíamos que eran vecinos, mira tú, con lo pequeño que esto.

El sábado di por inaugurada la temporada primaveral de la mano de la charanga más estilosa de todos los tiempos, y brindando con mi chico por este barrio maravilloso en el que vivimos.

Todos somos, ahora más que nunca, Soho Coruñés.